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Niceto Alcalá Zamora

Niceto Alcalá-Zamora nació en 1877 en Priego, provincia de Córdoba. Con 17 años se licenció en Derecho, demostrando su gran capacidad intelectual. Pocos años después era letrado del Consejo de Estado, toda una proeza. Brilló en su carrera de abogado, pero muy pronto demostró su vocación política y se decantó por el Partido Liberal. En 1905 fue elegido diputado por La Carolina. Fue director de Administración Local y subsecretario del Ministerio de la Gobernación. Estuvo en los prolegómenos y discusiones sobre la ley de Mancomunidades, proyecto de Canalejas para reformar en parte el centralismo del Estado liberal español, a la que se acogerían después las diputaciones provinciales catalanas para formar la Mancomunitat de Catalunya.

Alcalá-Zamora estuvo en la órbita del conde de Romanones, pero terminó en la de Manuel García Prieto con su Partido Liberal Democrático. En 1917 fue nombrado ministro de Fomento en un gobierno presidido por García Prieto. También fue ministro de la Guerra en un gobierno de concentración liberal, que presidió el mismo García Prieto.

La Dictadura de Primo de Rivera provocó en Alcalá-Zamora una evidente evolución política, especialmente en lo referente a la forma de Estado, ya que abandonó su vocación monárquica por la republicana. El día 13 de abril de 1930, justo un año antes de proclamarse la República y estando ya gobernando Dámaso Berenguer, pronunció un capital discurso en el teatro Apolo de Valencia en el que reivindicó la instauración de una República, siguiendo el modelo de la III República francesa. Este discurso tuvo una gran repercusión en algunos ámbitos de la burguesía española, ya que les inclinó hacia la solución republicana en clave moderada, pero rompiendo con la tradicional y casi monolítica adhesión de esta clase hacia la Monarquía.

En ese mismo año de 1930 formó un partido, la Derecha Liberal Republicana que, inmediatamente, se fusionó con la nueva formación republicana de Miguel Maura, otro de los principales defensores del republicanismo moderado, y que también había evolucionado políticamente (recordemos que era hijo de Antonio Maura), habida cuenta del desprestigio en el que había caído la causa monárquica por su vinculación con una dictadura que había terminado con el régimen parlamentario. El nuevo partido estuvo presente en la formación y firma del Pacto de San Sebastián en agosto de 1930. En el Pacto salió el comité encargado de promocionar la acción republicana en España. Alcalá-Zamora fue elegido su presidente.

El 12 de diciembre se produjo la sublevación de Jaca y del Aeródromo de Cuatro Vientos en las afueras de Madrid, y que fracasaron. Alcalá-Zamora fue uno de los detenidos por el gobierno por la implicación del comité en la insurrección republicana. Los encausados fueron juzgados en marzo de 1931, siendo condenados a seis meses de cárcel y un día, aunque se les concedió la libertad condicional.

Los hechos del 12, 13 y 14 de abril hicieron que de forma pacífica se instaurase la República. Alcalá-Zamora pasó de dirigir el comité republicano a presidir el nuevo gobierno provisional y ejercer de jefe de Estado hasta la aprobación de una Constitución. Dos decretos del 15 de abril así lo estipulaban, junto con el Estatuto del nuevo gobierno.

Alcalá-Zamora presidía un gobierno con miembros muy distintos y de tendencias diversas: republicanos de izquierda, republicanos moderados y socialistas. Su mayor problema se planteó cuando se dio la discusión parlamentaria sobre el encaje de la Iglesia Católica en el nuevo Estado en la Constitución. Su catolicismo chocó con la radical separación entre Iglesia y Estado que se planteó y terminó por aprobarse, como le ocurrió a Miguel Maura. Ambos terminarían por dimitir el 14 de octubre de 1931. Azaña se hizo cargo de la presidencia del gobierno.

Alcalá-Zamora parecía proclive a emprender una campaña revisionista. Pero los republicanos de izquierda y los socialistas reaccionaron con prontitud, temerosos de que el principal líder del único sector moderado proclive a la República hiciera campaña contra el nuevo régimen y optaron por atraerle de nuevo ofreciéndole la presidencia de la República. Fue el único candidato. El día 11 de diciembre de 1931 juró el cargo.

El nuevo presidente de la República quiso siempre intervenir en todos los asuntos políticos para frenar o compensar las decisiones que tomaba el gobierno del primer bienio, claramente de izquierdas, es decir, frente a Azaña y los socialistas. Alcalá-Zamora tenía un cierto talante autoritario y estaba convencido de su papel institucional. Se negó a firmar la Ley de Congregaciones por la que se secularizaba la enseñanza, y la Ley del Tribunal de Garantías Constitucionales, pero no se atrevió a dar el paso del veto y terminó cediendo. Las tensiones con Azaña terminaron por agudizarse, especialmente en el año 1933.

Cuando, finalmente, Azaña dimitió en septiembre de 1933, Alcalá-Zamora convocó elecciones generales. La nueva etapa política, dominada por los radicales de Alejandro Lerroux y la CEDA de José María Gil-Robles tampoco fue fácil para el presidente de la República, ya que desconfiaba de la derecha representada por el segundo porque, a pesar del declarado posibilismo de su líder, no había jurado lealtad a la República. Si Alcalá-Zamora no se sentía a gusto con la izquierda por su propia ideología tampoco estaba en su medio con las nuevas derechas y sus tendencias totalitarias, porque a pesar de su talante intervencionista siempre fue muy respetuoso con las reglas del juego democrático y parlamentario.

El fin de la carrera política de Alcalá-Zamora comenzó, precisamente, con el triunfo del Frente Popular, ya que se abrió un debate en las nuevas Cortes sobre la supuesta inconstitucionalidad de la última disolución de las mismas por parte del presidente de la República. La Constitución le facultaba para disolver las Cortes dos veces, aunque la segunda debía ser sometida al enjuiciamiento de la Cámara. Si una mayoría de la misma consideraba que había sido ilegítima, el presidente podía ser destituido. Y eso es lo que ocurrió. El día 7 de abril de 1936 se produjo la votación. Un grupo muy amplio de diputados se ausentó, pero los que criticaban al presidente consiguieron la mayoría absoluta necesaria. Alcalá-Zamora se resistió, pero, siempre fiel al final a las reglas, abandonó y admitió el cese.

Alcalá-Zamora estaba viajando por Noruega cuando se produjo el golpe del 18 de julio. Decidió no regresar a España cuando supo que unos milicianos habían saqueado su domicilio. Pasó a residir en Francia. Con la entrada de los alemanes en Francia emprendió la huida sufriendo no pocas penalidades, temeroso de que le detuvieran los nazis o los colaboracionistas de Vichy. Pudo llegar a la Argentina en enero de 1942 donde vivió de sus publicaciones. Murió en 1949 en Buenos Aires. Sus restos mortales fueron repatriados en 1979.

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