La Ley Antisocialista alemana (Ley de Excepción) fue aprobada por ambas cámaras del Parlamento el 21 de octubre de 1878 por iniciativa del canciller Bismarck con el propósito de frenar al partido socialdemócrata alemán en sus inicios. La historia de esta ley fue compleja porque no concitó la unanimidad de las fuerzas políticas alemanas. El primer borrador de la ley se elaboró después de que se perpetrase un atentado contra el káiser Guillermo I pero los liberales y el Zentrum católico en el Reichstag lo rechazaron. Al final, Bismarck solamente conseguiría el apoyo de los conservadores y los liberales más moderados, los nacional-liberales, después de que hubiera otro atentado.
La ley prohibía los partidos y reuniones de signo socialista en Alemania, además de la prensa que publicase ideas socialistas o promoviese la recaudación de fondos para esta causa. De resultas de esta ley se detuvo a muchos dirigentes socialistas alemanes, mientras que otros pudieron exiliarse.
La ley era un tanto paradójica porque no impedía la candidatura y elección de socialistas para el Reichstag, permitiendo que los socialdemócratas fueron abriéndose camino en el Parlamento durante la década de los años ochenta, llegando a alcanzar una nutrida representación. Al comienzo de la década de los años noventa se comprobó que esta legislación había sido un completo fracaso porque no había evitado lo que pretendía. El SPD era la formación socialista europea más grande y potente. El Reichstag decidió no renovarla.
Conviene recordar que esta ley represiva fue acompañada de la adopción de una cierta política social por parte del canciller de Hierro en una suerte de combinación de “palo y zanahoria”, para intentar apartar a los obreros del movimiento obrero pero que se quedó en lo puramente epidérmico (la creación del seguro de enfermedad en el año 1883, del seguro de accidentes al año siguiente y, por fin, el de vejez en 1889), aunque en honor a la verdad fueron disposiciones pioneras en Europa. Pero ni apartó a los obreros de la socialdemocracia ni contentó a los más conservadores que ante cualquier medida con carácter social temían que Bismarck se decantase hacia un tipo de socialismo de Estado, temor de todo punto infundado pero que nos permite comprobar las posturas harto reaccionarias de una parte del espectro político de la Alemania imperial.