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El Sexenio Absolutista (1814-1820)

fenandovii-goya-fragmentoTras el Tratado de Valençay de diciembre de 1813, Fernando VII regresó a España. El rey desembarcó en Valencia en abril de 1814. Su llegada coincidió con la publicación del Manifiesto de los Persas, firmado por 69 diputados absolutistas, que reclamaban al monarca la vuelta al absolutismo. El 4 de mayo de 1814, el rey promulgó el conocido como Decreto de Valencia, restaurando su poder absoluto y aboliendo la Constitución de 1812, así como toda la labor legislativa de las Cortes de Cádiz. Se inició, pues, una etapa que coincidía en el contexto internacional con la de la restauración del absolutismo, después de la derrota de Napoleón, la reunión del Congreso de Viena y el establecimiento de la Santa Alianza para abortar cualquier brote revolucionario liberal en Europa.

Fernando VII y sus ministros pretendieron volver al pasado con una serie de medidas: restauración de la Inquisición, de los antiguos Consejos, de la Mesta, los gremios, el sistema señorial, la devolución de los bienes desamortizados, etc…

La represión se desató contra afrancesados y liberales a través de tres medios: cárcel, destierro y pena de muerte. Además, comenzó el primer exilio de la historia contemporánea española. Los exiliados se refugiaron en Francia y el Reino Unido, donde comenzarían a conspirar para restablecer el sistema constitucional.

España estaba en una situación extremadamente difícil por la guerra abierta por la independencia de las colonias americanas, mientras la hacienda real se encontraba en la ruina. La deuda se elevaba a 1.500 millones de reales en 1817,  aumento considerable por la guerra en América. Aunque se pretendió volver al sistema fiscal del Antiguo Régimen, el gobierno fue consciente de que era ineficaz y hubo que intentar una reforma fiscal de signo liberal, como la establecida en Cádiz y derogada años antes: una contribución única y proporcional a los ingresos. Los estamentos privilegiados se opusieron y la reforma del ministro Martín y Garay fracasó.

Por otro lado, los ministros duraban muy poco en el cargo, dominando la política, realmente, una camarilla alrededor de un monarca voluble. Los escándalos se sucedían, como el de la compra de once barcos rusos en 1817 para enviar a Rusia y que, abandonados en Cádiz, resultaron inservibles. La situación de la monarquía absoluta se encontraba en un verdadero callejón sin salida.

En este contexto de profunda crisis, los liberales iniciaron una larga serie de pronunciamientos liberales que caracterizaron casi todo el siglo XIX español. Los pronunciamientos eran levantamientos de algunos sectores del ejército, con apoyo civil para cambiar el orden político. Los liberales eran conscientes de su debilidad por falta de apoyo popular, por lo que vieron en los militares la única salida para tomar el poder. En el Sexenio Absolutista llegaron a producirse hasta ocho pronunciamientos pero solamente el de enero de 1820 tuvo éxito. Efectivamente, el 1 de enero de dicho año se sublevó el ejército acantonado en Las Cabezas de San Juan (Sevilla), dirigido por el teniente coronel Rafael del Riego, que debía marchar a América. Aunque al principio Riego no consiguió apoyos y parecía que su pronunciamiento iba a ser otro fracaso, la revolución se extendió por diversas ciudades andaluzas y del resto de España, por lo que Fernando VII se vio obligado a jurar el 7 de marzo la Constitución de 1812.

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