En el tedio del verano tomé la decisión de que el evento de las Olimpiadas iba a ser mi distracción prevalente. Así, yo mismo me he asustado de llegar a acostarme a las tres de la madrugada viendo caballos con jinetes vestidos de novios con sombrero de copa haciendo cabriolas y bailecitos que aunque a mi me parecían todos iguales resulta que habían puntuaciones (yo me pregunto ¿Como bailan los caballos andaluces?) En fin, que aparte de este inciso preocupante de ver caballos bailando, me estoy tragando todo lo que se menea en Río de Janeiro (también he aprendido que un kilongo no es un baile latino sino una penalización en Taekwondo), y después de pasar tantas horas delante de la televisión he llegado a la conclusión de que evidentemente entre la muchachada deportistas existe –como en otros órdenes de la vida- la mezcla de talento y talante, y de esa mixtura normalmente surgen los grandes líderes o campeones, aunque desde luego en el deporte, sin talento y esfuerzo, a lo máximo que puedes aspirar es a jugar en el Villanovense (con todos mis respetos claro).
En política también existe ese necesario dúo sincronizado para advertir una clasificación de líderes magníficos, políticos a secas, medradores y oportunistas o suertudos. Sobretodo existe entre la llamada clase política un falso axioma que considera que un político profesional –que es a lo que aspiran la mayoría- puede llegar o estar en cualquier cargo o responsabilidad. Discrepo. ¿Se imaginan a Pau Gasol haciendo triples mortales como la negrita de Estados unidos? ¿Y Rafa Nadal en natación sincronizada con Gema Mengual?. No. Cada uno sabe lo que sabe, y mejor aprovechar el talento que uno tenga para lo que lo tiene. Y en política, en mi opinión, el que cree que vale para todo, lo más probable es que no valga para nada.
Por no hablar de los demás –y no hacer “criticaciones”- pondré mi ejemplo. En muchos ambientes se ha dicho de mi capacidad para negociar en conflictos, de una cierta habilidad para abordar cuestiones complejas con cierto desempeño. Discrepo. No tengo ese talento. Una vez en un viaje a Tánger quise comprarles a mis hijas unas camisetas del Real Madrid –si, de esas falsificadas, que le vamos a hacer, que venga el Capitán y lo ponga también en el atestado-, me cobraban 15 euros por cada una, menos mal que una de las amigas que me acompañaba se puso a negociar con el vendedor y después de esa ardua negociación, a la que yo asistía atónito y siempre dispuesto a acceder a las pretensiones del susodicho, ella me sacó cada una por 4 euros. Ahí es nada. Pues eso, yo no creo tener Talento para la negociación pero lo que es probable es que tuviera Talante para mediar, eso si.
Considero que para la política es bueno tener al menos uno de esos dos prerrequisitos, y si no los tienes, pues entran otros prerrequisitos: la suerte y la maldad. Esos Rasputines que son capaces de matar a su madre con tal de estar en un cargo y poder decirlo, salir en los periódicos y sobre todo: mandar. No ejercer tu responsabilidad, sino mandar y recordar a los que tienes alrededor que tu eres el que manda, aunque solo sea para sentirte “reina por un día” o por unos años.
Conozco –bien lo sabe dios- a muchos políticos y políticas que abandonados de todo talento y talante van subiendo en la escala de mando como sin querer, embebidos en otra máxima que se cultiva mucho en los Partidos Políticos: Rodearse de mediocres resalta tu figura. Evidentemente discrepo, no obstante, los más avezados consiguen situar a su alrededor a toda clase de incompetentes para asegurarse su lugar prominente, pues ya se sabe que estos arribistas son fuertes con los débiles y débiles con los fuertes.
También he conocido muchos políticos de esos que llaman de “raza”, que no es otra cosa que, desde una ambición en positivo, son capaces de liderar –pero de verdad- y llegar al corazón y la inteligencia de la gente (pero por favor no digan más eso de la vocación de servicio público que eso es como decir ná). La ambición no es mala, en política hay que ser ambicioso (un político muy importante de este país me dijo una vez que yo estaba bien preparado pero que me faltaba ambición. Touché. Cierto). La ambición es buena para quién tiene talento y talante, y muy mala para quién solo aspira a creerse que es muy importante porque lo conocen cuatro en la ciudad o en donde sea.
Volviendo a las Olimpiadas, que es de lo que quería hablar, ¿Tienen Talante los caballos esos que hacen bailecitos con las patas?