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Jue. Nov 21st, 2024

El 1 de diciembre de 1874 se hacía público el denominado Manifiesto de Sandhurst, firmado por el príncipe Alfonso de Borbón, que muy pronto se convertiría en el rey Alfonso XII. Se denomina así porque el joven Borbón estaba estudiando en la academia militar británica de Sandhurst, al encontrarse en el exilio, después de la marcha de la familia real a raíz de la Revolución de 1868, y el transcurso del denominado Sexenio Democrático. La importancia histórica de este texto reside en que en el mismo se manifestaba la voluntad para ser rey, y porque en él comenzaban a hacerse públicas las ideas de su verdadero autor, Antonio Cánovas del Castillo sobre cómo construir un régimen político que superase los defectos del isabelino, pero distinto al establecido en 1869 con la Monarquía democrática de Amadeo de Saboya y, por supuesto, radicalmente contrario al régimen republicano que se había liquidado unos meses antes. Ese sistema político era la Restauración que con algunos cambios y reformas duraría hasta el golpe de Primo de Rivera en 1923.

Aunque el Manifiesto está fechado el 1 de diciembre, no se publicó en la prensa española el 27 de diciembre, dos días antes del famoso pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto, en el que proclamó como rey a Alfonso XIII, adelantándose a los propósitos de Cánovas de traer la Monarquía a España por un método distinto, alejándose de la intervención del ejército en la política.

El texto se redactó con el pretexto de contestar a las felicitaciones recibidas por el cumpleaños de Alfonso, ocurrido el 28 de noviembre, cuando cumplió 17 años, pero lógicamente buscaba otros propósitos, como hemos apuntado al principio.

Por el texto, Alfonso se reconocía como el legítimo heredero de la Corona española. Su madre había abdicado en 1870 en París. El Manifiesto quería dejar claro a los españoles que la solución monárquica encarnada en Alfonso era la mejor opción, y para ello se empleaba el argumento histórico, tan querido de Cánovas. La Monarquía habría salvado la crisis de la guerra de la Independencia y había superado en 1840 la guerra civil, refiriéndose a la guerra carlista. Pero, sobre todo, se convertía en el garante del orden después del supuesto caos en el que habría vivido España, especialmente porque el régimen republicano habría sido ilegal, siempre según el autor del texto.

El Manifiesto planteaba el programa político de la Monarquía restaurada, basado en una serie de puntos. La Monarquía sería constitucional, con un régimen político flexible y no autoritario, con aceptación de la voluntad nacional a través del sufragio, y con un fundamental papel para las Cortes. Con esta idea estaba rescatando el concepto de soberanía compartida, propio del liberalismo moderado español, abandonando la soberanía nacional alcanzada en el Sexenio Democrático. La soberanía compartida partía de la concepción que tenía Cánovas de la Nación y de la Corona. La primera sería una creación histórica configurada en el tiempo. De su larga e intensa experiencia histórica surgiría una constitución interna, propia y particular para cada nación. La Nación española estaría representada, históricamente, en las Cortes. La Historia también era protagonista a la hora de defender el principio monárquico, ya que la española habría convertido al rey en una institución fundamental. Así pues, las Cortes y la Corona debían ejercer la soberanía conjuntamente.

La flexibilidad aludida se plasmaría en el tipo de Constitución que deseaba Cánovas. La Constitución debía tener un carácter elástico, es decir, aunque muy moderada desde una perspectiva democrática, no debía ser monolítica ni excesivamente precisa, para permitir interpretaciones diversas por parte de los distintos gobiernos.

Pero la flexibilidad también puede interpretarse en relación con la cuestión de los partidos políticos.  Siguiendo el modelo bipartidista británico, Cánovas pretendía que la labor del gobierno recayese en exclusiva en dos partidos, alternándose en el poder y en la oposición. De esta manera, se evitaba el monopolio del poder ejercido por los moderados en tiempos de Isabel II, como hemos señalado anteriormente. Para ello, era fundamental el compromiso de los dos partidos en mantener el sistema político y de respetar la obra de cada uno cuando tenía la responsabilidad gubernamental, además de ejercer una leal oposición cuando tocaba estar en ese lugar.

Cánovas, por fin, hizo una demostración a favor del liberalismo, pero sin atisbos de democracia, por la que sentía verdadera alergia, siempre girando con el ejemplo de aquellos sistemas políticos que habían respetado su Historia, en una alusión, sin nombrarlo al británico, por el que sentía especial predilección, como hemos visto.

 

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