La Revolución Liberal no supuso un cambio sustancial en la situación de la mujer, ni en la política, ya que no podía votar ni ser votada, ni en su papel o rol social. La mujer siguió siendo el eje fundamental del hogar y de la familia. En principio, la incorporación de la mujer al mundo laboral fue escasa, aunque fue aumentando a medida que el país se fue transformando económicamente, aunque de forma lenta y discontinua. En el campo continuó su presencia en las tareas agrícolas y en el mundo industrial comenzó a ocupar puestos de baja cualificación y siempre de menor remuneración salarial. En las ciudades el sector doméstico (criadas, nodrizas) fue su principal destino laboral.
En las clases media y alta, la mujer siguió desempeñando labores de organización y administración de sus respectivas casas y familias, además de elemento fundamental en las cuestiones matrimoniales de conveniencia, especialmente, en los estratos sociales más superiores. Las mujeres de estas clases altas participaron activamente en cuestiones de caridad y beneficencia, como fue el caso de la Junta de Damas de Honor y Mérito de Madrid que se encargó de administrar la Inclusa y el Colegio de las Niñas de la Paz para las huérfanas.
Las mujeres solteras pudieron desempeñar algunas actividades económicas pero cuando se casaban perdían su autonomía, aunque siempre conservaron la propiedad de sus dotes o de las herencias propias incorporadas al matrimonio.
A partir de la Revolución de 1868 se pueden apreciar los primeros intentos de mejorar la condición social de las mujeres, pero siempre gracias a figuras, que siendo importantes y que han dejado su impronta en la historia española, estuvieron muy aisladas. Destacaron tres mujeres: Concepción Arenal, Emilia Pardo Bazán y Rosalía de Castro. Se esforzaron en defender cambios jurídicos y educativos.
Las preocupaciones e inquietudes a favor de las mujeres terminaron por calar en los movimientos de renovación pedagógica, especialmente desde el krausismo y la Institución Libre de Enseñanza. Se defendió la necesidad de mejorar el nivel educativo o de instrucción de las mujeres por considerarse que eran protagonistas también del progreso social y general del país, habida cuenta del elevado grado de analfabetismo que afectaba, fundamentalmente, a las mujeres. En este sentido, es importante destacar la iniciativa de Fernando de Castro de 1871 con la creación de la Asociación para la Enseñanza de la Mujer.
En los inicios del siglo XX asistimos a la aparición de las primeras organizaciones femeninas, que aunque no pueden ser integradas claramente en el sufragismo, sí demandaban un mayor protagonismo para la mujer en la sociedad, así como una serie de reivindicaciones laborales y educativas. En el año 1918 nació la Asociación Nacional de Mujeres Españolas, que defendía reformas en el Código Civil, la represión de la prostitución legalizada, la promoción educativa y el derecho de la mujer a ejercer profesiones liberales.
El caso catalán en relación con la emancipación de la mujer es importante por su impulso, parejo al de otros movimientos sociales, dada su evidente modernidad económica y social en relación con el resto de España. En Cataluña se inició esta preocupación por la mujer también a partir de la Revolución de 1868 pero en medios federales, anarquistas y librepensadores. Este primer feminismo, fuera republicano o de tendencia libertaria, se centró en la lucha para apartar a la mujer de la influencia clerical, pero no en la defensa del sufragismo, ya que se consideraba que sin la previa emancipación moral e intelectual de la mujer, otorgarle el voto serviría para reforzar las opciones políticas conservadoras y favorables a la Iglesia, cuestión ésta que en el futuro generaría disputas en el seno de la izquierda, como se vería en el debate constitucional de 1931 sobre el voto de las mujeres.
La primera organización feminista fundada y dirigida por mujeres fue la Sociedad Autónoma de Mujeres de Barcelona, activa a partir de 1889. Estuvo impulsada por la espiritista Amàlia Domingo Soler, la anarquista Teresa Claramunt y la republicana, masona y librepensadora Ángeles López de Ayala. Esta Sociedad celebraba periódicas veladas pedagógicas y recreativas dedicadas a las mujeres. A esta organización le sucedió la Sociedad Progresiva Femenina, creada por López de Ayala en 1898 en Gràcia. Mantenía una escuela laica diurna y otra nocturna, además de organizar una compañía de teatro y un orfeón, que actuaban en centros obreros. Durante casi dos décadas esta Sociedad impulsó casi todas las manifestaciones feministas, laicas y librepensadoras de Cataluña.
Desde el principio del siglo XX hasta 1918 el feminismo catalán encontró un aliado en el radicalismo lerrouxista. En 1906, Ángeles López de Ayala fundó en Barcelona la revista “El Gladiador”, destinada a las mujeres, y que fue el órgano oficial de la Sociedad Progresiva Femenina. Allí colaboraron lerrouxistas, espiritistas, masones y las “Damas Radicales”. Al desaparecer esta publicación, López de Ayala fundó “El Libertador” en el año 1910, cuyo subtítulo llevaba la siguiente nota: “Periódico defensor de la mujer y órgano nacional del Librepensamiento”. En 1914 impulsó “El Gladiador del Librepensamiento”, que desapareció en 1920, juntamente con la Sociedad Progresiva.
El 10 de julio de 1910 se produjo la primera manifestación de mujeres con una alta participación, ya que se calcula que asistieron entre diez y quince mil personas, en Barcelona. Esta manifestación fue organizada por la organización feminista con el apoyo de los radicales.
En estas décadas primeras del siglo XX veremos surgir, además, un movimiento de mujeres ligado a la burguesía catalana, aunque no puede ser considerado claramente feminista. Destacaron Dolors Monserdà y el grupo de la revista “Or i Grana” (1906-1907), Carmen Karr, directora de “Feminal” (1907-1917) y Francesca Bonnemaison, creadora del Institut de Cultura y de la Biblioteca Popular per la Dona (1910).