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Vie. Abr 19th, 2024

Los magos que viajaban siguiendo una estrella

Gabriel UrbinaLas grandes historias cobran sentido dentro de uno, y no necesitan ser reales para cambiar tu realidad. No importa si aparecen en un libro de literatura o en una obra considerada sagrada por alguna religión. El origen de las grandes historias tiene siempre un horizonte oral, repleto de amaneceres sobre los que multitud de pueblos, siglo a siglo, han heredado y tejido su mundo, modificando, enriqueciendo y actualizando un mensaje cuyo enorme valor simbólico arde siempre nuevo, renaciendo en cada época y cultura con los matices que estas le aportan.

La historia de los magos que viajan desde Oriente para adorar al nuevo rey de los judíos es una de esas narraciones fascinantes. Yo, que la leí muchas veces siendo niño en una de sus fuentes, la de la Biblia, me quedaba maravillado con el relato de unos sabios que, a pesar de su poder, decidían dejarlo todo y emprender un viaje lleno de dificultades, guiados por una estrella, para llevar a un recién nacido obsequios de un valor incalculable –el poder de los símbolos escapa siempre del cálculo material–, y evitar el engaño del mismísimo Herodes el Grande, quien poco después se vengaría de la forma más cruel que cabría imaginar.

Poco importa el nombre de esos magos –en la Biblia nunca se dice que fueran tres ni se hace referencia a sus nombres– o que el concepto de mago tuviera un sentido absolutamente diferente al que tiene en nuestros días –esto hace que la historia sea más cercana y formidable, porque se presentan tan humanos como cualquiera de nosotros–. Poco importa que partieran de Oriente o de la mítica Tarsis, en el confín de Occidente. Las grandes historias tienen una fuerza simbólica tan arrolladora que superan cualquier intento de explicación. Es el mensaje contenido en esta tradición, más allá de sus formas, el que debe perdurar.

Algunos piensan –posiblemente con razón– que de esta tradición sólo queda consumismo, niños consentidos saturados de regalos y un materialismo insaciable que ha acabado devorando el valor de la empatía y la solidaridad. Yo creo, sin embargo, que cuando has interiorizado la magia de una historia nada puede arrebatártela. Tal vez, simplemente, estemos confundiendo el mensaje. Bastaría con recordar el ejemplo de esos magos que se olvidaron por un instante de sus propios hijos para buscar a un niño que lo había perdido todo. Unos sabios que le regalaron al recién nacido, en primer lugar, su presencia física, llenando de caricias y calor esos rincones que no se alcanzan con abrazos virtuales ni con regalos caros. Unos reyes que, sin serlo, se mostraron dignos de un reino porque eligieron proteger la verdad que había en la mirada de aquel pequeño antes que complacer los deseos del poderoso Herodes. El valor de un regalo –sea material como el oro o espiritual como el incienso– se mide al final por la intención de quien lo ofrece y la ilusión de quien lo recibe.

Las grandes historias, como decía, cobran todo su sentido cuando laten dentro de uno, y esta historia siempre me recordará algunos de los días más felices de mi vida. En mi retina permanece nítida la imagen de todos y cada uno de mis hermanos desfilando a tientas en la oscuridad del pasillo, con una sonrisa radiante en la mirada. Recuerdo el silencio del crepúsculo roto por esa risa loca mezcla de nervios y entusiasmo, el ruido de los paquetes al abrirse y la inmensa felicidad de descubrir que, más allá de los regalos que me habían dejado, estaba la ilusión compartida de mis hermanos, que me miraban para hacerme cómplice de su alegría y para que yo les abriera la puerta de la mía. Las casas de los primos y los vecinos se iban contagiando y, lentamente, las luces en las ventanas anunciaban nuevos gritos, más abrazos, mientras se desperezaba el amanecer más dulce del año.

Hoy las calles se llenarán de nuevo de carrozas y sonrisas, y la historia de esos viajeros que dejaron atrás su cómoda vida para buscar y servir a un recién nacido, pobre y desterrado, volverá a brillar en medio de la noche. Niños y adultos de todas partes aguardarán con ilusión la estela que deja al alba una estrella que sigue su rumbo más allá de los sueños, repartiendo felicidad y, al mismo tiempo, recordando que el niño de Belén está por todas partes –pequeños inocentes, huidos de tantos lugares, que siguen buscando un refugio seguro–. Hoy más que nunca necesitamos creer en el mensaje de unos magos que, siguiendo la estrella, salpiquen de esperanza y alegría nuestro presente cotidiano. Felices Reyes.

 

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