El artículo 18 de nuestra Constitución, en su punto 1. establece que los derechos al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen tienen el rango de fundamentales, y como tales son reconocidos y protegidos.
La Ley Orgánica 1/1982, de 5 de mayo, sobre protección civil del derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen así lo contempla y establece su regulación. Por diferentes disposiciones posteriores se ha ido configurando el especial carácter de este derecho, que alcanza a todos los ciudadanos de este país, frente a todo género de injerencias o intromisiones ilegítimas.
Ese derecho que como tal es una forma de protección de nuestra intimidad, se contradice, en nuestros días, con la singular actitud de multitud de personas que airean su vida personal, no solo como lo han hecho siempre determinados personajes públicos en las conocidas revistas del «corazón» , sino en personas que desde sus diferentes espacios en las redes sociales nos mantienen informados, en el día a día, de todo lo que piensan, hacen, tienen en proyecto, aborrecen, desean y, por supuesto, en sus aficiones y actuaciones.
Es desde este punto de vista como me planteo el hecho de que la existencia de ese derecho a la intimidad es sencillamente vulnerado por el propio individuo, que no tiene el menor reparo en hacer de su vida privada una especie de «Gran Hermano» particular.
Las aplicaciones como el facebook, el twitter, imstagram y demás, nos ofrecen la posibilidad de acceder a todo aquéllo que queramos saber de una persona. Evidentemente, existen ciertas barreras por la circunstancia de que antes debes de «agregar a tus amigos» a la persona en cuestión que te lo solicita, y a veces, pues compruebas si existen amigos comunes, y por ese mero hecho, pues le das a «confirmar» una amistad que no es tal.
Desde el punto de vista de lo que significa y engloba la condición de «intimidad», siempre he considerado como tal mis estados de ánimo, mis gustos, mi ideología, y por supuesto, las mas diversas imágenes que dan fe de mis actuaciones en diferentes momentos de mi vida. No obstante, el ser humano es, por naturaleza, sociable, toda vez que convivimos o, al menos, eso se pretende, en una sociedad en la que existen unas normas de educación, conductas que deben ser respetadas, pues garantizan la pacífica y plural participación de todos los ciudadanos/as de un país, empezando, evidentemente, por su propio círculo de amistades y relaciones personales.
Mas no debemos olvidar que cuanta más información vertamos en esas redes sociales, mediante el uso de la palabra, en multitud de ocasiones, desacertada e impulsada por ciertos estados de ánimo, así como por medio de nuestra propia imagen, teniendo como telón de fondo lugares y espacios que visitamos o de los que participamos, quiénes tienen el control del individuo, -me reafirmo en el hecho de que las redes sociales han contribuido de forma negativa en ese control por parte de todo tipo de personas, organismos, e instituciones que quieren saber de nuestras inclinaciones, gustos-, por ende, les ponemos en bandeja la posibilidad de ser víctimas propiciatorias de la mayor de las manipulaciones.
Son frecuentes las usurpaciones de personalidad, algo que es mas que sencillo, y de esta forma se pone en boca de personas palabras nunca dichas por éstas y que hacen alusión fundamentalmente a insultos o vejaciones para con terceros.
Es por ello que ese derecho fundamental a la intimidad que nuestra Constitución nos reconoce debe tener por nuestra parte una reflexión, y mantener «nuestra intimidad» como tal: nuestra.
En modo alguno pretendo que consideren ustedes, lectores, que la mía, mediante este artículo, es también una intromisión en vuestra respectiva intimidad, pues en él me avengo a dar determinados consejos. sino que considero que hay hechos en nuestras vidas que solo nos pertenecen a nosotros, y a nuestro círculo de amistades, en ciertos casos.
Y una llamada especial a la juventud que «usa y abusa» de redes sociales, insertando todo tipo de imágenes, a todas horas del día y de la noche, lo que les lleva a ser vulnerables, por el hecho de que cualquiera que tenga por hábito el visualizar esas imágenes, hacer un seguimiento de determinados comportamientos y opiniones, puede servirse de ello para actuar de forma incorrecta. De ahí la proliferación de deleznables conductas, como la pederastia, por parte de individuos que suplantan la personalidad de jóvenes para poder contactar con otros e introducirse en sus círculos.
A través de las redes sociales hemos sido testigos, en los últimos meses, de una cantidad ingente de insultos y vejaciones, alimentadas por la ideología política, mas no debemos olvidar que la política es solo una parte de lo que constituye el universo del individuo, y que si esos insultos y vejaciones se llevan a niveles personales, por una simple diferencia de opiniones, estamos conformando una sociedad en la que los individuos se dividen, se despedazan y se agreden, virtualmente, lo que, llegado el caso, y si se dan circunstancias propiciatorias, pueden devenir en enfrentamientos y ataques en la vida real.
Nunca una sociedad como la nuestra se ha visto tan sacudida por actos violentos como lo es hoy en día, de ello somos conscientes por los medios de comunicación, lo cual nos augura un futuro «apocalíptico», un futuro al estilo de cualquier producción norteamericana en el que la raza humana se extingue como consecuencia de sus acciones autodestructivas.
El futuro no tiene nombre, se lo ponemos en el día a día de nuestro presente. Cuidemos pues, en la medida de lo posible, del presente «por venir».