Las cosas claras, evidentes y ciertas no necesitan muchas explicaciones, ni excesivas palabras. Los parlamentarios socialistas en la próxima sesión de investidura deberían votar No a Mariano Rajoy. Un vistazo a las fases orales de los procesos de la trama Gürtell y de las tarjetas opacas de Bankia dan motivos sobrados para ni tan siquiera plantearse la abstención. Luego están, y no es poco, las políticas sociales y económicas que ha mantenido el Partido Popular los últimos cuatro años. El PSOE está en estos momentos lleno de confusiones y además, téngase en cuenta, colmado de indignación en una parte nada despreciable de su militancia. Y la gente ya ha aprendido a hacer de la indignación un motor de cambio político, y los militantes socialistas indignados no son ni tontos ni torpes.
España, la real, la que sufre los recortes y se hunde en la pobreza, la que no encuentra trabajo digno, la que habla diversas lenguas, la que ve difuminarse el futuro de sus hijos, la que conserva la dignidad del trabajo bien hecho frente a la especulación, la corrupción y el falso profesionalismo político, esa España por higiene democrática exige un No a Mariano Rajoy. Son muchos más que los que le votaron. España necesita un golpe rotundo de regeneración. Y el Partido Socialista no puede esconderse tras la razón de estado y milongas parecidas. O se alinea con la regeneración o se suicidida. La abstención no es camino, ni tan siquiera la libertad de voto de los parlamentarios sirve ya, sería interpretada como una componenda, una de esas que gustan tanto a los golpistas del Comité Federal.
¿Quién teme a terceras elecciones? Los demócratas desde luego que no. Como señaló Patxi López mejor ese mal trago, si es que lo fuera, que votar a Mariano Rajoy y su pléyade de imputados, acusados, procesados y políticas sociales ruínes. Lo dicho, la verdad necesita pocas palabras, en este caso sólo una. No.