Conociendo la historia de este nuestro país y sus gentes, siempre hemos escuchado hablar y, acertadamente, de que uno de los «pecados» mas generalizados, si no, el más, es la envidia. Desprendiéndonos de la connotación religiosa que le acredita como eso, pecado, desde el punto de vista del psicoanálisis la envidia se define como un sentimiento que experimenta una persona que desea algo que posee otro.
De esta forma, la envidia solo causa sufrimiento a aquél que la experimenta, pues le impide gozar de todo aquéllo que tiene y a la vez no puede apreciar ni dar valor a lo que es de su propiedad, produciéndole una total incapacidad para dar rienda suelta a diferentes sentimientos como son el amor o la gratitud. Evidentemente, el envidioso siente una necesidad apremiante de obtener aquéllo que es objeto de su sentir, y piensa en la posibilidad de quitárselo al envidiado, si es un bien material, o hacer, incluso, daño a la persona, si el bien es de carácter intrínseco: bondad, belleza, inteligencia….La envidia no conoce límites por la sencilla y curiosa circunstancia de que tiene su origen en el más que profundo mundo de la persona, que jamás queda satisfecha. Es más, si hoy el sujeto envidia algo de alguien, mañana hará lo propio con otra persona y otra cosa o condición.
No obstante, esa envidia que siempre ha caracterizado a los españoles ha sido sustituida por el «pecado» que se ha vuelto mas generalizado, la «IRA» y estaréis, sin duda, de acuerdo conmigo cuando razonemos en tal sentido.
La ira se considera como una forma de reaccionar y dar una respuesta a las personas que se enfrentan con una amenaza. Mas para acertar en este «diagnóstico» debemos acercarnos a lo que la psicología nos habla de la ira, y de la que reconoce tres tipos; una primera, que está dirigida hacia la autopreservación, y que es propia tanto de seres humanos como de animales, cuando se ven amenazados, obedeciendo al nombre de «ira precipitada y repentina»; otro tipo de ira es la conocida bajo la denominación de «ira estable e intencionada», que nos lleva a responder a un trato injusto o que conlleva mala intención. Ambas tienen un rasgo en común y es que no son continuas en el tiempo, sino que surgen en forma de episodios aislados. Mas existe otra forma de ira, que tiene una connotación recurrente, y que se refleja en el carácter, el instinto, e incluso, el pensamiento, teniendo como consecuencia una continua irritabilidad, muestra un oscuro resentimiento y abunda en actitudes de mala educación de palabra y obra.
Y precisamente, este último tipo de ira es la que ha pasado a convertirse en el «pecado» nacional, por excelencia, a lo que han contribuido, de forma mas que patente, el incontrolado e incontrolable mundo que se mueve en las redes sociales.
Ese hecho manifiesto de la ira, como protagonista de cualquier conversación o intervención en diferentes portales virtuales, viene protegido por la circunstancia de que el insulto, la zafiedad, la falta de educación, la grosería se lanza desde la distancia, existe una total falta de aproximación física entre quien insulta y entre quien recibe el mal trato, con lo que la conversación, si se le puede calificar como tal, alcanza niveles que rozan en la denuncia pública.
Es así como los españoles nos vamos haciendo mas poderosos en nuestros posicionamientos en distintos ámbitos, fundamentalmente, políticos y sociales, toda vez que una opinión expresada por un individuo empieza por recibir desde rechazos a gravísimos insultos, e incluso amenazas, desde la seguridad de que quien así actúa lo hace parapetado por un sistema que impide el contacto personal e incluso, el anonimato.
En el día a día, vamos observando como las manifestaciones personales hacia las opiniones o comentarios de muchas personas son objeto de la ira del todo descontrolada, de personas que, enfadadas llegan a perder su objetividad, su empatía -si en algún momento, la tuvieron-, la prudencia, propiciando, incluso, a causar daño físico.
En definitiva, estimados lectores, todo es cuestión de la educación en valores, algo que se ha ido perdiendo, y que les da a las personas su calificación como seres humanos civilizados, que saben, en todo momento, controlar sus emociones y actuar en consecuencia.
Desgraciadamente, en este nuestro país, vivimos en un estado de permanente irritación, y se nota.