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Vie. Nov 22nd, 2024

El viajero enredado y otros disparates del turista de hoy

Hubo un tiempo en que viajar suponía contemplar naturalezas puras y disfrutar de sus silencios, admirar monumentos centenarios y aprender su historia, charlar con las gentes de cada lugar y conocer sus pasiones y sus quejas, saborear los guisos locales y beber los vinos del terruño… Hubo un tiempo en que viajar era convivir, tener experiencias, forzar los cinco sentidos y alguno más para abarcarlo todo.

En ese tiempo, algunos se permitían tomar unas fotos para el recuerdo, los más osados hacer un video con el que aburrir a sus amigos a la vuelta y los más humildes comprar unas postales. En ese tiempo se viajaba antes, durante y después del viaje. Se preparada, se disfrutaba, se recordaba. El viaje era una religión personal, íntima y sincera.

Pero esos tiempos han pasado, hoy la palabra clave del viajero, la palabreja que muchos usan como excusa es: compartir. Y ello supone que el viaje se convierta en una sucesión de selfies que subir cuanto antes a Instagram, en una serie de comentarios insulsos que poner en los muros de Facebook o hacer uno más largo y subirlo al blog de turno, o mandar algún texto a tus grupos de WhatsApp, o, los más persistentes manejarse entre la marea de redes sociales y “compartir” su viaje en Youtube, WeChat, Qzone, Tumblr, LinkedIn, Weibo, Snapchat, Baidu Tieba, Viber, Reddit, Line, Soundcloud, Badoo, Vine, Pinterest, YY, Flickr, Google+, Telegram, VK, Spotify, Slideshare, Taringa, Tagged… No hay tiempo para otra cosa en el viaje. Según Google, el 92% de los viajeros sienten el impulso de compartir sus experiencias en las Redes Sociales, o sea que no hay vuelta atrás. ¿O sí?

Hasta no hace mucho tiempo, lo malo de los móviles era su uso abusivo por muchos, sin respeto a los vecinos en trenes, restaurantes, reuniones, etc. Años después el asunto ha ido a peor, mucho peor. La proliferación de redes sociales y la dependencia de ellas, el WhatsApp y otros sistemas que facilitan la comunicación a través de los aparatos hace que millones de personas estén absolutamente secuestradas por sus móviles y que de alguna forma, el móvil haya sustituido a la educación.

Cada día vemos gente que lee o escribe en su aparato mientras se comparte, por ejemplo, un ascensor, ese lugar donde antes se intercambiaban apasionantes opiniones sobre el tiempo. El otro día coincidí con un joven vecino que ni siquiera preguntó a qué piso iba, enfrascado en responder uno de sus “urgentes” mensajes; no me pude reprimir y abrí el periódico que llevaba bajo el brazo y me puse a leerlo frente a él, creo que se dio cuenta porque se guardó el teléfono en el bolsillo y yo cerré el diario. Hace poco, paseando por Viena y junto a un romántico café, observé a una joven pareja que escribía cada uno en su móvil sin mirarse ni un instante a los ojos. Pensé que tal vez se estaban enviando mensajes entre ellos, pero no creo…

Soy muy aficionado a la música y casi todas las semanas voy al Auditorio Nacional y, pese a que antes de comenzar el concierto advierten que se apaguen los teléfonos móviles, siempre hay alguien –siempre– que enciende la pantallita con la sala a oscuras para leer un mensaje… y deslumbrar al vecino. No es raro interrumpir una conversación en persona para atender un mensaje. El otro día vi un letrero en un bar de Chamberí que decía: “No tenemos wi-fi. Hablen entre ustedes. Es gratis”.

En los viajes de antes se llegaba a un lugar a comer y se pedía el menú y la carta de vinos; hoy lo primero es saber si hay wi-fi y la contraseña, leer los mensajes almacenados en la última media hora y enviar los correspondientes tuits. Y es más importante la foto de los platos que saborearlos. Por supuesto nada de hablar con los compañeros para saber sus gustos en la comida, lo urgente es chatear que se está en un buen restaurante en algún lugar del mundo y presumir… digo: compartir.

Redes narcisistas

Algunos sociólogos ya hablan de la cultura ‘selfie’ para describir nuestra sociedad, cada vez más autocomplaciente y superficial, y donde la imagen parece haberse convertido en el valor principal del individuo. En realidad es una enfermedad, una pandemia que encuentra en las redes sociales el entorno ideal donde expandirse, también algún experto considera que cada día hay más personas que sienten que no valen nada si los demás no lo reconocen. Por eso muchos ahora se guían por el número de “likes” que tiene cualquier breve comentario o la foto que acaban de subir, eso les estimula y creen que así también hacen felices a sus miles de “followers”. Aunque con frecuencia el efecto es justo el contrario. La idílica localidad suiza de Bergün ha prohibido que los turistas saquen fotos de sus bellas casas y sus pintorescas calles porque “se ha demostrado científicamente que observar hermosas fotografías de las vacaciones de amigos o familiares colgadas en las redes sociales puede hacer infeliz al espectador que no haya podido disfrutar de ese enclave”.

Hoy, nada de besito de buenas noches. El 75% de los usuarios de móviles, el último gesto que hacen antes de dormirse es mirar la pantalla a ver si hay algún mensaje… y lo primero al despertarse. Sin embargo, los expertos (Universidad de Gotemburgo) aseguran que el abuso del móvil y el ordenador, puede crear problemas con el sueño, estrés y síntomas de depresión. Incluso se ha definido una nueva enfermedad, la Nomofobia (“no-mobile-phone phobia”), o miedo a no llevar el teléfono encima. Quienes la padecen (más de la mitad de los usuarios de móviles) suelen tener falta de seguridad en sí mismos y baja autoestima. Además, los smartphones pueden provocar nuevas patologías como problemas en el pulgar y dolores cervicales. Sin hablar de los accidentes, atropellos y tropezones que sufren quienes lo utilizan andando. También se ha definido otra enfermedad o actitud, el “phubbing”, que consiste en prestar más atención al móvil que a quien tienes delante.

Tiempo perdido

España tiene el dudoso mérito de tener el porcentaje más alto de móviles por habitante de todo el mundo, superior al de Estados Unidos, Alemania, Francia, Italia y Reino Unido. Hay más de 50 millones de aparatitos circulando, varios millones más que habitantes, incluyendo ancianos y bebés. Millones de personas perdidas en una maraña de mensajes, correos electrónicos, me gustas de Facebook o Instagram y retuiteos varios. La estadística indica que se consulta la dichosa pantallita hasta 150 veces cada día, una vez cada cinco minutos, incluyendo el tiempo de comidas, trabajo, descanso en casa y hasta el momento de la ducha. Si se dedica solo dos minutos a leer y responder mensajes “trascendentales” o llamadas se llega a la conclusión de que el móvil ocupa cinco horas de nuestra vida, cada día. En una vida útil de 60 años de móvil, saldrían 109.500 horas de nuestra vida dedicadas al aparato: más de 12 años completos, 24 horas al día, dedicados al móvil. ¿Merece la pena, no hay nada mejor que hacer en ese tiempo?

Lo malo, lo peor, es que el vicio del móvil cada vez llega antes. Ya no es raro ver niños de siete u ocho años obsesionados con el aparatito y sin hacer caso al balón o la muñeca de toda la vida. Aunque algunos han sabido ver el peligro a tiempo. Steve Jobs, fundador de Apple, no dejaba que sus hijos juguetearan con el iPad y buena parte de los ejecutivos de Silicon Valley lleva a sus retoños a escuelas low-tech, lugares libres de móviles y ordenadores donde los alumnos aprenden a hacer cosas tan raras como consultar libros de papel. El popular columnista de The New York Times, Ross Douthat ha propuesto que se cree un movimiento político o plataforma social a favor de la moderación digital que abogue por una nueva cultura de restricciones similar a las del alcohol o el tabaco, que limite por ley el uso de móviles en coches, museos, librerías, catedrales y reuniones laborales… y tal vez, añado yo, en algunos viajes.

¿Y qué hacer contra los bulos, falsedades, injurias, amenazas y falsas noticias que algunos alimentan con el rimbombante título de la “posverdad” o mentira emotiva, o mentira, simplemente? La RAE todavía no define este término, pero el diccionario de Oxford (intocable antes del Brexit) ya la ha incorporado. Dice algo así: “La posverdad se resume en que la apariencia de los hechos es más relevante que los hechos en sí, aunque este tipo de creencias nos lleve a una falsedad”. Un eufemismo moderno de la mentira de toda la vida. Algunos ya han comenzado a tomar medidas, como la diputada y exministra verde alemana Renate Künast que ha emprendido una particular cruzada contra estas falsedades y contra quienes las acogen, en particular Facebook y Twitter, amenazando con multas si no son capaces de retirar en 24 horas los mensajes denunciados como falsos o injuriosos.

Vacaciones desconectados

En el mundo del turismo se han empezado a tomar medidas para que los aparatos electrónicos no invadan los espacios dedicados al descanso, el disfrute del viaje, la buena gastronomía… Se propone, en el fondo, practicar un “deporte de alto riesgo” que no consiste en escalar el monte más alto de la región o tirarse por una cascada salpicada de rocas. La auténtica actividad de riesgo pasa por vivir sin su dispositivo electrónico favorito como hacían antes de que se inventaran. Empresas como la balear Desintoxicación Digital, trata de que sus clientes abandonen el hábito de estar todo el día mirando el móvil por lo menos durante el fin de semana a través del contacto directo con la naturaleza.

Desde hace poco más de un año están creciendo los llamados hoteles Detox que en ocasiones son propuestas de hábiles empresarios independientes que hacen de una carencia de infraestructuras móviles de su establecimiento, un punto fuerte para la comercialización y el posicionamiento de su producto. Ejemplo de ello son algunas casas rurales ubicadas en zonas donde no hay cobertura, cuyos propietarios han optado por poner en valor esa desconexión como base de su tratamiento Detox. Pero junto a ellos, hay grandes cadenas y hoteles que han apostado por este producto con programas específicos, como Vincci Hoteles con su Digital Detox Pack lanzado hace unos meses que tiene entre sus premisas que el cliente entregue a la llegada todos sus aparatos electrónicos, incluido el móvil, la tablet o cualquier otro dispositivo electrónico. A cambio se le entrega un libro o un juego de mesa junto con unas sugerencias, para que la estancia sea lo más agradable y ‘desintoxicante’ posible.

El Barceló Sancti Petri ha sido uno de los precursores en el programa Detox, en el que obviar la tecnología es una parte de su programación wellness. El gesto de depositar sus smartphones, como los pistoleros que entregan sus armas al sheriff cuando llegan a un pueblo en las películas de vaqueros, es celebrado enormemente por sus parejas y familiares que suelen acompañar al centenar de inscritos en este peculiar pack del hotel Sancti Petri desde que se puso en marcha en 2013. En su spa ofrecen masajes especialmente diseñados para ellos que llaman iMasaje, ya que llegan muy tocados desde el pulgar hasta el cuello. Por ello, se intenta recuperar la movilidad de las manos, brazos y codos, las zonas del cuerpo más maltratadas por estar todo el día con los teléfonos y los ordenadores. Sancti Petri ofrece también clases de cocina, equitación, jardinería y Chi Kung, una especie de yoga chino, que busca a través de la respiración reducir su nivel de estrés tras independizarse de su dispositivo electrónico.

En el idílico hotel Barceló La Bobadilla, uno de los mejores de España, un palacio nazarí en la sierra granadina de Loja, te quitan el teléfono al entrar (si quieres) y te miman con cocina ecológica, rutas a caballo, picnics a medida, catas y envolturas con aceite de oliva en el spa. Mil Madreñas Rojas (Salientes, León) y Mas Els Terrats (Gerona) son dos de las casas rurales que han optado por la filosofía black hole. No hay cobertura digital ni televisión. A cambio, rutas de montaña, osos pardos, urogallos, talleres y mucho más.

Además de los ya mencionados, el buscador www.jetcost.es ha encontrado una serie de hoteles de distinto tipo en los que los móviles están restringidos o hay limitaciones de cobertura. Estos son algunos: Casa O’Crego (Vilaquinte, Lugo), La Panadera (Herrera de Ibio, Cantabria), La Senda de los Caracoles (Grado del Pico, Segovia), La Gándara (Burgos), La Fabriquina y el Molino de Valdelagua (Agüerina de Belmonte, Asturias)

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