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Jue. Nov 21st, 2024

El pasado día 10 de septiembre tuvo lugar la celebración -si puede considerarse bajo este concepto- del Día Mundial para la Prevención del Suicidio, pues según cifras que nos aporta la Organización Mundial de la Salud cada año se suicidan en el mundo un millón de personas, lo que nos lleva a estimar que se produce un suicidio cada 40 segundos.

Evidentemente pueden ser numerosas las causas que lleven a una persona a quitarse la vida, pero una de ellas, la principal es la depresión. Un enfermedad que sigue estando estigmatizada por nuestra sociedad, en base a la creencia de que aquél que la padece lo es por falta de voluntad para poder superar una situación e incluso por desidia, incapaz de salir adelante, bajo determinadas circunstancias. Nada más lejos de la realidad el hecho de que estamos ante una patología que supone una ruptura total con lo que es la actividad y el entorno del individuo, tanto a nivel personal, como laboral o social, y para la que debe acudirse al médico al presentarse los primeros síntomas, pues de ello depende, en gran medida, una más rápida recuperación, y sobre todo, evitar que se produzcan recaídas.

Los profesionales médicos que atienden en las consultas de atención primaria deben ser conscientes de cuándo una persona padece una depresión y el nivel de gravedad de ésta, pues para ello existen las Unidades de Salud Mental, en la que psiquiatras y psicólogos deben de atender al paciente, recetando los medicamentos que puedan devolverle a la vida diaria y que ésta lo sea con toda normalidad, y sobre todo, hacer un seguimiento constante y periódico, sin que medien meses entre una visita y otra al especialista.

Ante un enfermo con problemas que afectan al estado de ánimo y por ende, a su conducta, la depresión es quizá la más extendida, una patología que se padece, bien por situaciones que nos afectan desde el exterior, depresiones consideradas como exógenas, la pérdida de un trabajo, de un familiar, una grave enfermedad, y las consideradas como endógenas, pues tienen un origen biológico, y que están provocadas por un desequilibrio químico en el cerebro.

Es por ello que debemos citar, amén de la depresión, la distimia, los trastornos de ansiedad -fobias, obsesivos compulsivos-, adicciones, trastornos psicóticos, como lo son la esquizofrenia y la enfermedad bipolar, y otros que guardan una estrecha relación con el envejecimiento, como pueden ser diferentes demencias o trastornos que afectan al sueño de nuestros mayores.

Rosa FreyreHay un hecho fundamental del que tanto el médico como el enfermo deben de ser conscientes, y es por parte del primero, valorar la gravedad del paciente, y su consiguiente atención que necesita por la Unidades de Salud Mental, y por parte del enfermo la obligatoriedad de tomar la medicación en la forma establecida por el especialista, algo que no siempre ocurre y muchos enfermos abandonan ésta ante efectos secundarios, como lo son los dolores de cabeza, naúseas, insomnio, inquietud y sobre todo disfunción sexual.

Tanto antidepresivos como ansiolíticos sirven para paliar el problema de la depresión, y a veces, es necesaria la utilización de otros fármacos cuando el paciente mental sufre otro tipo de trastorno añadido.

La sociedad, nuestra sociedad, debe de ser consciente del problema que supone para una persona que vive inmersa en la misma, el padecimiento de una enfermedad que le provoca un profundo dolor psicológico, hasta tal punto que muchos enfermos con graves patologías recurren a la autolesión, como forma de «sentir» otro tipo de dolor que le haga «olvidar» por unos momentos el grave dolor psíquico que padece.

La utilización en el lenguaje coloquial de palabras como estoy «depre» o soy «bipolar», algo muy extendido entre nuestra juventud, debe de ser debidamente controlado y enmendado por parte de una sociedad que no debe tomar a la ligera un problema que padecen, mayormente, en soledad, muchas personas, y que se convierten en víctimas y a la vez verdugos de si mismos.

Como antes he indicado, hace apenas unos días, concretamente, el 10 de este mismo mes ha tenido lugar la celebración del Día Mundial para la Prevención del Suicidio, y he podido observar, tanto a nivel de información en los diferentes medios como televisión, radio, periódicos, etc… que la misma ha sido nula. De la misma manera, las redes sociales, no han considerado lo suficientemente importante, hacer referencia a esa grave lacra que sufre parte de nuestra población, y que, en la mayoría de las ocasiones, no distingue entre niños, adultos o ancianos. Evidentemente, no tienen ni «logos», ni «banderas» que les haga visibles y reconocer ante la sociedad sus derechos como personas que son.

Muchos de estos enfermos mentales, si no se curan -a veces, las recaídas son fáciles-, desarrollarán trastornos que les incapacitarán de por vida. En apariencia, y de cara a quienes les miran u observan no se nota, porque en esta nuestra sociedad aún sigue pesando y mucho la consideración de aquél que se reconoce «diabético», a otro que se reconoce «esquizofrénico». La última de estas calificaciones pone al interlocutor en un estado de alerta, y más aún cuando noticias sobre diferentes atentados en colegios, institutos, y centros lúdicos han sido dirigidas por jóvenes con problemas mentales.

Y es por ello que la sociedad debe de estar concienciada de que ciertos tratamientos para enfermos con patologías graves, en este sentido, deberían ser tratados en centros especializados, siendo total la escasez que la medicina social tiene a disposición de estas personas, y por supuesto, para con sus familiares, que son quienes, en silencio, y con un dolor terrible, ven el sufrimiento de aquéllos que más quieren, sintiéndose impotentes para devolver la ilusión, el deseo de vivir a sus hijos, hermanos, o padres.

Nuestra sociedad falla en muchos, muchísimos aspectos, y uno de esos fallos redunda en que la sanidad pública debe dar una atención preferente a todo este tipo de patologías, y ello sin perjuicio de que  sea dada a otras graves enfermedades, de igual o superior gravedad.

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