El portazgo era un impuesto que se cobraba sobre las mercancías que se transportaban hacia una villa o ciudad para su venta. También se aplica al impuesto sobre los intercambios que se realizaban en el mercado. Se trataba, pues, de un impuesto indirecto. Su origen es bien antiguo, ya que era semejante al teloneum romano-visigodo. El portazgo se fue imponiendo desde el siglo IX.
El nombre de portazgo se refiere a que en Castilla se cobraba en las puertas de las villas y ciudades, aunque en ocasiones en los caminos o en los mercados. El oficial encargado de percibirlo era el portazguero. El monto del impuesto iba destinado a la Hacienda Real o a la del señor si estuviéramos en un señorío jurisdiccional. En la Corona de Aragón y Navarra era conocido con el nombre de lleuda o lezda. El control sobre el portazgo garantizaba, además, el cobro del diezmo sobre mercancías, ya que recaudaba en el mismo lugar. La Iglesia intentó conseguir la concesión regia del beneficio del portazgo en muchas ocasiones.
Conviene tener en cuenta que con relativa frecuencia algunas personas y mercancías estaban exentas del pago del portazgo. Los reyes solían conceder en algunos fueros y privilegios estas exenciones. No fue infrecuente que estuvieran exentos del pago del portazgo productos como el pan, el vino y la fruta.
Como rastro del pasado, recordemos que en Madrid existe un barrio con el nombre de Portazgo, con una estación de metro con ese mismo nombre, en Vallecas.