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logo_footerEl 28 de septiembre de 2016 quedará marcado, si nadie lo remedia, como el día en que el Partido Socialista inició el proceso de descomposición. Una noche de los cuchillos largos que se diseña, pacta y ejecuta contra el Secretario General Pedro Sánchez. Poco importa quién venza en esta pugna por atesorar los escombros de un partido que hasta el momento ostenta el récord de diputados que se haya obtenido nunca en España. Pero lo sucedido en la jornada de hoy traspasa los límites de la democracia y de la dignidad.

Pedro Sánchez no es un Secretario General más de los que ha habido en los 137 años de historia del partido. Es el primero elegido democráticamente por todos los militantes que decidieron acudir a la urnas. Se podrá estar de acuerdo o no con su gestión. Se le podrá acharcar en mayor o menor medida los resultados electorales. Pero lo que está claro es que está dispuesto a volverse a someter al escrutinio de los militantes.

Hoy no es 18 de julio aunque el verano haya decidido atrincherarse para no dejar gobernar al otoño. Aún así un grupo de dirigentes con Susana Díaz a la cabeza, doce andaluces entre los dimisionarios, han hecho saltar por los aires las convicciones democráticas de un partido que ya andaba escaso de las mismas. Es irrelevante que al final de todo esto Pedro Sánchez sea políticamente juzgado y condenado por rebelión. Poco importa que los golpistas hayan cumplido a rajatabla la letra de los estatutos, han actuado como facciosos, ni más ni menos.

Hoy este grupo de sediciosos ha traicionado la memoria de un partido que ha dado la vida y sus esencias luchando por la democracia. No tardaremos en escuchar sus voces hipócritas afirmando, como en el drama shakesperiano de Julio César, que ellos amaban al Secretario General pero que amaban más al PSOE o a España, tanto más da, el tufo a traición con aromas de ambiciones y el temor a la pérdida de prebendas les va a acompañar el resto de sus días.

Y todo por la alergia al sufragio de estos dirigentes que prefieren una victoria vergonzante a una derrota digna. Los 17 dimisionarios y aquellos otros que mueven su voluntad han quedado inhabilitados para formar parte no ya del Partido Socialista sino del sistema democrático. No deberían permanecer ni un minuto más en sus escaños ni en sus puestos. Se han convertido en una rémora para el partido y para el sistema. Si no quieren escuchar a los militantes, si no creen en que el PSOE reunido en un congreso puede y debe aclarar su estrategia, sus objetivos y sus propuestas, entonces es que sobran. Han preferido ser herederos de los peores vicios de un régimen como el franquista en lugar de serlo del PSOE que sobrevivió en el exilio y la dictadura.

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