Una noticia que seguro vendrá a ser del agrado de las personas, fundamentalmente mujeres, que leyeron la trilogía de «50 Sombras de Grey», y que trajo como secuela una película, cuya calificación me reservo, es la llegada a las librerías de la que promete ser otro «boom» en cuanto a superventas y que va a coincidir -la venta del primero de los tomos- con las fiestas navideñas, lo que animará, sin duda, la venta de los cuatro libros que componen la llamada Calendar Girl, de la que es autora la estadounidense Audrey Carlan.
La historia viene hacernos partícipes de las andanzas de una joven que se alquila como «escort», término que anima a dar cierto punto «chic», a lo que se define bajo el concepto de prostituta, pues bajo dicha calificación se encuentra la profesión de la chica que sirve de acompañante a un caballero que solicita no lo que es «su cuerpo», sino «su tiempo», entendámonos, el tiempo de su cuerpo, para hacer con él durante un mes lo que estime a su gusto. Y todo ello, a caballero por mes.
La autora de esta singular «cuatrilogía», en su reciente visita a este nuestro país, insiste sobremanera en que la protagonista de su novela, una chica de 24 años, lo que vende, como bien señala, es su tiempo, nunca su cuerpo. Eso sí, lo que entre la chica y el caballero tenga lugar, cómo tenga lugar, y el precio de la transacción eso es cosa de ambos, y nadie tiene por qué juzgar la forma en que pueden dos personas adultas pasar su tiempo.
La historia está plagada, como es de suponer, de todo tipo de descripciones sexuales, en las que abundan las más «calientes» escenas y hasta el lenguaje más soez y provocador.
Planeta es la editorial que lleva a cabo la publicación de los cuatro tomos, a la sazón de uno por trimestre -para dar tiempo a las lectoras a leer y releer, si les queda tiempo y les sobran ganas, cada uno de ellos-, una publicación que lo es bajo la imagen de una portada con piel de leopardo.
Es de significar que este historia ha visto la luz en los EE.UU. en forma de doce novelas, una al mes, con lo que se consigue una fidelización de la clientela.
Y es que su protagonista una joven que ejerce como «escort» se corresponde con la imagen de una mujer de su tiempo, y que viene a desarrollar una actividad que esencialmente le gusta, sin que ello le suponga ser calificada como prostituta. Eso sí, el origen de tal vocación está en dar solución a una situación provocada por su padre, alcohólico, que debe de pagar una deuda, y la joven en cuestión pues se plantea el dilema de cómo dar respuesta al mismo de la forma más rápida posible, y para ello pues «vende su tiempo», a grandes clientes, cual franquicia se tratare, a precios desorbitados, con lo cual se asegura una clientela fija de alto standing -al menos, económico-, otra cosa bien diferente, es moral, y claro, con esos requisitos, pues sus clientes son siempre guapos y ricos.
La autora de esta genial obra que dudo que alcance a conseguir premio literario alguno, eso sí, seguro que se forra la señora en cuestión, se reafirma en calificar a la protagonista de su interminable relato como mujer fuerte, pues con su decisión puede cambiar el mundo. En definitiva, reivindica el rol de la mujer como «esclava sexual», pues para nada viene a hacer valer a la mujer como ejemplo de que supone acceder a una educación que le lleve a ocupar cargos de relevancia profesional en todos los aspectos de la vida.
Dentro de mi humilde opinión el éxito alcanzado por «50 Sombras de Grey» ha llevado a que las editoriales apuesten por este tipo de lecturas, que no acierto a calificar como literatura, y que sí que sirven para dar una idea equivocada a nuestras jóvenes en el sentido de obtener dinero rápido y fácil, y ello con independencia de su formación cultural, pues es frecuente y de ello somos todos conscientes que muchas jóvenes, universitarias, practican la prostitución para ganarse un buen dinero extra y poder satisfacer todo tipo de caros caprichos.
Y ciertamente no cabe disfrazar la prostitución -que es la venta de tu propio cuerpo-, con términos como «escort» o acompañante, esgrimiendo como razón que lo que la joven vende es su tiempo, y no su cuerpo.
Desgraciadamente, España es el primer país de la Unión Europea en comercio sexual, en tráfico de adolescentes, jóvenes e incluso niñas que son tratadas como esclavas sexuales, y ello con independencia de las mujeres adultas que hacen de la prostitución su profesión, por necesidades económicas; raramente considero que una mujer venda su cuerpo por dinero, exponiéndose a ser víctima no solo de enfermedades de transmisión sexual, sino de malos tratos e incluso, de violencia física. Y todo ello no es más que la pescadilla que se muerde la cola, pues estas mujeres caen en manos de mafias que las hacen trabajar, explotándolas, para quedarse con lo conseguido mediante su degradación.
Lo dicho, España es el primer país de la Unión Europea en el consumo de comercio sexual, y además, el tercero del mundo, según información emitida en televisión, y esta terrible noticia apenas ha tenido repercusión alguna a nivel de los diferentes movimientos que abogan por el papel de la mujer en la sociedad.
Creo que este es un problema que las asociaciones que defienden los derechos de las mujeres, y por supuesto, toda la sociedad, debe tomar serias medidas para proteger y evitar que la prostitución se disfrace bajo términos que la hacen parecer una actividad del todo admisible e incluso, recomendable. Mas si una sociedad como la nuestra es consumidora de una mercancía, el cuerpo de la mujer, difcilmente adoptará medidas para que esa actividad no solo llegue a desparecer, sino que sea controlada y nunca lleve a nuestras jóvenes a considerar que la solución para alcanzar una vida satisfactoria pasa por «vender su tiempo». Así de sencillo, porque es muy fácil cambiar la catadura moral de una actuación con solo modificar la terminología que la define.