En este artículo queremos trasladarnos a la Historia de los inicios del sueño europeo, no sólo para conocer cómo se gestó la creación de las instituciones supranacionales en el continente, sino para demostrar que, en realidad, siempre ha sido una lucha complicada, llena de obstáculos, y de que no ha habido épocas felices en esta empresa.
En el siglo XIX, tan destacado por el triunfo del nacionalismo, y por lo tanto, de la competencia entre los estados, ya comenzaron a fraguarse algunas ideas sobre la necesidad de que esos estados europeos debían unirse para evitar conflictos. El gran nacionalista liberal italiano Mazzini no sólo buscó con ahínco la unidad italiana sino que demostró, a la vez, una fe europeísta poco igualada en su época. En el propio manifiesto de su Joven Italia habló de la federación europea. Esto ocurría en la década de los años treinta. A mediados de siglo, Víctor Hugo militó en la causa europea, expresando que llegaría un momento en que las balas de cañón y las bombas serían reemplazadas por el sufragio universal de los pueblos para la formación de una cámara legislativa, un senado soberano, parlamento de Europa. Al combatir el nacionalismo, Proudhon propugnó la creación de sociedades que debían establecer alianzas entre sí hasta formar una Europa federada. Comte defendió la creación una República Occidental que incluyese a Francia, Alemania, Gran Bretaña, Italia y España, y como asociadas las naciones escandinavas, Holanda, Bélgica, Portugal y Grecia. Por fin, sin lugar a dudas, el internacionalismo socialista, sin buscar explícitamente la unión europea, contribuyó con su crítica al nacionalismo y al belicismo a que cundiera la idea de la cooperación entre los pueblos.
La primera institución internacional con sede en Europa fue el Tribunal de la Haya o Corte Permanente de Arbitraje. En el año 1898, el zar Nicolás II convocó a todas las naciones para celebrar una conferencia de paz. Al año siguiente se produjo dicha reunión de la que salió la creación de un tribunal de arbitraje para resolver los conflictos que afectasen a estados pero también a otras partes, entidades e individuos. El principal problema de la Corte era que no contaba con medios para hacer cumplir sus resoluciones, especialmente cuando los contenciosos afectaban a grandes potencias. Aún así fue un organismo muy importante, el primero de rango supranacional que se creó y sigue existiendo.
El siguiente paso en el ámbito institucional se dio después de la Primera Guerra Mundial en el período de distensión internacional de los años veinte, después de las tensiones postbélicas. En el año 1926 se fundó la Unión Económica y Aduanera europea. Aunque es evidente que se creó con este fin económico concreto, también es cierto que flotaba en la Unión un espíritu que intentaba ir más allá. Uno de sus fundadores, Gastón Riu, escribió un libro titulado Europa, mi patria, donde explicaba que la nueva organización intentó fomentar la idea de Europa mediante la elaboración de estudios económicos.
En el plano de las ideas y proyectos, en este período de entreguerras, destacaron el movimiento paneuropeo del austriaco Coudenhove-Kalergi, y el proyecto de unión europea del francés Aristide Briand.
El conde Coudenhove-Kalergi publicó en 1923 un manifiesto titulado Pan-Europa, por el que se fundaba la Unión Internacional Paneuropea, de inspiración cristiana. Al terminar la Gran Guerra, este político austriaco defendió la tesis de que si Europa no superaba su división y se unía sería inevitable una nueva conflagración.
Sin lugar a dudas, el precedente más interesante de la Europa unida por su audacia fue el de Aristide Briand. El ministro de asuntos exteriores francés pronunció un discurso en la Sociedad de Naciones en 1929 en el que defendió una federación europea basada en varios principios: solidaridad, prosperidad económica y cooperación política y social. La propuesta tuvo mucho impacto mediático y fue muy bien recibida aunque concitó la oposición de las fuerzas políticas más nacionalistas y las comunistas. La Sociedad de Naciones encargó al político francés la elaboración de un memorando de proyecto. Briand lo presentó en 1930. El proceso de unidad comenzaría con una serie de acuerdos para crear un mercado común europeo, aunque no planteó un procedimiento específico para alcanzar este objetivo, dejando muy claro que no pretendía atacar a las respectivas soberanías nacionales. Briand buscaba que la paz se consolidase en Europa y se superasen las tensiones del pasado. La respuesta al proyecto de Briand fue favorable en su gran mayoría, con la excepción británica. Pero no había mucho entusiasmo detrás de la respuesta positiva. Briand solamente consiguió que se creara una Comisión de Estudios para la Unión Europea, pero que dejó de reunirse en 1932 cuando Briand falleció. La nueva década sería de tensiones constantes hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial. A pesar del fracaso, Briand ha quedado en la Historia como uno de los pioneros más destacados de la unidad europea y su influencia puede detectarse en los padres fundadores de la Europa unida.
Por fin, en plena Segunda Guerra Mundial y en prisión, la figura de Altiero Spinelli brilla por su dedicación a la causa europeísta. Spinelli y un grupo de compañeros de prisión escribieron en 1941 el Manifiesto de Ventotene, que lleva el nombre de la cárcel italiana, en el golfo de Gaeta, donde estaban confinados por su militancia antifascista. Este Manifiesto abogaba por la creación de una federación de Estados, como un medio para evitar las consecuencias a las que había llevado el imperialismo y como medio para mantener la paz. Nacía así un potente movimiento federalista que influyó en el proceso de creación de Europa y que sigue empeñado en que la Unión Europea camine por la senda de la federación.