Puede que estés escuchando la versión de Eddie my love que hicieron las Dee Dee Sharp, o puede que te hayas entretenido con lo penúltimo de Alejandro Sanz, o puede que no. Hay a quien le da por ahí, e incluso cosas peores como leerse, como si fuera una novela o creyéndose que es un tratado sobre la caída de la monarquía el Republicanismo de Philip Pettit y después –me ha pasado- te lo va contando como si fueran teorías propias de tu interlocutor. El colmo puede ser encerrarse para ver en Blue Ray películas de Victor Erice sin pestañear, a la vez que se desdeña la crítica de lo que será la siguiente película de Woody Allen. El estío es lo que tiene, su parte de hastío, esas duermevelas sudorosas en la playa, el sin vivir de pasárselo bien a la fuerza, los fichajes de verano…y mucha más melancolía, pese a lo que digan, que cualquier otra estación del año. En cualquier caso la felicidad está sobrevalorada.
Cuando era niño el verano era mucho más largo, parecía eterno para lo bueno y para lo malo. Las tarde mirando por el cierro para saber cuando abría Ricardo para ir a comprar el Extra de Verano de Mortadelo, el olor a lejía de la limpieza del viernes por la tarde, las salidas a “ver escaparates”,- autentica gymkhana ciudadana de la que me dan fe que yo no era el único participante obligado por madres de poco poder adquisitivo,- la playa omnipresente y sin protector solar que para eso molaba ir despellejado, y ese deseo que operaba en mi a partir de mediados de agosto de que llegara el colegio, la ocupación y que desapareciese la obligación de pasarlo bien y estar contento. Como no soy niño de posguerra a mi no me conmueven que las bicicletas sean para el verano. Soy hijo del desarrollismo, el cemento, las caravanas para entrar o salir de La Barrosa (playa que conocí ya con abundante pelusilla en el bigote), soy de los de Felipe, Aznar y Zapatero, que ya Mariano me parece de otro planeta…
Los verano son whatssapp, se acabó la romántica espera, ya sabemos que nadie está fuera de nuestro alcance y podemos medir afinidades en número de mensajes cruzados o en silencios sospechosos mientras vemos que esta “line”. Ya ni siquiera sabemos hablar por teléfono, -autentico commodities de la auténtica comunicación.-, las únicas cartas que recibimos son de los bancos y la parte más vista de los telediarios es la información meteorológica. La comunicación en un “doble check”. Esa es la verdadera religión. Ya no se dan besos, se dan “Bs.”. Ya nadie se alegra de verte porque te tienen muy “visto” en el Chat y ¡ay quien se atreva a intentar mantener una amistad sin doble check en azul! ¿Qué es eso de tener una relación sin whatssapp? Una ordinariez. En los conciertos ya no se llevan mecheros que para eso están los smartphones, que nos permiten, además, cuando queremos cortar una conversación o una relación no tener que disimular, sale “line” pero no hay mensaje y por más que te empeñes no hay doble check.
El verano siempre es el final del verano, que ya lo decían el Dúo Dinámico, y más ahora que pasa tan rápido, tanto que a poco que no espabile tengo que hablar del otoño. Un verano de incendios forestales, elecciones y probabilidades de gobierno, Gibraltar español, de fútbol (como casi siempre), de conciertos multitudinarios, de carteleras de cine inanes, de levante de cuatro barras en el estrecho, de turistas de calcetines blancos y bermudas imposibles, de ilusiones perdidas, de decepciones decepcionantes.
Se nos va el tiempo entre los dedos y es como si los fumadores de tiempo del Momo de Michael Ende se metieran tres trócolas en la boca a la vez y los días de esa manera ya no duren veinticuatro horas como dios manda. Entretanto y mientras llega el próximo artículo pasaran las mismas cosas de siempre pero más rápidas: un concierto, la playa, dormir poco, soñar mucho (all I have to do is dream, -Everly Brothers dixit-), comer menos, pensar lo justo, leer lo que caiga, esa música que no falte, películas pirateadas, ilusiones tornadas en desilusiones, decepciones sobrevenidas…pero llegará otro verano, con whatssapp o sin whatssapp, y podremos seguir asistiendo al pequeño milagro de seguir viviendo mientras la alternativa sea tan poco saludable.
Mientras disfruten como puedan, como hacen los Testigos de Jehová todos los años en el Carranza, o los fieles al entierro de la caballa, no hay que olvidar que desde Puerta de Tierra hasta el Hospicio, -y más allá, que diría Buzz Lightyear-, Cádiz está de fiesta todo el verano. Sayonara, baby.