Eva Bach, autora de ‘Educar para amar la vida’, es una de las pioneras en la introducción de la educación emocional y el crecimiento personal en los ámbitos educativo y familiar en Cataluña y en otras Comunidades Autónomas del Estado Español. Le apasionan la educación y las relaciones humanas, trabaja para desarrollar nuevas formas de comunicación que abran los corazones, que resulten balsámicas y tranquilizadoras, que favorezcan una comprensión más profunda de uno mismo y de los otros, y que extraigan lo mejor de cada ser humano para ponerlo al servicio de un buen futuro personal y colectivo.
¿Qué recomienda para inculcar a los hijos el amor a la vida?
Lo esencial es que los padres y los maestros estemos enamorados de la vida. Y que podamos volver a enamorarnos de la vida cuando pasamos por momentos difíciles. Debemos saber apreciar la vida, a pesar de todo. Debemos poder iluminar en cada momento las delicias y la belleza de vivir a nuestros hijos y alumnos, para que ellos también quieran tener su propia historia de amor con la vida.
¿Es posible transmitir amor a la vida cuando la vida no nos sonríe?
Es posible y es cuando tiene más mérito. Cuando te das cuenta que las tristezas también enseñan, que te pueden hacer más humano, humilde y comprensivo, que las penas nos dan lecciones de vida que sólo las penas te pueden dar, entonces te das cuenta que la vida vale la pena a pesar de las penas . La clave es que los niños y niñas crezcan teniendo la alegría como faro interior, así cuando sobrevenga una tormenta la seguirán buscando y orientándose hacia ella. Personas que han recibido estocadas crueles de la vida y han recobrado la alegría, me han confesado que su secreto es que siempre han buscado la alegría y la felicidad y la volverán a buscar las veces que sea necesario.
Las noticias exteriores, como últimamente el atentado terrorista o situaciones políticas convulsas como la actual, ¿pueden desilusionar a los niños?
Por supuesto que sí. Y a menudo cometemos un error, que es querer mantenerlos aislados de lo que ocurre para que no les afecte. Pero los niños tienen una especie de “wifi emocional”. Aunque no les hablemos, tienen unas antenas que captan nuestras emociones y si no tienen algún adulto que los atienda y los tranquilice, tendrán que enfrentarse solos y desorientados al que este ocurriendo y el sufrimiento puede ser mucho mayor, se harán su propia película y pueden imaginarse cosas bastante peores que las que en realidad estén pasando.
La medida de lo que les podemos decir está en el que seamos capaces de decirles con belleza y serenidad, sin esquivar lo que es doloroso y a la vez sin alarmarles y tratando de orientarles siempre hacia alguna posible salida que los tranquilice y pacifique por dentro. Podemos hablarles de lo que es dulce y de lo que es amargo si nosotros sabemos mirar y enfrentarnos serenamente con ambas caras de la vida.
Ha estado ayudando a adolescentes para hacer una buena gestión emocional después de los atentados del 17-A. ¿qué pueden hacer los padres para apoyar su trabajo?
Con Montse Jiménez hemos hecho un trabajo de campo con adolescentes marroquíes y catalanes de Ripoll inmediatamente después de los atentados de agosto. El objetivo era escucharlos y ayudarles a calmar y transformar el sufrimiento y las emociones difíciles derivadas de estos hechos.
Hablamos con unos 20 chicos y chicas, directa o indirectamente relacionados con los autores de los atentados, que estaban muy afectados y necesitaban ayuda. Lo más importante que podemos hacer siempre los padres es ocuparnos de crecer nosotros emocionalmente a lo largo de la vida para ayudarles a crecer a ellos. Crecer en madurez emocional significa abrir corazón y mente, avanzar en serenidad, autoestima, alegría, placidez. Debemos aprovechar la oportunidad que nos brinda la maternidad o la paternidad para reorganizar nuestro propio mundo emocional. Trabajar en nuestro equilibrio y bienestar para favorecer y orientar el equilibrio de nuestros hijos. Irradiar y contagiar con nuestras actitudes y comportamiento lo que les queremos transmitir. Ocuparnos de dejarles una herencia emocional sana, libre de hipotecas y miopías.
Recomienda tejer vínculos sanos para encaminar bien a los hijos. ¿Me podría decir que vínculos sanos y que vínculos perjudiciales ha detectado?
Un vínculo sano en general es el que favorece que aflore la mejor versión de cada persona y hace que cada uno se sienta bien con el otro. Un vínculo sano en el caso de padres e hijos es el que deja ser uno mismo. Es decir, lo que consiente y promueve lo saludable y que hace bien al hijo, aunque no sea lo que el padre o madre desea o le gusta. Un vínculo sano es el que es feliz con la felicidad del otro, incluso cuando esta felicidad lo lleva lejos de nosotros o por caminos diferentes a los nuestros.
Vínculos perjudiciales hay muchos y de los más comunes es el de los padres que proyectan sus deseos frustrados en los hijos y los convierten en una exigencia hacia ellos. O los que llenan sus vacíos y calman sus heridas internas con los hijos y los retienen a su lado. A través de la sobreprotección a veces, y de chantajes emocionales o de dureza en el trato, agresividad, insensibilidad y falta de empatía otras veces, les niegan la libertad y la aventura de vivir por sus propios miedos y carencias, por las heridas y frustraciones no resueltas o no superadas de su niño o adolescente interior.
¿Qué carencias ha encontrado en niños y jóvenes en su experiencia profesional?
Miro poco las carencias, me gusta más mirar el potencial oculto o para desplegar que suele haber detrás de las carencias. Hace unos años decidí mirar principalmente el potencial de los padres y el de los maestros para que ellos puedan mirar el de los niños y adolescentes. En 7 años como maestra de escuela, me di cuenta que muchas carencias en los niños y jóvenes eran fruto y reflejo de carencias adultas y por lo tanto había una tarea muy importante, previa y prioritaria a hacer con los adultos, con el fin de garantizar la salud emocional, mental y social de los niños. Dejé la escuela para dedicarme a promover ITV emocionales en padres y maestros, decidí empezar por la mía propia, y sigo en esta tarea.
¿Qué hay detrás de la desmotivación de los jóvenes?
Detrás de la desmotivación de los jóvenes, a menudo, encontramos el desencanto de padres y maestros. Sin pretenderlo y sin darse cuenta de ello, les damos a entender que la vida pesa y es cuesta arriba, que todo se acaba torciendo o dañando, que tarde o temprano llegará el desencanto y que no se ilusionen demasiado porque con toda seguridad llagará la desilusión. ¿Cómo queremos que tengan ganas de hacerse mayores y responsables, de asumir las riendas de su vida, si les damos a entender que les espera la calamidad? ¿Cómo queremos que se apasionen por algo si perciben en nosotros decepción y desesperanza? ¿Quién es capaz de motivarse con este panorama? ¿Queremos hijos y alumnos motivados y felices? Enamorémonos de la vida, eduquemos para amar la vida y amemos la vida para educar.
¿Debemos decirles que todo es fantástico y que todo saldrá bien?
No. Tampoco se trata de decirles que todo saldrá bien siempre. Pero sí hay que decirles que amen, que disfruten, que sueñen, que se ilusiona, que confíen y que si no sale como quieren no tiene porque ser una tragedia. Estaremos a su lado y les ayudaremos a levantarse de nuevo cuando caigan, más sabios y más humanos. Y les avanzaremos, que con el tiempo se irán dando cuenta, de que también hay una lección de vida en aquellas cosas que no salen como queríamos o habíamos planeado, incluso cuando sufrimos o nos producen dolor.
¿Como podemos educar las emociones de nuestros hijos?
La educación emocional es un proceso intencionado, continuo y permanente orientado a conocer, comprender y transformar nuestras emociones. Este proceso nos debe permitir desarrollar habilidades, procedimientos, estrategias y recursos para conectar y escuchar las emociones, para atenderlas, acogerlas, legitimarlas, identificarlas, reconocerlas, nombrarlas, expresarlas adecuadamente , también para empatizar y comprenderlas, para regularlas, modularlas y transitar saludablemente, para consolarlas y calmarlas. Y, muy importante y a menudo olvidado, para descifrarlas, elaborarlas y construir sentido a partir de relatos reparadores que nos permitan integrarlas, trascenderlas, transformarlas, transformarnos con ellas y pacificar por dentro .
¿Para qué sirve la educación emocional? ¿Qué nos puede dar y qué obtendremos?
Sirve para ser más personas, para tener una vida más plena, más humana, más feliz, más orientada al bien, a la bondad, a la belleza, a la alegría. La educación emocional es una educación orientada a cultivar ya hacer crecer la alegría de ser, de hacer, de aprender, de crecer, de vivir, de amar, de ser útil. Implica educar la sensibilidad como complemento indisociable del saber. ¿De qué sirve tener un nivel intelectual o cultural muy alto si no sabemos hacer un uso inteligente y ético del conocimiento? ¿De qué sirve tener muchos títulos académicos si no se es persona?
Obtendremos 4 cosas, básicamente:
- Sentirnos mejor con nosotros mismos y con nuestra manera de sentir (de vivir y expresar nuestras emociones).
- Sentirnos mejor con los demás y su manera de sentir.
- Que los demás se sientan mejor con nosotros y con nuestra forma de sentir.
- Dejar una huella emocional positiva por donde pasemos para contagiar placidez, armonía, bienestar, alegría, confianza, esperanza …
El amor a los hijos no es la garantía absoluta para adoptar formas saludables.
Podemos amar incondicionalmente, generosamente o de manera condicionada y egoísta.
El amor saludable es el que sabe ver, respetar, amar, acompañar y hacer aflorar la esencia propia y natural de los hijos, el que educa para desplegar su ser interno en vez de para satisfacer nuestro. El amor saludable no educa para retener los hijos cerca de nosotros, sino para acompañarlos cerca de ellos. No educa para que cumplan nuestros sueños, sino para ayudarles a caminar hacia los suyos. No educa para que sean como nosotros queremos, sino para que sean quienes ellos quieran ser.
Esto solo se consigue si nosotros estamos emocionalmente bién.
Habla de la sobreprotección de los hijos. ¿A qué cree que se debe?
Muy a menudo tiene que ver con el desencanto adulto, al igual que la desmotivación. La sobreprotección tiene que ver con una pregunta que todos los que educamos nos debemos hacer. ¿Cómo vemos la vida? ¿Cómo una carga o como un regalo? Si la vemos como un regalo, la amaremos y sabremos cómo hacer que la amen a pesar de las sacudidas que puedan tener. Si la vemos como una carga o una fatalidad, las opciones que tenemos son dos. Una es envolver los niños con algodón para mantenerlos al margen de una vida que consideramos ingrata y hostil. Ya se lo encontrarán cuando sean mayores. Mientras sean pequeños, es mejor que no se enteren de lo que les espera y así preservando, el paraíso de la infancia mientras, cuando se termine, se acabará para siempre. Lo que estamos dando a entender cuando idealizamos la infancia es que vivir es una mala pasada y que, una vez crezcan, nada volverá a ser tan bonito.
Habla también de los padres que caen en el otro extremo y tratan los hijos con dureza.
Hay padres que sobreprotegen y padres que desprotegen. Es la otra cara de la misma moneda, Si vemos la vida como una carga, también podemos hacer todo lo contrario de sobreproteger. Se lo ponemos todo difícil y les ponemos retos y obligaciones que no están preparados para afrontar. En vez de envolver los niños en una burbuja protectora, los hacen caminar sobre pinchos. Como lo que les espera es duro, cuanto antes se acostumbren mejor. Tratémosles sin miramientos y acostumbrémosles a sufrir pronto, así no les vendrá de nuevo cuando sean mayores. No tengamos ninguna contemplación porque la vida tampoco la tendrá con ellos.
Así educan los desenamorados de la vida, sin término medio, con todas las contemplaciones para postergar al máximo la fatalidad o con cero contemplaciones para que se vayan acostumbrando. ¿Quién puede tener ganas de hacerse mayor, de crecer y de aprender con este panorama?
¿Cómo podemos mejorar la comunicación educativa?
Con Montse Jiménez hemos creado el Observatorio de la Comunicación educativa, precisamente porque hemos detectado que uno de los grandes retos que tenemos planteados hoy es mejorar la comunicación educativa tanto en casa como en la escuela, entre familias y escuela o en cualquier ámbito social en general. Necesitamos un lenguaje educativo emocionalmente resonante, bello, apreciativo, potenciador, motivador, generativo, ético, estético, poético, transformador…
Para mejorar la comunicación educativa en este sentido necesitamos 3 cosas:
- Tomar conciencia de cómo es nuestro lenguaje habitual.
- Identificar expresiones que debemos dejar de decir y sustituirlas por otras que nos conviene mucho decir y no decimos. Debemos cambiar palabras malsonantes por palabras amables, palabras que hieren por palabras que acarician, palabras que debilitan por palabras que fortalecen, palabras que confunden por palabras que iluminan, palabras que inquietan por palabras que tranquilizan, palabras que levantan muros por palabras que abren caminos.
- Poner en práctica el nuevo tipo de lenguaje.