El pasado día 21 de agosto, un nuevo atentado en una boda que se celebraba al aire libre en la ciudad turca de Gaziantep causaba la muerte de cincuenta y una personas y sesenta y nueve heridos, muchos de ellos en estado crítico.
La violencia yihadista, según afirmó el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, volvía a atacar de nuevo. No obstante, éste no es un atentado más, por las características del atacante: un niño de entre 12 y 14 años que hizo estallar explosivos, muriendo en la masacre.
A la boda en cuestión asistían numerosos kurdos, cuyas milicias son los protagonistas de una lucha que tiene su escenario en el norte de Siria e Irak contra el yihadismo. Hasta entonces no se habían servido de niños para cometer atentados.
No obstante, otro caso de similares características pudo detenerse a tiempo, cuando otro chico, un niño de 12 años iba a atentar contra una mezquita chiita en Kirkuk, para lo cual iba provisto de un chaleco de explosivos que pudo ser desactivado. A las preguntas de la policía, el niño afirmó que seguía instrucciones de su padre y que un hermano suyo se había inmolado horas antes.
Llega el momento de plantearnos, definitivamente, dejando perfectamente sentadas las bases que no se puede dialogar con quien solo habla con la muerte y el asesinato de inocentes, incluso en sus propios territorios, y la rotundidad de las actitudes que justifican tan terribles atentados perpetrados contra inocentes necesitan de una respuesta contundente por quienes deseamos que la paz y la concordia sea, en la medida de lo posible, el mundo que queremos mantener y seguir construyendo para nuestros hijos.
Qué clase de mentes, impulsadas por qué tipo de ideologías, amparadas por una religión se sirven de un niño para sembrar el horror más deleznable.
Desde distintas plataformas y grupos de opinión se ha intentado y conseguido, hasta cierto punto, el que se considere que la religión/ideología que está detrás de toda una serie de atentados que han tenido como escenario ciudades de la Unión Europea, no sea estigmatizada, en el sentido de considerar al que ataca como víctima de la actuación improcedente y que ha llevado a la miseria a determinados países como Siria, Irak…, sumidos en conflictos en los que sus propios ciudadanos están enfrentados unos con otros, alegando siempre culpabilidad en un tercero, Occidente.
Mas hasta qué medida es consciente un niño de esa situación para ser utilizado por aquéllos que sí consideran a Occidente como una amenaza, cómo dudar de sus padres, a los que deben obediencia absoluta, que les envían a su propia muerte y a que la misma conlleve también en masacre colectiva.
Los niños son vulnerables, en todos los sentidos, y si son adiestrados, desde que tienen cuatro o cinco años, como máquinas de matar, teniendo como única premisa el acabar con quién ha causado tanto daño a quienes profesan de su misma religión/ideología, el joven/adolescente no dudará jamás, pues está plenamente convencido de que el destino que tiene su vida es la inmolación como expresión de la voluntad de su dios.
Evidentemente, en todos los países que constituyen la Unión Europea y en el resto del mundo existe la explotación infantil, el maltrato, la violación de sus más inherentes derechos, el abuso sexual, las redes que trafican con niños y niñas, que adquieren la condición de esclavos/as. Ello no justifica ni viene a hacer menos terrible la situación de «Los niños de la guerra», tal y como he titulado este artículo, en alusión a los pequeños que se inmolan.
Si bien hemos de tener bien en cuenta una circunstancia, piensa lector en ti, como madre o padre, formado en determinados valores, que son los propios de la cultura occidental, ¿serías capaz de enviar a tu hijo a una muerte segura? y con ello causar, a su vez, la muerte de otros muchos inocentes. Seguro que ni por un segundo pasaría por vuestra mente tal atrocidad.
Es por ello que desde mi punto de vista no considero aceptable la «confraternización» con unos individuos cuya religión/ideología tiene a la muerte como estigma, y lo que es peor, son muchos los que se enriquecen, de entre ellos mismos, evidentemente, provocando esta situación, en tanto en cuanto envían a los hijos de otros, -seguidores que les idolatran- a hacer valer una causa que es sembrar el horror teniendo como excusa la «sinrazón» de ser víctimas, cuando, en muchos casos, han actuado, en sus mismos territorios, como verdugos de unos para con otros.
La inestabilidad política y social-económica que sufre Oriente Medio está haciendo cada vez más ricos a países como Arabia Saudita, los Emiratos Árabes, y Kuwait, en tanto otros, como Siria e Irák están viviendo un auténtico infierno, cuya finalidad no es otra que la de diezmarles sus recursos de cara a la exportación de petróleo, provocando su empobrecimiento y llegado el caso, su desaparición, totalmente devastados sus territorios.
Como todo artículo de opinión, y éste lo es, evidentemente, habrá quien disienta, lo respeto, más en función de las razones antes argumentadas, me resulta difícil justificar.
Siempre se ha dicho que un niño es un «tesoro», el mejor regalo que unos padres pueden desear y concebir, es por ello que mi pensamiento, mi emoción no puede entender la actuación de un padre que manda a la inmolación a su propio hijo. Y, por favor, dejémonos de recurrir a la tan manida excusa del capitalismo y sus consecuencias. Por el simple hecho, más a la vez, tan certero, de que la conciencia y la virtud es la que tiene prioridad en la bondad de cada individuo.
Al menos, ésta es mi humilde opinión.
«Educa a los niños y no será necesario castigar a los hombres»
(Pitágoras)