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Lun. Nov 25th, 2024

Rosa FreyreTodos somos conscientes de que vivimos en una sociedad global, en la que participan todo tipo de personas de diferentes ideologías, aspiraciones, gustos, ambiciones y también, por supuesto, de que podemos y tenemos a nuestro alcance la posibilidad de hacer aquello que deseamos en gran medida.

Sin embargo una situación cada vez más extendida y que requiere un análisis es el hecho cierto de que las personas vamos perdiendo nuestro carácter de «individuo» por el de identificarnos con un grupo o colectivo. Y es hasta cierto punto comprensible que, el saberse y reconocerse como individuo, requiere tener un concepto claro de lo que una persona quiere para su vida, de lo que piensa, y de lo que permite que los demás hagan con ella. En cambio, al identificarnos totalmente con un grupo o colectivo, accedemos inmediatamente a unas señas de identidad que engloban a una serie de personas que, unidas mantienen sus objetivos, y que, mayormente, solo nos exigen seguirles. Evidentemente, hay mucho camino hecho.

Cada día es más difícil mantener y dar expresión a la condición de individuo, por el sencillo hecho de que existen grupos que, sabiéndote elemento susceptible de provocar la duda sobre la necesidad de la pertenencia a una comunidad, te consideran un peligro.

Pensar por ti mismo, expresarte con tus propias palabras, que deduces de lo que observas, de lo que lees, exige un trabajo, exige un tiempo, tiempo que muchos prefieren dedicar a la diversión y dejar que le den lo «pensado» y «decidido» a otros.

Nunca, como individuo, he sentido la necesidad de formar parte de comunidades, asociaciones, de la naturaleza que sea, prefiero mantener mi propia individualidad, saber, en todo momento, que nada me ata a nada ni a nadie, toda vez que el mundo en el que vivimos nos pone los suficientes condicionantes para continuar nuestro día a día.

Hoy asistimos a situaciones en la que las consignas mueven multitudes, consignas que abarcan toda naturaleza, y sobre todo, las que van unidas a aficiones, como el fútbol, deporte -por decirlo de alguna manera-, pues su calificación mas exacta sería «negocio» nacional, como la política, que también ha llegado a adquirir ese mismo carácter, para beneficio de unos pocos.

Mayormente las personas necesitamos, para desarrollar nuestra vida diaria, de un espacio vital, y es un hecho constatado, que ese espacio vital se ha ido reduciendo, hasta el punto de que nos movemos en unas dimensiones vitales mínimas, cuando nuestro movimiento va unido al de un determinado grupo. Y por movimiento entiendo y me refiero a todo tipo de actividad lúdica o no.

Son pocas las personas que disfrutan de una soledad en la que pueden acceder a mundos que les son del todo satisfactorios, lecturas, paseos, viajes, asistencia a eventos, en solitario, sin acudir acompañados, solo tú. Y es un verdadero placer descubrir que una persona se basta a sí misma para saborear de una libertad que no es prácticamente accesible si estás rodeada de gente a todas horas del día y de la noche, en algunos casos.

Quienes así pensamos y nos mantenemos, hasta cierto punto, alejados de lo que es la multitud somos, a veces, calificados, como asociales y antipáticos, e incluso, queda en entredicho nuestra posibilidad de ser considerados «aptos» para vivir en sociedad, en una sociedad que la primera de las reglas que impone es tu renuncia a un espacio vital que debería ser del todo necesario.

En el reciente evento de las regatas que hemos podido disfrutar en nuestra ciudad, he podido observar, desde lejos, por supuesto, la gran cantidad de personas que acuden al llamado de la concentración del individuo en torno a un hecho determinado. ¿Importa el hecho? ¿Sopesamos la posibilidad de que nos guste? No. Sencillamente, atendemos, en grupo, a un acto social. Y ello, porque el ser humano es, fundamentalmente, social, si bien hay quien antepone su propia libertad de decidir lo que quiere y  aquello con lo que disfruta, o no es que las anteponga, sino que las conoce perfectamente, previa selección.

El ser humano, en su afán de sentirse identificado con una mayoría que le pueda satisfacer sus necesidades de divertimento y ocupación de su tiempo libre, ha perdido ese individualismo. Sencillamente es mucho más fácil que te den hecho lo que «debe de gustarte», a que indagues por ti mismo tus gustos y aficiones, a ello hay que dedicarle tiempo y de tiempo como que muchos ya lo tienen todo repartido.

La vida del prójimo es, sin lugar a dudas, el primero de todos los motivos de entretenimiento y diversión para muchos, pues la suya propia ya la tienen entregada a una colectividad que decide el qué, el como y el cuando.

«Autómata.

Persona sin voluntad propia que se deja manejar por otras o que actúa de manera mecánica, como si fuera una máquina».

 

 

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