Aunque la unificación italiana fue un proceso con claras vinculaciones o causas económicas, políticas y sociales, en este artículo queremos centrarnos en los aspectos ideológicos del mismo, acercándonos a las distintas posturas o proyectos sobre cómo se pensó en realizar dicha unificación.
El romanticismo, fiel aliado del nacionalismo, tuvo en Italia destacados representantes. Los escritores se dedicaron a ensalzar la idea de la patria italiana. En este sentido es importante nombrar al poeta Leopardi y al novelista Manzoni. Por su parte, el sentimiento antiaustriaco encuentra en Mis prisiones de Silvio Pellico su máxima expresión. El autor relata su propia experiencia al ser encarcelado por los austriacos por su lucha como carbonario. La obra fue muy popular, y algunos consideran que fue fundamental en el combate moral contra uno de los principales enemigos de la unificación.
Gioberti fue un personaje clave en la defensa de la unidad italiana. En 1843 escribe Del primado moral y civil de los italianos, donde defiende la existencia de una raza italiana con lazos comunes de sangre, religión e idioma. Pero, sobre todo, propugna que los italianos se agrupen en torno al Papa, aunque con el tiempo las expectativas con Pío IX se esfumaron. La política pontificia terminó por ser contraria a la unificación porque la misma suponía terminar con la existencia de los Estados Pontificios.
Cesare Balbo, por su parte, escribe en 1844, es decir, de forma casi simultánea a la obra del abate Gioberti, La esperanza de Italia, obra en la que propone una solución federal para Italia, habida cuenta de la diversidad de estados y entidades políticas italianas. En todo caso, Balbo siempre fue un moderado.
El modelo de nacionalismo progresista y republicano tiene en Mazzini su más encendido defensor. La unificación solamente podría producirse con un levantamiento del pueblo italiano. Siempre luchó por ello a través de las organizaciones que creó, como la “Joven Italia”, con su lucha por la República romana, y hasta en el exilio. Frente a este modelo republicano se planteaba la opción monárquica en torno a la Casa de Saboya de un Massimo d’Azzeglio.
Por fin nos quedan dos hombres, más prácticos que teóricos, aunque radicalmente distintos, pero fundamentales para entender dos maneras de hacer Italia. Cavour comprende la necesidad de unificar Italia, lógicamente, en torno a la Casa de Saboya, a la que sirve en el gobierno de Azzeglio desde 1850, aunque a los dos años se hace con la presidencia del Consejo de Ministros. La idea de la Italia unida de Cavour se pone en marcha a través del diseño de una política diplomática y unas intervenciones militares. Cavour elaborará un programa muy claro y que irá cumpliendo punto por punto. Para conseguir la unificación era imprescindible expulsar a los austriacos del norte italiano, por lo que emprende una campaña diplomática para atraerse a ingleses y franceses a su causa. El éxito es grande porque la cuestión italiana se hace un hueco muy grande en las cancillerías europeas. Pero, además, este programa unificador tiene su dimensión interna y que tiene que ver con su política económica en el Piamonte: librecambismo, construcción de la red ferroviaria, etc.., como medidas que impulsan, indirectamente, la causa nacional. Con su política de separación de la Iglesia y el Estado y la desamortización eclesiástica se atrae a los liberales. Por fin, fomentará la creación de organizaciones políticas como la Sociedad Nacional Italiana, para canalizar las inquietudes nacionalistas. Así pues, Cavour se convierte en un protagonista fundamental frente al otro personaje del Risorgimento, el revolucionario Garibaldi, el hombre de acción que arrastra a los Camisas Rojas frente al absolutismo de los Borbones del Reino de las Dos Sicilias. Garibaldi entregará el sur al proyecto unificador de Cavour, planteado desde el Norte.
Para terminar, nos queda un tercer protagonista, el rey Víctor Manuel, mucho más sensible a los deseos unificadores que su padre, Carlos Alberto, más conservador y temeroso de todo lo que tuviera que ver con el liberalismo y las revoluciones.