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Vie. Nov 22nd, 2024

Entrevista a Sandra Alberti: “No estaba dispuesta a que nadie jugara conmigo”

Durante el rodaje de «Pelucas» en la librería 8 y Medio de Madrid

En 2013, cuando estaba preparando el rodaje de mi cortometraje Pelucas, fui a ver a Sandra Alberti a su tienda madrileña de ropa: Rosa de Madrid. Quería hablar con ella y comprarle un libro que había publicado, Sinfonía del alma, donde cuenta muchas cosas, entre ellas su experiencia con un enfermo de cáncer, enfermedad que ella ha conocido en primera persona en años recientes.

Yo no tenía ni idea de que aquel encuentro con Sandra Alberti me depararía varias sorpresas. Estuve un rato con ella en el patio de la tienda y, cuando me iba a ir, vi el camerino que tiene montado y en el que no me había fijado al entrar. De repente supe que aquel era el escenario que necesitaba para Pelucas, que transcurre en un camerino. Por azar del destino, el restaurante en el que ese mismo día había quedado con Lola Marceli, Cuca Escribano y Sylvie Imbert se encontraba muy cerca de Rosa de Madrid, así que, después de comer, fuimos a ver la localización y quedaron encantadas. Fue una tarde muy especial. Meses más tarde, en esa tienda rodamos Pelucas en un día intenso, duro y lleno de emociones. Por cierto, allí tiene Sandra algunas de las portadas que protagonizó en revistas de la época, porque fue actriz en películas como La muerte ronda a Mónica (Ramón Fernández, 1976), Niñas… al salón (Vicente Escrivá, 1977), El transexual (José Jara, 1977), El último guateque (Juan José Porto, 1978), Escalofrío (Carlos Puerto, 1978), Violencia fatal (León Klimowsky, 1978), ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este? (Fernando Colomo, 1979) e Historia de “S” (Francisco Lara Polop, 1979), entre otras.

Esta entrevista se la hice a Sandra Alberti hace ya algún tiempo, pero estaba inédita hasta ahora.

¿Cómo llegaste al cine?

Sandra Alberti en «Escalofrío»

No fue un propósito, pero sí el hecho de llegar a ser una buena actriz. Entrar en el mundo cinematográfico o teatral de aquel momento no fue tarea fácil, porque cada uno guardaba muy bien su sillón y nadie te tendía una mano para acceder a un puesto de trabajo. Aquello era como una mafia de familias de la época en la que simplemente eras una advenediza. Desde fuera, y como provinciana, era imposible entrar. Estuve unos dos años yendo a lugares que frecuentaban los actores de renombre después de los estrenos, siempre acompañada de mi hermana, que en ese tiempo acababa su carrera universitaria de Farmacia. Era tal el ansia y el ímpetu que me empujaban a querer ser actriz, que no me permitía desfallecer, pero he de decir que para la gran mayoría de aves cluecas que se paseaban por el ambiente, yo era un ser invisible y aquellos que se fijaron en mí tengo mis dudas que no fuera por otros motivos más carnales, cosa que yo despreciaba por no entrar en mi cabeza utilizar mis armas de mujer para llegar a obtener algo de esos directores o personas de renombre. Ya olvidada mi casi obsesión por querer ser actriz, y trabajando en un pub de unos amigos en los bajos de Aurrera, famosos en su tiempo, donde iba toda la movida antes de Malasaña, apareció el que luego fue mi representante. Él tenía los conocimientos de las muchas productoras que había en Madrid en 1977 y lo demás lo dejaban al encuentro, donde el director, junto a tu representante, valoraban si entrabas en los personajes de la película. Este representante se llamaba Gustavo Casado y he de darle las gracias. Era un cinéfilo impresionante y tuvo el ojo de descubrirme y apostar por mí.

¿Cuál es tu opinión sobre el trato que el cine S daba a los personajes femeninos?

Que yo sepa tengo en mi haber una película clasificada S. De haberlo sabido nunca hubiera entrado a formar parte de ese circo de venta de carne femenina y masculina a precio de ganga. No era mi idea de la actriz a la que yo aspiraba a llegar. Las que entraron en ese juego supongo que tendrían sus razones, porque es una profesión precaria y mal pagada y las ganas les llevaría a eso. Recuerdo que uno de los últimos papeles que me hicieron llegar, y que rechacé, tenía una frase que decía “me estás haciendo correrme como a una perra”. Para mi educación y mis valores de entonces me pareció horrible, qué quieres que te diga. Cueto, nunca he sido mojigata, pero ya que utilizaban las carnes frescas de hombres y mujeres para explicar que el sexo es algo natural podían haber empezado por el colegio y así las mentes atrasadas de aquella España no hubieran juzgado a nadie casi como a putas.

¿Y cómo actriz como viviste ese tipo de cine?

Casi no lo viví, porque viendo lo visto me retiré. Era demasiado sensible para ver cómo todos prácticamente no me veían como una mujer, sino como a un objeto de deseo. No estaba por la labor. Mis sueños eran otros y no estaba dispuesta a que nadie jugara conmigo.

¿Te llegaron a proponer un cine con sexo más explícito?

En dos ocasiones. Cuando llegué a la productora me encontré con un amigo de mi infancia, entonces ingeniero, que al verme llegar me dijo “sal corriendo que esto no es para ti”. Debía ser cine porno. Lo hacían para divertirse a la par que hacer negocio. Todo eso no era para mí. Era un engaño y muchas pudieron caer sin saber bien dónde entraban, porque este tipo de cine se camuflaba de manera engañosa y una vez firmado un contrato te encontrabas en un papelón.

Trabajaste con Leon Klimovsky, un todoterreno. ¿Qué recuerdas de él?

Era un director dulce, sosegado y con las ideas muy claras. No hacía perder el tiempo ni a técnicos ni a actores. Todo fue sobre ruedas y de unas maneras más que amables. Tengo un grato recuerdo de él.

El transexual tuvo cierto eco.

Fue una película valiente en una sociedad que comenzó a destapar todo tipo de trapos bien guardados a la gran masa de la época sin casi cultura. No tengo claro si lo hicieron para favorecer a estas personas o para generar escándalo; el caso fue que con 22 años yo hacía de la dueña del club gay más famoso de España y era la que manejaba los secretos de la transexualidad. Mis recuerdos son que tenía que salir de los camerinos a encontrarme con Paul Naschy, que era un periodista en busca de información. Yo me decía “¿cómo voy a ser la dueña de esta sala con solo veintidós años?”, pero me aupé y salí al encuentro con la galanura de una mujer experimentada. Siempre me dieron lo más fácil…

Trabajaste con Colomo en una de las comedias más aclamadas de la época: ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?

Hice uno de los papeles de las mujeres de los policías. El rodaje fue en Talamanca del Jarama y la verdad es que fue un bonito día de campo a la vera del río y tengo que decir, como anécdota, que cuando estuve en la productora para que me conociera, al salir me encontré con el grupo rock Burning. Eran chavales que ya me conocían por las revistas y me pidieron de inmediato un autógrafo. Eran muy simpáticos y su canción es la que da nombre a la película. Ellos no creían en su éxito y yo con una seguridad de maga les dije que iban a tener un éxito importante. La verdad sea dicha, cuanto más grandes son los artistas, más naturales y buenos compañeros. Sin hacer de menos a nadie, ahí está la grandeza de los mejores. Esto lo digo por mi escena con Héctor Alterio, un gran compañero y humilde como persona.

¿Por qué te apartaste del cine?

Por mi capacidad de percepción y sensitiva. Vi aparecer las envidias en mi vida, comencé a sentir la falsedad… El éxito se consigue después de no faltar ni un segundo al abandono por la vacación o al asueto, a ir a todo tipo de clases que se impartieron en aquel momento, al asumir que no deseaba lo fácil y a que para mí iba a ser mi vida, pero me encontré muy sola. Mi familia no admitía mi profesión, los hombres me buscaban no para amarme, sino para llevarme a la cama a la primera que te descuidabas, y, a pesar de tener un triunfo de primera categoría con entrevistas personales en todos los medios de comunicación, como TVE, radio y prensa diaria, me planteaba que el éxito no era para tanto y no sé siquiera si me interesaba. A mí lo que me gustaba era el trabajo y el público, lo demás me importaba un bledo. La gente que me conocía me miraba con admiración, como si fuera ya otra persona, mientras que yo seguía siendo la misma, y aquellos siete meses de trabajo en el Teatro Príncipe fueron arrasador para mi lógica, que siempre ha querido el bien de todos. Causé una envidia que no merecía, porque a mí personalmente siempre me han importado todas y cada una de las personas con las que he trabajado y siempre me he puesto a la disposición para ayudarlas. Hay un refrán que dice “si la envidia fuera tiña cuántos tiñosos habría”. Cuando acabé en el teatro decidí que no quería estar en ese mundo. Ahora con la edad me doy cuenta de que esto pasa en todos los mundos, pero no resistí tanta hipocresía; aparte de que no valgo: si no estoy a gusto con algo me voy, aunque con ello pierda todo. Así soy.

Escribiste un libro, Sinfonía del alma, en el que cuentas una historia dura, pero preciosa, con un amigo que enfermó de cáncer. ¿Qué significó él y esta experiencia en tu vida?

Mi libro Sinfonía del alma fue una promesa que hice en el pasado a Jaime, pero pasaron veintitantos años hasta que me puse en firme a escribirlo. En él vuelco muchas, pero no todas las experiencias vitales de mi época de actriz y, cómo no, el paso de una gran persona por mi vida. Viví el mundo esotérico en primera plana. Conocí a miles de personas, y con vidas de todos los colores, que se fueron quedando en mí y me dio como resultado un abanico inmenso de las calidades humanas: pobres, ricos, sanos y enfermos. Todos padecemos de la misma manera. Jaime era un maestro sanador del alma. Aparte de vidente, Jaime era un hombre sencillo con una vida larga y experimentada en mundos dispares y con un gran caudal de seguridad que no la ejercía para su bien, sino para dársela a los demás. En fin, todo un hombre cotidiano que te llevaba a donde tú quisieras ir. Fue un compañero y un maestro, y el destino permitió que permaneciera a su lado aprendiendo de lo que veía y escuchaba. Fue una experiencia inmensa que asumo con humildad, porque no somos nada y lo somos todo.

En los últimos años has vuelto en cortometrajes. ¿Tienes intención de continuar?

Sí que tengo intención de volver, pero esta segunda vuelta a este mundo ya no la hago con admiración, únicamente por amor a un trabajo al que amaba y amo, y que lo disfruto ya desde la serenidad de mis años. Y también porque creo que todavía tengo algo que decir a las nuevas generaciones.

¿Qué diferencias has encontrado del cine de ahora con el de entonces?

Muchas. En aquel entonces era mucho más arriesgado para el actor. Nos entregábamos de una manera espontánea y natural a la actuación. Éramos responsables en todo momento porque no había vuelta atrás, ya que quedabas en las manos del director que daba por bueno lo que tú entregabas en tu actuación. Hoy veo con estupor, pero con agrado, que hay una camaradería entre todos los componentes de un rodaje. También te tengo que decir que los jóvenes con los que he trabajado me tratan con un respeto como si yo fuera una gran figura y siempre les digo que yo soy una más, que no soy nadie. Tengo que aprender, pero ahora mi figura no pasa desapercibida en pantalla.

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