El despotismo ilustrado en Portugal tiene un nombre, el marqués de Pombal, en el centro del siglo XVIII, durante el reinado de José I (1750-1775). Se trataría de uno de los personajes históricos más importantes de Portugal en el Antiguo Régimen y que generaría grandes adhesiones y odios profundos. Algunos le denominaron el “Richelieu portugués” por su enfrentamiento a los estamentos privilegiados.
Sebastião José de Carvalho e Mello era un lisboeta que nació en 1699, estudió en Coimbra, y entró en el mundo diplomático, sirviendo un breve espacio de tiempo en el ejército. Fue nombrado embajador en Londres y después en Viena. En 1755 es ascendido al máximo poder en el reino de Portugal al ganarse el favor real. Pombal consideró que había que emprender grandes reformas, siempre encaminadas a engrandecer el poder de la monarquía frente a la nobleza y el clero, y en línea con la filosofía del despotismo ilustrado. Por eso, el portugués se fijó más en el modelo político francés que en el británico, a pesar de las relaciones estrechas que Portugal tenía con Inglaterra. A Pombal nunca le tembló la mano y se empeñó en que se cumplieran las órdenes y disposiciones con una energía pocas veces vista en la historia del país y entre sus homólogos europeos. No admitía resistencia alguna.
Aprovechó un atentado contra el rey para expulsar a los jesuitas en 1759. Recordemos, en este sentido, las malas relaciones que los déspotas ilustrados tuvieron con la Compañía, como en el caso español. En ambos países se pensaba que los jesuitas eran un poder al margen del Estado por su obediencia directa a Roma, y eso no se podía tolerar. El control de la Iglesia se completó con la subordinación de la Inquisición al Estado. Además, Pombal cerró conventos y limitó las donaciones a las instituciones religiosas, algo muy común en el Antiguo Régimen, para evitar el desvío de recursos económicos hacia un sector no productivo.
Pombal se empeñó en una profunda reforma educativa, especialmente en la Universidad de Coimbra, que modernizó, clausurando la de Évora, que era de los jesuitas.
En lo económico optó por aminorar los gastos lo que permitió, además de la llegada del oro brasileño, emprender una reforma urbanística de primer orden en Lisboa, que había sido casi destruida por el terrible terremoto de 1755. También reorganizó el ejército, tomando como ejemplo, en este caso, a los prusianos. La marina portuguesa fue potenciada en un siglo de enfrentamientos entre las potencias coloniales por el dominio del mar. En el ámbito agrícola fomentó la viticultura en el valle del Duero, en la región de Oporto. Se creó la Companhia para a Agricultura das Vinhas do Alto Douro. Esta política pretendía la protección de este cultivo y del vino, muy apreciado en el mercado internacional, especialmente en el británico. En el sector pesquero no le tembló la mano para obligar a que los pescadores del sur entraran en la Companhia Geral das Reais Pescas do Reino do Algarve.
Creó compañías que intentaran romper el dominio mercantil inglés sobre Portugal. Fundó manufacturas textiles, de cristalería y azucareras, cuyos productos serían protegidos con aranceles aduaneros. Era una clara apuesta por el mercantilismo. En materia colonial reforzó el monopolio comercial sobre la principal colonia, el Brasil. Allí emprendió reformas para fortalecer el poder de la metrópoli y asegurar una mejor explotación de los recursos naturales, especialmente de la minería, y de la fiscalidad.
En 1751 fundó el Banco Real y emprendió una reforma fiscal encaminada a mejorar la recaudación fiscal, centralizando esta materia en la Real Hacienda de Lisboa.
Abolió la esclavitud en las Indias Orientales pero no en Brasil. En materia social se empeñó en rehabilitar los conversos, a los cristianos nuevos. Abolió toda la legislación discriminatoria previa, y prohibió el empleo del término “cristiano nuevo”. Las penas por incumplir las leyes en esta materia eran durísimas.
Sus políticas, su actitud y la represión que generó provocaron el enfrentamiento con los estamentos privilegiados. La alta nobleza, especialmente cuando el rey dio más poderes a Pombal como consecuencia del terremoto de la capital, generó hacia el ministro una abierta hostilidad. A raíz del atentado que sufrió el rey, que hemos mencionado anteriormente y que ocasionó la expulsión de los jesuitas, se detuvo a la familia Távora y al duque de Aveiro, que fueron perseguidos, juzgados y ejecutados sin ningún miramiento. La nobleza portuguesa quedó paralizada ante la dureza extrema del ministro.
La muerte del rey José I selló el fin de este gobernante. La reina María I, que sentía una especial aversión hacia Pombal, fundamentalmente por su falta de misericordia hacia los Távora, le retiró del poder y le conminó a un curioso exilio, permanecer siempre a una distancia determinada de su persona. Pombal moriría en su hacienda en 1782.