Cuando Felipe González el 28 de octubre de 1982 se dirigía a la nación después de haber obtenido una abrumadora mayoría en las elecciones generales en ese mismo día cientos de miles, posiblemente millones, de personas en todos los rincones de España celebraban por todo lo alto esa victoria entre la emoción que producía el que el histórico Partido Socialista Obrero Español alcanzara el poder después de tantos años de dictadura y de una épica transición, como por el hecho de ver convertido a Felipe en el Presidente de España y los españoles. Es decir había cierta compatibilidad -más que cierta, evidente- entre el sentimiento socialista-progresista y la victoria de un líder. Y entre esos más de diez millones de votos tengo claro que alguno que otro –multitud- era un voto al líder, como en elecciones anteriores fue aunque con otras magnitudes a Adolfo Suárez al que se le reconocía popularmente como político imprescindible para la transición.
Dicho eso -si es que nos vale esta interpretación histórica- podríamos señalar para comenzar nuestro artículo que si hablamos de procesos electorales está claro que sirven las siglas, la llamada marca del Partido en cuestión, pero que también se necesita y se vota a un líder. Una marca que para la mayoría de sus votantes entronca directamente con sus sentimientos, ilusiones y pasiones, y desde luego un líder que verbaliza esas emociones y si se me permite “hace carne” esos sentimientos, ilusiones…Veamos.
Pero, ¿un líder? y ¿por qué? ¿para qué?. La conclusión la he aventurado en el párrafo anterior, pero ¿no decimos mil veces que lo importante son los programas, las acciones de gobierno? ¿no nos pasamos la vida hablando «de los problemas que interesan a la gente«? ¿no es cierto que lo que al final nos interesa es si me bajan o suben impuestos y a qué se van a dedicar éstos, si voy a tener empleo, , si suben las becas o bajan las hipotecas? Claro que eso nos interesa ¡y tanto! pero…¿votamos realmente sobre esas evidencias y sobre el libro de medidas que cada partido nos propone como oferta electoral?…
Años antes de la victoria socialista en el 82, el propio Felipe González en el 28º Congreso del PSOE sorprendía a todos cuando renunciaba a la Secretaría General del Partido por el voto negativo de los delegados en el Congreso a la ponencia en la que se abandonaba el Marxismo como corpus ideológico, avanzándose en el modelo, como se decía entonces, del Socialismo Democrático. «Hay que ser Socialista, antes que Marxista«. Esta frase quedó como icono de este Congreso y marcaría la evolución del PSOE y del, me atrevería a decir, propio país. Ese día Felipe perdió el Congreso pero se ganó el favor de millones de ciudadanos (independientemente de lo que fuera de positivo o negativo en el imaginario actual de cada uno de nosotros).
La evolución democrática de este país ha sido apabullante, treinta y ocho años después de la promulgación de la Constitución, España se configura como un Estado moderno, avanzado en libertades, referencia en su modelo. Un modelo que quiso consolidar las políticas del Bienestar universalizando la educación, la atención sanitaria…(hoy todo esto en grave riesgo) han sido las políticas, pero ¿Han sido solo las políticas? Sin duda: No. Permitidme volver a Felipe y al ejercicio de su liderazgo. Preguntado en una entrevista en plena campaña electoral del 82 sobre su slogan «vota PSOE. Por el Cambio«. La pregunta en cuestión no era otra que cual era el significado de ese Cambio. «¿Qué era el «cambio?» la respuesta de Felipe fue contundente: «el cambio es que España funcione«. Acababa de ganar otro gran montón de votos. Esa era la cuestión, había conseguido interpretar los anhelos de la ciudadanía, la cual quería un país normal como esos otros países de Europa a los que tanto admirábamos, y queríamos funcionar como ellos, en una democracia plena, modernizando nuestras estructuras sociales, económicas, culturales…y Felipe dijo «quiero que España funcione«.
La capacidad de ilusionar, en determinados momentos históricos, a la ciudadanía, más que con los programas o acciones de los distintos gobiernos, está en relación con la puesta en marcha de mecanismos íntimos que tienen mucho que ver con lo abstracto, y de manera asociativa, con nuestros sentimientos y emociones.
Aunque no fue el primero que teorizó sobre la cuestión, Daniel Goleman con su best seller «la inteligencia emocional» en 1995 y a través de distintos estudios establecía como principio que más que un cerebro tenemos dos mentes: una racional y otra emocional, «una mente que piensa y otra mente que siente» decía. La mente analítica que desgrana, que suma y que resta, la que me dice si me interesa que suban o no tal o cual impuesto. y la mente que siente, aquella que me permite emocionarme e ilusionarme frente al porvenir. «Emocionarme y emocionar. Esta es la clave. Emocionarse por el cambio social, por las nuevas ideas y por los retos. Solo así es posible emocionar«. En su magnífico artículo «la política de las emociones» Antoni Gutiérrez-Rubí nos establece la necesidad de que el «relato» progresista insista en esta manera de hacer política para tener éxito.
El mismísimo Barak Obama en su libro, donde nos mostró su oferta ideológica, lo titula con un declaración de intenciones muy en la línea de lo que venimos diciendo:«La audacia de la Esperanza. Como restaurar el sueño americano«. Su clave fue despertar ilusión, no vender ilusión. Evidentemente todo esto aderezado con una muy inteligente campaña, la cual arranca practicamente en 2004 en la Convención Demócrata y en su discurso de inauguración: «Esperanza. Esperanza frente a la dificultad. Esperanza frente a la incertidumbre. ¡La audacia de la esperanza! Creer en aquello que no se ve. Creer que nos espera un futuro mejor». Perfecto. De ese discurso directamente a la carrera victoriosa a la Casa Blanca. ¿Qué programa concreto resaltó?: Creer en lo que no se ve. Seguramente, los que estuvieron presentes en ese discurso, o en otros del Sr. Obama en todos estos años -excepto sesudos analistas- casi todos recordarán más que palabras concretas, sloganes del tipo «yes, we can» o recetas de gobierno, recordaran estados de ánimo. Pues bien, ahí está la clave para el relato progresista, para el ejercicio del liderazgo al que nos queremos referir, un ejercicio de inteligencia emocional que según Howard Gadner abarca cinco competencias básicas:
1.- El conocimiento de las propias emociones. Reconocer un sentimiento en el mismo momento en el que aparece constituye un eje de la inteligencia emocional.
2.-La capacidad para controlar las emociones y adecuarlas al momento. La Habilidad para recuperarse de los malos tragos de la vida.
3.-La capacidad para motivarse uno mismo.
4.-El reconocimiento de las emociones ajena. La Empatía.
5.-El control de las relaciones como habilidad para mantener de manera adecuada las relaciones con las emociones de los demás. Las relaciones interpersonales.
Un líder es eso y muchas cosas más y hoy por hoy veo –será que con la edad me he vuelto un exquisito- en el panorama demasiado cartón piedra, artificiosidad, lugares comunes, marketing sin sentido… Volverán las oscuras golondrinas (no confundir con gaviotas).