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Vie. Abr 19th, 2024

El arte de volar

Gabriel UrbinaMe gusta releer los mitos y dejar que salpiquen de belleza y utilidad nuestro presente. Hoy me centro en el mito de Dédalo, ese genial inventor y arquitecto que trató de enseñar el arte de volar a su hijo para escapar del laberinto en el que Minos los había recluido. Dédalo, que había fabricado unas alas con plumas y cera, advirtió a su hijo de que mantener el vuelo no era tan fácil como podía suponer: no debía volar demasiado bajo, para que el mar no lo arrastrara; pero tampoco debía acercarse al sol, para que la cera no se derritiera. El joven Ícaro, curioso e impulsivo, olvidó pronto los consejos del padre y, cegado por la belleza del sol, se fue acercando cada vez más a este. El final del mito, previsible y trágico, se repite cada día, de una u otra forma, en muchos de nosotros. Volar podría compararse con el arte de soñar y mantener las ilusiones o los proyectos. Una tarea que puede parecer sencilla, casi instintiva, pero que a menudo termina en el mar del olvido y la frustración.

En esta sociedad que evita palabras como esfuerzo y sacrificio, surgen corrientes de pensamiento que deforman y simplifican el arte de volar, de soñar, refugiándose en autores que han tratado de acortar la distancia entre deseo y realidad. ¿Recuerdan, por ejemplo, ese famoso fragmento de Paulo Coelho en El Alquimista? «Cuando una persona desea realmente algo, el Universo entero conspira para que pueda realizar su sueño. Basta con aprender a escuchar los dictados del corazón». Sin duda, una idea bonita. Pero la realidad no funciona así. El Universo está ocupado cumpliendo sus propias leyes y, para escuchar los dictados del corazón, hay que dejar de escuchar primero todas las interferencias: las necesidades básicas, los consejos –a veces imposiciones– de los demás, el monótono ruido de la rutina… Lo cierto es que el mito de Dédalo, símbolo a símbolo, sí me parece una alegoría perfecta de nuestra forma de soñar.

Primero está el mar, que sería nuestra realidad, nuestras circunstancias personales –para algunos un mar en calma; para otros, tempestuoso–. El arte de volar consistiría en no acercarse demasiado porque podría mojar nuestras alas y arrastrarnos para siempre. Es decir, soñar requiere estar siempre un paso por encima de la realidad, ilusionarnos con nuevos proyectos y objetivos, superarnos, pero sin olvidar que nuestra realidad está ahí, que nos limita de algún modo y determina la altura que podemos alcanzar.

Luego está el sol, que marca el límite de lo que podemos sobrevolar. El sol sería como esas expectativas que son capaces de cegarnos, de hacer que perdamos el rumbo y olvidemos nuestra realidad. No hay camino más recto hacia la frustración y la infelicidad que crear expectativas que no podemos cumplir, por más que nos esforcemos. Por eso nunca me gustaron esas frases, a menudo bienintencionadas, que crean expectativas irreales. No, no podemos conseguir todo lo que nos propongamos, aunque esté de moda decirlo. Lo cierto es que debemos ser selectivos con nuestros sueños y centrarnos sólo en aquellos que podamos convertir en realidad.

Y ya por último habría que hablar de los sueños impuestos. Esas alas ajenas que no has fabricado tú mismo, que no tienen tu medida, porque son los sueños que otras personas han proyectado sobre ti. Me gusta imaginar que las alas que Dédalo entrega a Ícaro son como esas aspiraciones que muchos padres proyectan sobre sus hijos, profesores sobre sus alumnos y, en definitiva, la sociedad sobre todos nosotros. Es difícil volar si los sueños que llevas a tu espalda no son los tuyos. Cada día, en clase o en la calle, hablo con personas que me cuentan lo que quieren hacer en la vida de memoria, como si lo hubieran repasado mil veces. Cuando les pregunto si eso es lo que realmente desean, con sinceridad, se hace un silencio fácil de entender: no llevan sus alas.

En definitiva, si volar fuera sencillo, Dédalo no estaría llorando a su hijo. No es fácil distinguir entre los sueños propios y los que nos llegan impuestos; ni entre los sueños sensatos y los deseos imposibles. Tampoco es sencillo, aun teniendo claro cuál es tu sueño, lograr mantener el vuelo entre el sol de las expectativas y el mar de la realidad. Soñar y cumplir los sueños es una tarea compleja que requiere un enorme esfuerzo y mucha honestidad –fundamentalmente, honestidad con uno mismo–. Sin embargo, si uno es realista con sus circunstancias personales y aun así es capaz de fabricarse unas alas a su medida, pronto se dará cuenta de que ya ha logrado lo más difícil: dejar atrás ese laberinto que limitaba su horizonte.

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