En este artículo pretendemos acercarnos al origen de la cuestión de Gibraltar en el siglo XVIII: desde su conquista por los ingleses en la Guerra de Sucesión hasta el último sitio a esta posición estratégica del Mediterráneo occidental con Carlos III. Descubriremos que los Borbones siempre pensaron en recuperar Gibraltar aunque, el poderío naval inglés y otras prioridades de la política exterior española, en ciertas ocasiones, impidieron lograr dicho objetivo.
En la Guerra de Sucesión española la escuadra anglo-holandesa al mando del almirante sir George Rooke llegó a Gibraltar en 1704, sitiando la plaza por tierra y por mar. La guarnición era muy escasa y el día 4 de agosto de ese año se rindió. Los ingleses izaron su bandera en nombre de la reina Ana, símbolo que, desde entonces, nunca ha sido arriado en el Peñón. Felipe V se apresuró a intentar recuperar una plaza tan estratégica. El encargado de la tarea sería el marqués de Villadarias, pero la expedición no se coronó con el éxito, a pesar de contar con nueve mil soldados españoles más tres mil franceses, así como con el apoyo de la flota del conde de Tolosa. Los factores que explicarían este fracaso serían, por un lado, el dominio marítimo inglés pero, por otro, las lluvias y enfermedades que asolaron al ejército hispano-francés. Desde el primer momento, se puede comprobar que la clave militar que ha permitido siempre a Inglaterra mantener Gibraltar en su poder ha sido su dominio del mar, que facilitaría el abastecimiento de hombres, armas y víveres a la plaza. Villadarias fue relevado por el mariscal Tessé, que intentó un nuevo asalto por tierra, fracasando de nuevo.
El Tratado de Utrecht de 1713 ratificó el dominio perpetuo inglés sobre Gibraltar:
“El rey católico, por sí y por sus herederos, y sucesores, cede por este Tratado a la Corona de la Gran Bretaña la plena y entera propiedad de la ciudad y castillo de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortalezas que le pertenecen, dando la dicha propiedad absolutamente para que la tenga y goce con entero derecho y para siempre, sin excepción ni impedimento alguno. Pero para evitar cualesquiera abusos y fraudes en la introducción de mercancías […] la dicha propiedad se cede a la Gran Bretaña si jurisdicción alguna territorial y sin comunicación abierta con el país circunvecino por parte de tierra […]”
Los Borbones consideraron la recuperación de Gibraltar como una de sus máximas prioridades en el siglo XVIII, pero con nula fortuna, aunque no siempre el fracaso debe ser achacado al poderío británico, ya que, como veremos a continuación, otros intereses diplomáticos se interpusieron y fueron considerados más importantes en determinados momentos, especialmente los vinculados a Italia, en tiempos de Felipe V e Isabel de Farnesio.
Jorge I ofreció Gibraltar a Felipe V en el año 1718 si éste se incorporaba a la Cuádruple Alianza y abandonaba sus pretensiones de recuperar los territorios italianos perdidos al terminar la Guerra de Sucesión. Pero ese momento coincidió con varios triunfos militares españoles en Cerdeña y Sicilia y se declinó el ofrecimiento. Cuando la situación militar cambió y los ingleses ocuparon Vigo, se impuso una reflexión en la corte madrileña. El monarca fue manipulado por la diplomacia británica con una táctica dilatoria, ya que el embajador Stanhope aseguraba a la corte española que el rey Jorge deseaba un acuerdo con el rey Felipe pero que la opinión pública y el Parlamento se lo impedían. Esta política permitió ganar tiempo a los ingleses aunque terminó por cansar a las autoridades españolas, que comprobaron que era imposible obtener la plaza por medios diplomáticos.
La guerra se declaró en 1727 y se inició un segundo sitio con veinticinco mil soldados, al mando del conde las Torres. Pero la falta de una poderosa flota frente a la británica volvió a ser determinante y se fracasó. El sitio fue levantado después de la firma del Acta de El Pardo del 6 de marzo de 1728. Por este acuerdo, España aceptaba lo estipulado en su día en Utrecht, a la espera de las decisiones que se tomaran en el Congreso de Soissons. De nuevo, la diplomacia británica supo imponerse. Al constatar el empeño de la reina Isabel de Farnesio por conseguir un trono italiano para su hijo el infante Carlos, futuro Carlos III, los británicos apoyaron ese deseo y consiguieron que el problema de Gibraltar dejara de ser una prioridad española durante mucho tiempo.
Durante la Guerra de los Siete Años, los franceses y los británicos intentaron atraerse a Fernando VI, y se llegó a ofrecer la plaza de Gibraltar pero ni esa promesa consiguió cambiar la política oficial de neutralidad practicada durante dicho reinado.
Los intentos de recuperar Gibraltar se revitalizaron con el rey Carlos III. El tercer sitio se estableció en el marco de la participación española en la Guerra de la Independencia norteamericana. El general Álvarez de Sotomayor con catorce mil hombres y la flota de Antonio Barceló generaron un serio problema para Inglaterra en Gibraltar. En la plaza había unos dos mil hombres al mando de Elliot pero, de nuevo, el poderío naval inglés se impuso, ya que el 16 de febrero de 1780, el almirante Rodney derrotó a la flota española.
Carlos III no se rindió y, una vez que hubo conseguido recuperar Menorca en febrero de 1782, decidió bloquear Gibraltar con las tropas victoriosas que habían participado en Mahón, comandadas por el duque de Crillon. La operación que se preparó era de una gran envergadura: cuarenta mil hombres e importantes obras de ingeniería militar. Fue el conocido como “gran sitio”. Pero, una vez más, España fracasó cuando las “baterías flotantes”, inventadas por un ingeniero francés, se incendiaron. Por el Tratado de Versalles, del 3 de septiembre de 1783, se confirmó la recuperación de Menorca, el dominio sobre Florida y Honduras, aspectos muy positivos para los intereses españoles, pero Gibraltar quedó en manos británicas, a pesar del empeño diplomático español. Los ingleses eran conscientes de la importancia estratégica de la plaza y el nuevo siglo se lo confirmaría.