Es un hecho mas que destacable la profunda transformación de la que está siendo objeto nuestra sociedad, y con ello me refiero fundamentalmente a la que conozco, en la que vivo, de la que participo, y en la que me siento a gusto. En un país perteneciente a la vieja e histórica Europa es toda una delicia, o, al menos, sé positivamente apreciarlo.
Evidentemente, no todo lo que existe en ella es de mi agrado, pero me siento satisfecha por el hecho de saber que vivimos en un país en el que se puede opinar, siempre con la corrección y respeto, sobre los mas variados temas.
Mas una cosa cierta es opinar y otra bien distinta creer estar en posesión de lo que viene a considerarse como única respuesta a un determinado problema o circunstancia.
Todas las personas nos equivocamos con el uso de determinadas palabras, en ciertas ocasiones, con la calificación injusta para con variados hechos o circunstancias, pero siempre debemos ser conscientes de que somos en nuestras consideraciones subjetivos, nunca nadie es poseedor de una opinión sobre el tema que tenga en mente y que lleve a una lectura colectiva que sea del todo objetivo. En ello influyen pues, nuestra ideología, nuestra educación, y una serie de condicionantes que vivimos en el día a día.
En este país, los individuos pecan de excesivos en sus calificaciones, porque nada es blanco o negro, sino que entre ambas tonalidades existe una variedad infinita de grises (me apropio para ello de unas palabras de Richard Avedon, con respecto a su fotografía).
Pues bien, somos excesivos en lo que es nuestra visión de cómo debe ser nuestra sociedad, calificando o denostando, en su caso, todo lo que no coincide con nuestra forma de entender la vida como individuos que estamos inmersos en una colectividad.
Se habla y mucho de libertad de expresión, pero cuidado, cualquiera puede expresar claramente lo que piensa, sin herir ni causar daño, ni rebasar ciertas fronteras que supongan una interferencia en la libertad que debe gozar un tercero.
Y es un más que relevante aspecto de la pluralidad de opiniones que existen en nuestra sociedad, el hecho de que por cada individuo existe su fórmula perfecta para conseguir una sociedad ideal, buscando culpables, en muchos casos, para lo que depende, exclusivamente, de nosotros mismos.
La lectura de un artículo de opinión sobre el excesivo culto al cuerpo al que nuestra sociedad nos obliga, me ha hecho reflexionar sobre este tema, y hay que distinguir, claramente, entre lo que es ese «culto al cuerpo» y tratar de llevar una vida sana que redunde en un mejor estado físico. Durante siglos las clases con mayor poder adquisitivo eran las que padecían determinadas enfermedades, como la gota, calificada como «enfermedad de reyes», la diabetes, o la obesidad mórbida. Hoy en día, las personas concienciadas de que lo primero es la salud, se esfuerzan en consumir alimentos sanos, en realizar un ejercicio moderado, y en tener unas pautas de vida que hagan que ésta sea positiva, desde el punto de vista de su disponibilidad para poder hacer de la vida un ejercicio que nos aporte felicidad.
Desgraciadamente, y sobre todo en aquellas clases sociales con un menor poder adquisitivo, y en el que converge también la escasa formación cultural, la alimentación se sustenta a base de todo tipo de productos más que elaborados, en los que intervienen los azúcares, la sal y las grasas transgénicas. Son asiduos consumidores de todo tipo de comida, a la que se ha calificado como «basura», por el hecho tan flagrante de que contiene una cantidad incontable de calorías y grasas. y ello crea adicción.
Unos padres que educan a sus hijos en el consumo de este tipo de alimentos, condicionarán su metabolismo, y verán como con el tiempo, esos niños son niños obesos.
En el tiempo de mi infancia y adolescencia, en el colegio, en nuestro curso, existía siempre el gordito o la gordita; al día de hoy, es raro encontrar un niño que esté en un peso ideal, pues, mayormente, todos rebasan este límite y algunos de ellos rozan la obesidad. Y, amén de la alimentación, influye otro factor muy importante, la forma en que nuestros niños se divierten. Hace años los niños jugaban en las plazoletas, en las calles, al balón, las niñas, saltábamos a la cuerda, y hacíamos mucho más ejercicio físico del que hace un niño/a de hoy en día. En tanto unimos la mala alimentación a un escaso ejercicio físico el resultado es demoledor.
No hay nada malo en acudir a una hamburguesería o pizzería de vez en cuando, es un placer comer, por supuesto, y a todos los niños, jóvenes y adultos pues les satisface hacerlo, y están en su perfecto derecho. Pero si hay algo muy importante es cultivar unos hábitos sanos en casa. Los hábitos sanos no pasan por recurrir a la comida ecológica, para quien se lo pueda permitir, pues perfecto, pero siempre podemos disfrutar en familia de una buena ensalada, de fruta del tiempo, que es más barata, de alimentos que son cocinados al vapor o a la plancha, con lo cual teniendo la misma cantidad de proteínas y demás nutrientes, nos restan las grasas propias de una fritura, y por supuesto, las tan recurridas legumbres, eso sí, procurando no convertir un plato de lentejas, en uno de chorizo, morcilla y tocino «con» lentejas.
Salvo excepciones y siempre y cuando no existan enfermedades vinculadas al tiroides, o bien otras que necesiten de una medicación con efectos secundarios que acarreen aumento de peso, el metabolismo de las personas quema calorías en función de lo que come, y si se come del orden de las 3.000 o 4.ooo calorías al día, y se consumen 2.ooo, pues el resto se va acumulando en forma de grasa. Eso es una cuestión sencilla de entender, matemática pura.
Evidentemente una obesidad en un niño le limita en sus juegos, y conforme pase el tiempo, se haga adolescente y desee realizar estudios determinados, hay salidas profesionales para las que se exigen ciertas condiciones físicas, pongamos por ejemplo, el ejército, policía, bomberos, seguridad, etc…… Mas también son muchísimas las empresas que evitan contratar empleados en los que el aspecto físico es un factor no digo determinante, sino condicionante, en gran medida, para las funciones que deben realizar.
Es por ello que nuestra sociedad debe de ser comedida no solo a la hora de manifestarse, medirse políticamente, calificar o descalificar, basándose en ideologías o formas de entender la vida, sino también en aquello que la nutre, es decir, de lo que se alimenta.
Antes de exigir de la comunidad solución a determinadas enfermedades vinculadas no solo con la obesidad, sino con todo tipo de enfermedades consecuencia de ello -que por supuesto, deben atenderse-, exijamos de nosotros mismos una educación en la alimentación saludable, que redunde no solo en el físico sino en el interior del cuerpo humano. Creo que nuestros jóvenes merecen también ser educados en ese sentido.