“Navegante loco que quiere cruzar el charco en un cascaron de nuez”, y lo ha hecho. Pablo Torres Barragán (Sevilla, 1982) tendrá que cambiar el tiempo de esta frase con la que presentaba su proyecto, El Bicho 2, ya que hace apenas unos días ha finalizado su participación en la 13 edición de la prestigiosa regata Mini Transat para veleros de la clase Mini 650, después de recorrer en solitario más de cuatro mil millas entre La Rochelle y la Isla Le Marin (Martinica-Francia), con una única parada en Las Palmas de Gran Canaria.
Por si fuera poco, una exigencia más, no contar con ninguna ayuda externa. Antes de empezar, Torres decía que con llegar habría cumplido su sueño, y es lógico ya que este se partía en pedazos al igual que su primer Bicho en la edición del 2003. Pablo sabía por tanto y muy bien a lo que se enfrentaba, a tanto y tan difícil que otros se habrían olvidado de una segunda intentona pero él no es así, él es un “constructor de sueños” y tenía que volver a intentarlo.
Y lo ha logrado. El regatista del CN Puerto Sherry arribaba a Le Marín después de 18 días, 18 horas, 30 minutos y 20 segundos, en el puesto 17º de la general y entre los primeros de los seis españoles que tomaban parte en la aventura, primero en su clase Prototipo. El tiempo empleado sumado al de la primera etapa (La Rochelle-Las Palmas de Gran Canaria) hacen un total de 30 días, 2 horas, 6 minutos y 12 segundos. Casi nada, imagínense por un momento la de cosas que hacemos en un mes, en un día, imagínense entonces dentro de un barco de estas características todos esos días y sin poder llamar a un fontanero, a un electricista, a un carpintero o un médico para reparar daños materiales o físicos, sólo ante todo y con tu vida en las manos todos los días. Impresionante, no?
Sin duda hay que ser de otra pasta y lejos de ser un navegante loco, tener la cordura necesaria para sortear las trampas de una mar arrebatadora y traicionera a partes iguales y los pequeños y grandes problemas que no le iban a permitir casi un momento de “despiste” a bordo, las interminables horas en soledad y los sueños interrumpidos, y no volverse loco.
Porque como era de prever, problemas los ha tenido y algunos muy serios, nos habla de una mano astillada al intentar arreglar una cruceta para evitar el riesgo de perder el mástil, lo que habría sido fatal; problemas con el generador, sustos a media noche, “de repente durmiendo escucho ¡PA!, un volquetón pero el barco volvió a su sitio sólo, me levanto, salgo y me doy cuenta que una pala se había salido, con el spi también, así que para ponerlo de noche, me empape entero, un follón”, y se queda tan tranquilo. “En definitiva muchas roturitas, a medida que van surgiendo los problemas te centras en eso y la regata se convierte más en una travesía”. Muy lejos desde luego de lo que a casi todos nos viene a la cabeza cuando escuchamos la palabra “travesía”.
Cualquiera podría pensar que lo mejor es dejarse llevar en rumbo, pero el sevillano ha hecho mucho más que eso, ha tomado decisiones unas detrás de otras, unas mejores que otras, y también se ha arriesgado a probar para avanzar más y mejor hasta que la sensatez que también le caracteriza le aconsejó “mejor no inventar no vaya a ser..”
Ahora Pablo prepara su vuelta prevista el día 7 de diciembre y sin apenas darse una tregua para disfrutar de este logro, ya piensa en “construir un nuevo proyecto y quien sabe, quizás un nuevo barco”. No es que no esté contento con este Bicho, “ni mucho menos, es un barcazo, pero pienso en construir uno” (El Bicho 2 es un Manuard de 2003). De momento vuelve a Cádiz, “a reparar todo lo que he roto (risas) y a estabilizarme un poco”. Le quedan ganas de Mini Transat, “Me quedo con las ganas de hacer una regata más competitiva, no tanta supervivencia y más regatear, imagino que es cuestión de experiencia porque los que han ganado o están arriba son gente que lleva varias ediciones a sus espaldas y que entrenan mucho en Francia, están en el sitio. Desde Cádiz igual es más complicado pero habrá que intentarlo”.
Este “constructor de sueños” como a él le gusta llamarse descansa ahora en una casita en Martinica junto a su padre y director de proyecto, quien lo único que no ha hecho (y porque no podía) es pegarse a su hijo con cinta aislante y subirse con él a bordo. La de Pablo es una bonita historia de confianza, de superación, de vivir viviendo, y de un sueño entendido a la perfección por su familia con el patriarca a la cabeza, defendiendo las inquietudes de su hijo y trabajando codo con codo con él para hacerlo realidad.