La actriz y directora Esperanza Lemos me acoge en su sala de teatro Artes Escénicas Carlos Lemos Café-Teatro (Calle de Cebreros 2, Madrid). De estirpe de actores, Esperanza es bisnieta de la actriz Dolores Lemos y nieta del actor Carlos Lemos, hija de la actriz Rosa Fontana y de Carlos Lemos, realizador de TVE. Tuve la oportunidad de conocerla personalmente porque dirigió mi pieza teatral “Mira que somos fantasmas”, incluida en el montaje ¡Qué bello es morir! y estrenado en el Teatro Bellas Artes de Madrid en 2016. La actriz ha participado en numerosos montajes, entre ellos La cena de los idiotas (J.J. Alfonso y Josema Yuste, 2010-2017), pero ahora está centrada en su proyecto más preciado: el café teatro Carlos Lemos.
¿Por qué decidiste abrir Artes Escénicas Carlos Lemos, una sala multidisciplinar?
Esto viene después de una experiencia vital mía, en una época que es cuando más o menos te conozco a ti, porque yo estaba con un montaje, La cena de los idiotas, muy exitosa, teatro comercial cien por cien, llenando aunque hubiera fútbol, pero, claro, eso era un no parar. Fueron siete temporadas y luego nos íbamos de bolos… En un momento dado, acabé haciendo también otra obra, Una boda feliz, y además tenía en cartel varios infantiles, que había escrito y dirigido, y surgió también lo de ¡Qué bello es morir! En lo personal, mi marido tenía esclerosis lateral amiotrófica y entonces yo tenía que trabajar, trabajar y trabajar, y menos mal que lo me salía a mí me gustaba. Tuve la suerte de estar trabajando con amigos y en Una boda feliz me encantó estar con Carlos Chamarro, al que siempre digo que ha sido mi mejor novio de ficción.
En ¡Qué bello es morir!, la relación con Josele Román y Beatriz Rico fue muy estrecha… Pero era duro. Imagínate que estaba haciendo La cena de los idiotas en La Latina y sustituyendo a la actriz que hacía de bruja en La Sirenita en el Teatro Arlequín. Esto lo hacía a las cinco de la tarde… En Navidad cruzaba la plaza Mayor corriendo después del musical para ir a La Latina a hacer La cena de los idiotas. Era una inercia muy exagerada. Falleció mi marido y continué con esa inercia… Sigues, sigues, sigues, pero, claro, ¿hasta dónde? El mes que falleció mi marido, a mi madre le dio un ictus por la presión que sostenía de mi padre, que estaba con Alzheimer. Es como si yo hubiera tenido un edificio muy chulo, pero apuntalado, y se empezara a caer todo. Meses después falleció mi padre.
¿Decidiste frenar?
Sí, pero, cuidado, no es frenar. Fue decir «¿puedo hacer algo que me apetezca a mí?» Después de lo que había vivido, algo tenía que aprender y entonces me dije que sí era posible hacer esto y me puse a buscar locales con mucha ilusión.
¿Tenías ya la idea de montar una sala de teatro?
Siempre la he tenido. A ver, mi bisabuela tenía una compañía de carromato. Mi abuelo estuvo toda la vida metido en un carromato. Yo decidí quedarme en Madrid y buscar un sitio. Encontré este local, que me parecía bueno, porque además pensé que no tenía sentido meter otra sala de teatro en el centro de Madrid. Tenía que buscar un lugar con unas dimensiones razonables, porque lo que podía encontrar en el centro eran salitas de aforos de veinte o treinta personas. Que me parece muy bien, porque tiene que haber teatro en todas partes, pero quería algo un poquito más grande. No quería hacer representaciones para dos gatos. Ese no era el plan. Aquí han estado ensayando los Yllana, por ejemplo. Además, el centro está saturado de salas. Mi intención era encontrar un lugar, como este, que estuviera en otra zona, pero a la que se pudiera venir bien en metro.
¿Qué era antes este local?
Era un Salón del Reino de los Testigos de Jehová y el espacio estaba de otra manera. Estaba pensado para el culto religioso, licencia que aún conservo. Se lo compré y ellos se trasladaron a otro local, espectacular, por cierto, pero a veces vienen aquí a hacer eventos privados. Mantengo muy buena relación con ellos. Si no acojo otras cosas que no sean solo representaciones, esto sería inviable. Es que esto es una vergüenza. No se puede estar pagando mil y pico de euro de IBI, incluido en pandemia, en un barrio, Lucero, que hay que ver lo bien que limpian… A mí no me ha ido bien ni con los políticos de antes ni con los de ahora. No es que no me haya ido bien, es que me ha ido “remal”, porque me ha costado la vida la licencia de este local. Ya me gustaría a mí que les pidieran a las casas de apuestas lo mismo que me han pedido a mí para poder hacer teatro. Yo tengo esto insonorizado, con diez meses de obras para poder hacer lo que tú ves gastándome lo que tenía y lo que no tenía. Ahora nos ponen el estacionamiento regulado, y yo, como no estoy empadronada aquí, aunque trabaje y tenga mi negocio aquí tengo que pagar 800 euros al año por estar ocho horas diarias, que además solo valen de lunes a viernes. ¿Me estás diciendo que este mes me soplas los mil y poco del IBI más 800 para poder aparcar el coche en mi trabajo? Más todo lo demás…
¿Cómo se te ha acogido en el barrio?
Tengo unos vecinos que me adoran, que están encantados. Por otro lado, estoy en un barrio en el que no hay dinero para hacer grandes gastos, lógico, pero los bares están llenos, y, oye, me parece muy bien porque lo mismo la realidad es tan insoportable que la única manera de huir de ella es emborrachándote. He hecho cursos que ha venido gente desde Galapagar y gente que ha venido a las actuaciones desde Alcorcón. ¿De Lucero? Nadie. ¿Te parece caro venir a ver una actuación por 10€, con consumición incluida? El sábado 19 estuvo el monologuista Juan Solo y se tiró actuando cincuenta minutos, hizo un parón para que la gente se tomara algo y luego continuó otros cincuenta. O sea, desde las 21:30 hasta las doce de la noche por 10€ con consumición incluida.
¿Sientes apoyo por parte de mundo del teatro?
(hace un gesto de incredulidad)
Tú cara lo dice todo.
A ver, voy a puntualizar: el mundo del teatro es el mundo. Lo que pasa es que es el mundo muy sublimado. Mi padre me dijo una vez que en este oficio te encuentras a las mejores personas del mundo y a las peores. Tengo que decir que me siento muy apoyada por gente muy determinada y me he convertido en invisible para el resto. ¿En qué mundo estamos ahora? No estamos en el de antes… Mira, venía oyendo un programa en la radio en el que hablaban de fotografía, porque se está poniendo de moda otra vez la fotografía analógica… La gente ahora se hace treinta fotos, a ella misma, y no se le da importancia a prepararla. En lo nuestro hay mucho de eso, de lo mediático… O sea, yo veo fenómenos como Fran Antón, del que tengo mi propia opinión, pero es una opinión porque, como decía mi abuelo, los actores no somos monedas de cinco duros que le gustemos a todo el mundo. Considero, entonces, que todo el revuelo que se monta alrededor del que se tenga una relación con un señor, que además no siquiera es de teatro, sino un colaborador de un programa, no te hace ni mejor ni peor actor. Pero ahí está ese empuje mediático y luego todo eso que se ha generado de que te digan que para acceder a un casting tienes que tener mínimo no sé cuántos seguidores en redes sociales…
¿Te ha pasado?
A mí no, pero a mucha gente sí. A mí no porque ya te digo que estoy un poco pasando de todo. No pasando, y tampoco me he retirado, pero estoy volcada en mi sala porque los inicios son muy importantes, aunque el primer año, antes de la pandemia, tenía aquí eventos enormes, como por ejemplo el cumpleaños del “product manager” de El rey León con unas cien personas aquí. Ya en la pandemia no me volví loca porque me puse a cortar el seto del jardín y a pintar la casa. Pero después de la pandemia ha sido muchísimo peor que abrir de primeras y que no te conozca nadie. Ha sido terrible. Ahora yo tengo que estar aquí para todo: las representaciones, el bar… Soy una actriz rara, porque nunca he tenido que trabajar en un bar, pero ahora lo hago en el mío de aquí.
¿La gente del teatro está muy loca?
La gente está loca en general. El ambiente general es de crispación… ¿Tú sabes esto de que la ignorancia es muy osada? No me considero una persona demasiado inteligente, ni formada, pero los que hacemos teatro deberíamos tener dos cositas que ahora creo que brillan por su ausencia y una de ellas es leer.
¿La mayoría de la gente no lee?
La gente no lee. No sabe leer, ni tiene ningún tipo de análisis de texto. La gente tiene una idea preconcebida y adapta sus ideas, que ahora están muy extremistas, según les convenga. Yo cuando generalizo me refiero a más del 50%…
¿Esto en el teatro se refleja?
Claro, porque el teatro es un escaparate de lo que sucede. Es cierto que ahora veo bastante justificado el hecho de que todo se base en la risa, sin demasiado fondo, porque se supone que, históricamente, después de que pasa un acontecimiento social dramático es lógico que la gente quiera reír. Pero la comedia puede ser inteligente y el teatro debe tener una responsabilidad de formación.
¿Tú te encargas de seleccionar lo que se programa aquí en Artes Escénicas Carlos Lemos?
Sí, ahora hago de todo. Mira, por ejemplo: lo de Juan Solo. Con todos mis respetos a los monologuistas en general, y a los que a lo mejor hacen una línea escatológica sencilla en particular, pero cuando Solo acabó el sábado todo el mundo decía que era un crack. ¿Por qué? Porque a mí me gusta el humor un poquito más elaborado, que te lleve a algún sitio, que te hable de algo. Programo muy poco y aquello que me interesa de gente que normalmente conozco y que lo sabe hacer, porque es que ves gente que no vocaliza y sale a un escenario y no sabe ni pisar.
¿Qué significa para ti Carlos Lemos, el nombre de la sala y que era el nombre de tu abuelo?
Mi bisabuela, Dolores Lemos, tenía un carromato de aquellos cómicos de la legua, y mi bisabuelo era un profesor que se enamoró de ella y se quedó enrolado en esta locura. Mi abuelo, Carlos Lemos, no fue al colegio, sino que su padre fue su profesor. Antes, el actor del sitio más recóndito tenía una cultura que ahora, ¡madre mía! No veas un Pasapalabra, porque va un actor o una actriz y no me quedan ganas nada más que de morirme. Antes eran bastante cultos. Mi tía Lola Lemos, la hermana de mi abuelo, contaba que ellos fabricaban los caramelos y que luego los vendían al público. Pues lo que te digo, lo mismo que yo que tengo que organizar eventos, vender copas y programar obras. Oye, para hacer teatro que luego no renta, pues hay que hacer también otras cosas. Mi abuelo representa un poco el teatro como familia.
¿Ahora qué te apetece hacer?
Seguir con esto. Mira, ahora se va a reponer La cena de los idiotas y la gente me pregunta que si no me da pena. ¿Por qué? Yo ya estuve allí… Es que al final te vas quemando y ahí me fui cargando de responsabilidades que no eran mías. Ahora prefiero defender mi guerra. Además, los sueldos han bajado muchísimo. Es que, por el mismo personaje, y por la misma función, es la mitad de antes. ¿Me tengo que fregar 250 m? Pues me los friego, pero son míos. No tengo que limpiar la mierda de nadie por mil euros, porque se están pagando mil euros. Cuidado, mucha culpa la ha tenido también la profesión, porque ahora se suspende por unas cosas que no entiendo, como que alguien se duerma porque estuvo el día antes de pedo… A mí no me han educado así. El día de la muerte de mi padre me fui a hacer la función, porque mi misma madre me hizo un gesto para que me fuera. Hay quien dice que no hay ninguna necesidad de hacer esto, ya, pero es que a mi madre, si yo no lo hago, le explota la cabeza. Tienes un compromiso… Imagínate, se suspende la función y no cobran mis compañeros, hay que hacer la devolución de la taquilla… No. Ahora la gente, en montajes muy top, te dice que estuvo de juerga, le ríes la gracia y suspendes la función. No es mi rollo.