En Masonería existe la denominada Columna de Armonía que se refiere al conjunto instrumental, y más comúnmente, en la actualidad, al aparato que reproduce música, destinado a ejecutar la música masónica en las tenidas de los talleres.
En las Constituciones de Anderson (1723) aparecen el canto del Maestro, el del Vigilante, el del Compañero y el Canto para la recepción de Aprendices, que son las primeras alusiones musicales en Masonería. Este último Canto de los Aprendices se cantaba en la Cadena de Unión, por lo que terminó siendo la más empleado y conocido. Al parecer, su origen estaría en una tonada irlandesa anterior.
Hasta muy entrado el siglo XVIII no había instrumentos musicales dentro de las logias, empleándose la voz, como hemos visto, pero con el tiempo terminaría imponiéndose el empleo de instrumentos de cuerda, trompetas y tambores. En 1773 el Hermano Jean -Christophe Naudot, que era músico, pulió y recogió la diversidad de cantos en el cantoral titulado, Canciones anotadas de la muy venerable cofradía de masones libres.
En ese momento, hacia el final del reinado de Luis XV, apareció, en realidad, la “Columna de Armonía”, con siete instrumentistas: dos clarinetes, dos cuernos, dos fagots y un tambor. En los templos grandes se llegó a contar con órganos, pianofortes o pianos. Algún autor llega a decir que la confesión religiosa mayoritaria en cada país influyó en la elección de instrumentos. Las logias de países católicos se inclinarían más por los instrumentos de viento, frente al órgano o el harmonium de los estados protestantes.
El gusto por la música y la competencia entre las logias hicieron que la Columna de Armonía se desarrollase de forma evidente, permitiendo que entraran muchos músicos. A algunos de ellos hasta se les exoneró de las cotizaciones o capitaciones con el compromiso de componer música adecuada para las tenidas ordinarias, las magnas, las fúnebres, las iniciaciones, los ágapes, etc. En muchas logias se llegaron a crear verdaderas orquestas de cámara, en un momento, además, de verdadera pasión por la música en Europa, en la transición del Barroco hacia el Clasicismo.
En el siglo XIX apareció la figura del maestro organista frente a la Columna de Armonía. En cierta medida, este cambio estaría vinculado al giro religioso de la Masonería en la primera mitad de la centuria, como sabemos que ocurrió en el Rito Francés.
Al parecer, la Columna de Armonía estaría dirigida por el Maestro de Ceremonias, o por un maestro designado por él, aunque siguiendo sus instrucciones.
Según las consultas que hemos realizado, algunos autores recomendarían acompañar musicalmente once momentos de la tenida, aunque esto es puramente indicativo y dependería del Rito que se emplee: entrada al taller, reconocimiento de los hermanos, encendido de luces, la pregunta sobre la hora, apertura de trabajos, si hubiera receso o recreación de los trabajos, el tronco de la viuda, la cadena de unión, el apagado de luces, y la salida del taller. Cada momento tendría su música específica, aunque deberían guardar una cierta unidad estilística. Por otro lado, la música no debería nunca adquirir tal relieve que se eclipse la palabra, que es la gran protagonista del trabajo masónico, además, sin lugar a dudas, del silencio.