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Jue. Mar 28th, 2024

Si yo fuera Maradona…

Es fácil decir lo que cada cual habría hecho en su lugar. A mí, en cambio, se me hace complicado continuar la canción que Manu Chao le dedicara al genial futbolista argentino. Se pueden pensar cientos, miles de posibilidades, pero ninguna sería la que realmente ocurriera (ni siquiera la que afirma la canción: viviría como él). ¿Por qué es tan complicado imaginarlo? Por algo tan simple como que nadie ha estado en su piel, en su mente, viviendo sus circunstancias. Si ya es difícil asomarte al mundo desde ese cielo que algunos seres llegan a rozar con sus dedos, resulta imposible imaginar el vértigo de alguien a quien medio planeta trataba como a un dios mientras le abría de par en par las puertas de un infierno a la medida de su talento: enorme, gigantesco.  

Cuando un personaje tan mediático como Diego Armando Maradona fallece, parece lógico, hasta cierto punto, que surjan voces dispuestas a resaltar las luces y las sombras de una vida tan intensa y compleja como la suya. Me cuesta entender, sin embargo, la cantidad de Torquemadas que, con la muertetodavía apagando los últimos latidos del jugador, se lanzan en manada a participar de linchamientos mediáticos, incendiando las redes y dejando tras sí un tufo a supuesta moral impecable difícilmente creíble. Pasó recientemente con Kobe Bryant y la moda se va viralizando.

Evidentemente, el talento o la creación artística de alguien no pueden servir nunca para justificar los comportamientos despreciables que cometa en su vida. El talento de un personaje público no puede utilizarse, bajo ninguna circunstancia, para absolver de cualquier responsabilidad a la persona. Del mismo modo, las responsabilidades personales o penales de una persona no deberían condenar su creación, su obra, su legado. Y es que, aunque a mucha gente le cueste creerlo, puedes ser un delincuente, una persona despreciable y, al mismo tiempo, un pintor, escritor, científico o deportista con unas cualidades extraordinarias.  

Hay gente a la que le resulta extraño, pero lo cierto es que nunca he sentido reparo en defender el legado de alguien a quien nunca defendería como persona. Como he dicho alguna vez, tal vez puedo hacerlo sin dificultad porque nunca he idolatrado a nadie. No ha nacido un ser humano (ni nacerá) que me haya parecido un referente absoluto, un ser intachable en todas sus facetas. Sin embargo, sí he admirado y seguiré admirando, profundamente, lo que algunas personas son capaces de crear y hacer con su talento y su trabajo. 

Cuando uno indaga un poco en la biografía de aquellos a quienes admira, a menudo acaba encontrando zonas oscuras que terminan manchando la imagen que construimos de ese poeta, de aquel cantante o de esta deportista. Aun así, su obra no tiene por qué mancharse ni quemarse. Su obra sigue siendo útil, sigue mejorando el mundo que compartimos. Lo que Maradona hiciera lejos de los estadios no anula lo que hacía con el balón. Y esa conexión mágica, inalcanzable para la mayoría de los mortales, es precisamente por lo que se le recordará siempre. ¿Cuántos jóvenes, cuántos mayores se enamoraron de ese deporte y cambiaron el rumbo de sus vidas al ver jugar a Diego?

Me ha pasado con boxeadores como Tyson o Alí, con jugadores como Jordan o Mágico González. Me pasa con artistas, directores, actores, pintores o escritores. La lista sería infinita. De Michael Jackson a Polanski; de Camarón a Camilo José Cela, pasando por Picasso, Van Gogh, Marion Jones o Bertrand Cantat. Estoy convencido de que no hay Torquemada en las redes que no admire la obra de alguien a quien cualquiera podría sacarle oscuridades en algún episodio de su historia personal. Personas que, más allá de su talento prodigioso, nunca me servirían de referentes para la vida. 

Volviendo a la canción de Manu Chao, hay muchos que olvidan fácilmente que la vida es una tómbola, de noche y de día, y nadie nos pregunta, antes de nacer, si queremos ver la luz en un potrero o en una casa grande; si preferimos comer cada día o tener que buscarnos la vida…   No deberían olvidarlo tan fácilmente quienes desatan su ira contra alguien que, a pesar de sus circunstancias (tal vez también gracias a ellas), desplegó un talento que ha inspirado a millones de personas. Bastaría con darle la vuelta a ese primer verso de la canción para preguntarse qué habría sido de Maradona si, en lugar de tener su infancia, hubiera tenido las mismas oportunidades o facilidades que han tenido muchos de los que ahora se burlan de su legado. Imposible saberlo. Lo único cierto es que el diez de Argentina, más allá de sus sombras, logró que muchos sintiéramos que el fútbol era más que un deporte, mucho más que un juego con el único objetivo de meter la pelota en una portería. Sentir que el balón podía ser una extensión del cuerpo y de la mente es algo que Maradona nos regaló con ese baile único, mágico, irrepetible… Y desde ese baile, guste o no, el mundo del fútbol estará siempre en deuda con Diego.

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