Se les llamó herejes, maniqueos, gnósticos… se les rechazó, excomulgó y persiguió hasta exterminarlos. Todo porque creían que el bien era Dios y el mal el diablo, porque rechazaban el mundo material y predicaban el ascetismo. Abdicaron de la pompa de la iglesia y ensalzaron un tipo de relaciones donde la solidaridad, el amor, la convivencia y la belleza fueran un pretexto para vivir. En esencia era la práctica del cristianismo más puro que tomaba como referencia el Nuevo Testamento. Nada muy complicado en los tiempos de hoy, pero absolutamente inaceptable en los siglos XII y XIII. Y menos para personajes tan estrictos como el papa Inocencio III o el rey de Francia Felipe II Augusto. Intentaron por la buenas que los cátaros, a los que también llamaban albigenses, abjuraran de su creencia y allí llegaron Santo Domingo de Guzmán y San Francisco de Asís para convencerlos, pero todo fue inútil. Entonces, lo hicieron por las malas. El Papa que ya había iniciado la cuarta Cruzada en Tierra Santa, emprendió otra mucho más cerca, en tierras de Languedoc, en el sureste de Francia. Les costó tiempo y duras batallas, pero finalmente en 1255, los hombres del rey de Francia ocuparon el castillo de Quéribus, que había seguido acogiendo a creyentes cátaros. Con esta conquista terminaron las campañas militares contra los albigenses.
Antes de eso, los cátaros buscaron refugio en castillos y fortalezas como Montségur, Peyrepertuse, Quéribus, Carcasona, Termes, Puyvert, Puylaurens… En ellos sufrieron y perecieron y, de un modo real o imaginario, sus espíritus aún rondan por allí. La mayoría de estos castillos son sólo ruinas, pero no cuesta imaginarlos en su papel de celosos guardianes celestiales de lo que ocurría en la tierra, y a los cátaros viviendo en ellos según sus estrictas normas, tocando el cielo con las manos y con los pies separados del suelo. Fueron largos años de lucha feroz, caracterizados por asedios y batallas, matanzas y represalias, masacres y torturas; largos años iluminados tan sólo por los oscuros resplandores de las hogueras en las que quemaban a los herejes.
Como otras muchas herejías y creencias, el tiempo habría hecho olvidar a los cátaros, salvo por su tesoro del que nunca más se supo y que contenía, entre otras cosas, nada menos que el Santo Grial, ése que sólo en España se disputan Montserrat, León, Lugo y Valencia. Y así ocurrió en casi todo el mundo. Pero no aquí, en esta tierra del Midi francés, a un paso de Cataluña y el resto de España, que hoy ocupa el departamento de Aude en el Languedoc- Roussillon, y que no solo no los ha olvidado sino que ha retomado su nombre como marca turística: “Pays Cathare”.
En el corazón de Languedoc, entre Cabardès y el litoral mediterráneo, está Aude, una tierra con un rico patrimonio, del que dan testimonio la famosa ciudad fortificada de Carcasona, la ciudad histórico-artística de Narbona, los castillos del País Cátaro, como Peyrepertuse y Quéribus, las abadías de Fontfroide y Lagrasse o las esculturas románicas del maestro de Cabestany que adornan algunos edificios religiosos… Y si se busca naturaleza, se puede disfrutar de un paseo por la Montaña Negra o por el Parque Natural Regional de la Narbonesa en el Mediterráneo para contemplar unos paisajes vírgenes y preservados, antes de practicar algún deporte acuático y descansar en las playas de arena fina de las seis localidades playeras de Aude.
Narbona, mucho por descubrir
Seguir la ruta de los cátaros es una buena forma de descubrir esta región, pero no la única porque hay mucho que ver. Tal vez el mejor comienzo sea Narbona, adonde se puede llegar directamente en AVE desde España. Es una ciudad pequeña y tranquila, fácil de pasear, que fue residencia de los reyes visigóticos y sede episcopal. Tiene el honor de ser la primera ciudad romana fundada fuera de Italia. Con apenas 60.000 habitantes, esta pequeña ciudad lo tiene todo: una larguísima historia que se proyecta hasta los romanos, un estilo de vida moderno en un entorno medieval encantador, un ritmo apacible, sitios Patrimonio de la Humanidad y un estupendo mercado donde disfrutar de su cocina.
En pleno centro histórico, hay dos edificios, declarados Monumento Histórico, de obligada visita: la catedral de San Justo y San Pastor y el palacio de los Arzobispos. La inacabada catedral de Narbona (siglos XIII-XIV), conserva un coro espectacular que, con sus 41 metros en la bóveda, es el coro gótico más alto del sur de Francia. En la capilla axial hay un espléndido retablo de piedra policromada del siglo XIV. La sala del Tesoro, por su parte, muestra una rica colección de piezas de orfebrería, tapices y objetos litúrgicos. El antiguo palacio de los Arzobispos es la sede del ayuntamiento, el museo de Arte y el museo Arqueológico, y hay que recorrer las diferentes partes que lo componen: palacio viejo de origen románico, torreón Gilles Aycelin, palacio nuevo de estilo gótico, torres de San Marcial y de la Magdalena. Construido entre finales del siglo XIII y principios del XIV, el torreón ofrece desde su terraza superior una vista panorámica de Narbona, el litoral, Les Corbières y los Pirineos.
Junto a los dos monumentos discurren las callecitas del centro histórico con bellos ejemplos de arquitectura del siglo XIX, de la época en que Narbona ganó prosperidad gracias a los viñedos que se fueron extendiendo en su comarca y a la llegada del ferrocarril para poder transportar las cada vez mas abundantes cosechas y producción vinícola. Y por estas calles se llega al Puente de los Comerciantes, uno de los poco puentes habitados de Europa y con una larga historia comercial sobre esta vía que unía el centro aristocrático de la ciudad con el burgo o barrio popular del otro lado del canal. Aquí discurre un tramo del Canal de la Robine, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, que atraviesa la ciudad de Narbona y se constituye en un eje principal para la visita de la ciudad. Es también una oportunidad de realizar una visita distinta: se pueden alquilar pequeñas barcas para remar por el canal atravesando los varios puentes que lo cruzan, también realizar una visita fluvial para conocer Narbona desde otro punto de vista, y hasta disfrutar una cena a bordo mientras la ciudad va encendiendo sus luces al anochecer.
Y caminando por la ribera del canal se llega a un lugar ineludible en cualquier visita a una ciudad: el Mercado de Abastos, que tiene un gran valor arquitectónico ya que se trata de un hermoso ejemplo de estilo Baltard, típico de finales del siglo XIX cuando se abrió Les Halles en París, como se le conoce también en Narbona. En los puestos se encuentra todo tipo de productos de la tierra de la comarca: frutas y verduras frescas, carnes y pescados, aceite de oliva y embutidos, algunos de los quesos más ricos de Francia, vinos para todos los bolsillos y exquisitos dulces. Es toda una tentación sentarte, como hacen los locales, en una de sus barras frente a una fuente de ostras y una copa de champagne.
Claro que si se trata de comer bien –y mucho– es imprescindible acudir a Les Grands Buffets un gigantesco restaurante situado en las afueras de la ciudad que es ya un icono de Narbona y que tal vez reciba más visitas que la propia catedral. Les Grands Buffets invita a revivir una experiencia en vías de desaparición: el festín clásico francés en forma de bufets repletos de manjares excepcionales. Más de 300 platos diferentes se ofrecen en cantidad ilimitada al comensal que puede acudir a los diferentes bufets cuantas veces quiera y todo por un precio único de 32,90 euros. Ahí está todo lo que se pueda soñar: siete tipos de foie-gras en todas sus formas, embutido local, siete tipos de jamón, bogavante asado o a la americana y veinte tipos de marisco, callos guisados, cabeza de ternera, cassoulet, cordero, morcilla con manzana, ternera a la antigua, tuétano a la flor de sal, sepia a la sétoise… En el centro del restaurante hay un asador panorámico donde se cocinan platos al momento frente al cliente. Para casi terminar, hay 45 variedades de quesos para elegir y más de cien tentaciones de postres. Para acompañar la comida, se puede elegir en la carta una variedad de 70 vinos servidos por copa o botella a precios de bodega.
En el restaurante Les Grands Buffets, el festín clásico a la francesa continúa mucho más allá del plato y rinde homenaje al arte tradicional de la mesa de una manera elegante representando un ceremonial de la comida clásica francesa, que se presenta con manteles de calidad, copas, vinos en jarra de cristal, cubiertos de carne y pescado, manteles individuales, servilletas bordadas… Y un auténtico museo de arte moderno rodeándolo todo. Una experiencia que no hay que perderse y que justifica por sí misma una visita a Narbona.
Carcasona, la mejor fortaleza de Europa
La capital del departamento de Aude es, desde luego, la mejor referencia de lo que representaron los cátaros y tiene, sin duda, una de las fortalezas mejor conservadas de Europa, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Ciudad-fortaleza desde los comienzos de la historia, Carcasona ha visto pasar a lo largo de los siglos a galos, romanos, visigodos, árabes, francos, cátaros, y ahora, miles de turistas de todo el mundo.
Desde la distancia, la contundente masa gris de las Murallas de Carcasona emerge sobre los viñedos afianzando su aspecto de fortaleza inexpugnable. Los muros que rodean la ciudad son, aún hoy, uno de los mejores ejemplos de ingenio militar de todos los tiempos. Las torres rematadas por conos de pizarra negra evocan, de manera inmediata, a los cuentos de hadas, pero la historia de esta imponente plaza fuerte dista mucho del ideal de cuento con final feliz. Los miles de viajeros que se acercan a esta joya medieval de la región francesa del Languedoc, llegan atraídos por uno de los episodios más violentos y, a la vez, atrayentes, de la historia gala. Se trata de un siniestro recordatorio de la Cruzada Albigense, el conflicto armado que acabó con los cátaros. Precisamente fue este el escenario del nacimiento de la Inquisición, invento francés que entró en la Península por Aragón aunque sea famosa en el mundo entero bajo el apelativo de española.
La mejor manera de entrar en Carcasona —mejor a primera hora de la mañana, antes de que se llene de turistas– es a través del Puente Viejo, un imponente paso medieval que salva el cauce del río Aude a través de una elegante sucesión de arcadas. La Cité, como se llama la ciudad intramuros, sufrió muchos desperfectos durante los ataques de la cruzada albigense, en el siglo XIII cuando Simon de Monfort llegó a Carcasona al mando del ejército cruzado enviado por el Papa Inocencio III para combatir la herejía cátara. El asedio a la ciudadela medieval acabó en 1209, con la toma de la ciudad que quedó casi en ruinas. Pero más tarde fue reconstruida y restaurada por los monarcas franceses, un proceso que se ha ido repitiendo interminablemente desde entonces y que no es del gusto de todos. Lo cierto es que para los estudiosos de las guerras medievales, la Cité es un verdadero paraíso. Constituye un perfecto ejemplo de los más sofisticados métodos bélicos de la época, con sus veintiséis torres, sus altos torreones, sus aspilleras, y con los aposentos de los condes, un castillo dentro del castillo. La vista que se obtiene en cualquier momento del día –y de la noche porque está muy bien iluminada– de todo el conjunto desde fuera de la ciudad, desde el mismo puente medieval que conecta la ciudad-fortaleza con la moderna Carcasona, es maravillosa.
Pero no todo es arquitectura castrense en Carcasona, y la basílica de Saint Nazaire es prueba de ello. Su interior, bañado por la luz que entra a raudales por los hermosos rosetones de la Virgen y de Cristo, delatan la altura de las naves, los impresionantes vidrieras y la piedra sepulcral bajo la que reposan los restos del no por todos querido en esta tierra, Simon de Monfort. Y, antes de abandonar la ciudad, vale la pena luna visita a la que todavía se denomina “ciudad nueva”, aunque sea del siglo XIII o bastida de San Luis, en especial su calle principal, la rue George Clemenceau, visitar sus iglesias, entre ellas la catedral de Saint Michel, y llegar hasta el Canal du Midi, también Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.
Ruta de castillos y abadías
Tras las grandes ciudades del País Cátaro, llega el turno de los pequeños y no tan pequeños lugares de este ruta. Como fiel reflejo de lo que los cátaros representaron: religión y milicia, han quedado sus huellas en forma de abadías, que resisten bien al tiempo, y castillos en lo alto de auténticos nidos de águila, más cerca del cielo que de la tierra, casi todos en ruinas. Hay una veintena de citas si se quieren conocer a fondo, pero nos limitaremos a la cuarta parte.
Abadía de Fontfroide. A pocos kilómetros de Narbona, la antigua abadía de Fonfroide se oculta en una hondonada de las Corbières. Los edificios, esencialmente de los siglos XII y XIII, lucen el típico estilo cisterciense reconocible por su austeridad, recibiendo la luz a través de bellas vidrieras del XX. El claustro es de una gran elegancia, mientras que la iglesia destaca por combinar su gran tamaño con unas proporciones admirables. Las dependencias monásticas fueron restauradas, adaptadas y en ocasiones añadidas en los siglos XVII y XVIII. Patios floridos, una rosaleda y jardines convierten el conjunto en un lugar con mucho encanto y en una espléndida obra de arte. La abadía es hoy propiedad privada, clave de su perfecto estado de conservación, y se explota como lugar para celebraciones, cenas, eventos y espectáculos… si los cátaros levantaran la cabeza.
El bello Lagrasse. Reconocido como una de los “pueblos más bellos de Francia” un sello que agrupa a más de 150 pueblos de menos de 2.000 habitantes y con un rico patrimonio, Lagrasse está a medio camino entre Narbona y Carcasona. Conserva su encanto medieval con sus casas antiguas, la plaza central, los restos de sus murallas y vibra en torno a una intensa vida cultural y festiva. El puente viejo, de estilo románico, une las dos partes del pueblo y comunica con la abadía benedictina que solo puede ser visitada en parte, ya que, curiosamente, más de 40 monjes viven todavía en ella. Dice la leyenda que Carlomagno pasó por allí camino de la Península Ibérica para combatir a los moros y le concedió una carta en 778 siendo el origen de la abadía de Lagrasse, que llegó a ser una de las más importantes de la Europa medieval. Se pueden apreciar obras del maestro Cabestany.
Peyrepertuse, centinela de piedra. Cruzando las impresionantes gargantas de Galamus se llega a este castillo, denominado con toda justicia la ciudadela del vértigo, tal vez el más impresionante de los viejos castillos cátaros y también el más bello. Casi inaccesible, a 800 metros de altura, Peyrepertuse es el baluarte feudal más vasto de toda la región y el que mejor se conserva, desde su promontorio rocoso domina unos paisajes vírgenes y preservados. Este sitio fortificado, que fue feudo de Guillaume de Peyrepertuse en la época de la cruzada contra los albigenses y un elemento esencial en la defensa del reino de Francia frente a Aragón, muestra en nuestros días sus impresionantes ruinas colgadas. Está declarado Monumento Histórico. Al contrario de otras fortificaciones, no fue asediado, sino que prefirió rendirse al rey de Francia en 1240. Dentro de su doble cerco de murallas, el castillo de San Jordi parece casi una fortaleza dentro de otra fortaleza, con su increíble escalinata tallada en la roca, como suspendida en el vacío.
Quéribus, penúltimo refugio. En pleno corazón del macizo de Les Corbières, cerca del pueblo de Cucugnan, en lo alto de un estrecho pico rocoso, se alza el castillo cátaro de Quéribus. Esta fortaleza medieval, colgada a 728 metros de altitud, es reconocible por su imponente torreón rodeado por tres recintos sucesivos, y parece una prolongación natural de la masa rocosa de la que emerge a viva fuerza. La ciudadela de Quéribus sirvió de refugio para los religiosos cátaros en la cruzada contra los albigenses y fue el último bastión de la resistencia cátara que cayó en manos de los cruzados, en 1255. El paraje de Quéribus, al que se puede acceder en diez minutos por un escarpado camino, ofrece unas vistas espectaculares de Les Corbières, la llanura del Rosellón, el Mediterráneo y los Pirineos desde la terraza de su torreón poligonal. Con su bóveda ojival, la espléndida sala gótica del torreón, la llamada “sala del pilar”, también figura entre los puntos destacados de la visita.
Villerouge Termenes, el último cátaro. La ruta por el País Cátaro toca a su fin, aunque ha quedado mucho por ver en el camino. Para terminarla el sitio más adecuado debe ser Villerouge Termenes, a unos 50 Kilómetros al suroeste de Carcassonne. Situado en el centro del pueblo, la masa del castillo impone respeto, sobre todo por lo bien conservado que está. El pueblo y el castillo están íntimamente ligados al final de la historia del catarismo: en 1321, Guilhem Bélibaste último perfecto cátaro occitano conocido fue quemado vivo. Su muerte significa el final de la religión cátara. Con su quema en la plaza de armas se dio por concluida la cruenta campaña de persecución a la que fueron sometidos los “buenos hombres”, tal como fueron denominados los cátaros. El fantasma de los viejos tiempos puede ser combatido en un ala del castillo donde se encuentra la «Rotisserie médiévale», restaurante que propone una cocina del siglo XIV, único en Europa.
Cómo ir
Lo más cómodo es viajar en AVE, de Renfe y SNCF en cooperación, que conecta Madrid, Zaragoza, Tarragona, Barcelona y Gerona con 15 ciudades francesas, entre ellas, Narbona y Carcasona. Hay un tren diario. La clase Preferente/1ª Clase no incluye servicios a bordo, aunque, curiosamente, los pasajeros que hacen, por ejemplo, el trayecto de Madrid a Barcelona sí disfrutan de comidas, bebidas, prensa, etc. www.renfe.com
Quienes prefieran viajar en avión, el buscador www.jetcost.es propone llegar al cercano aeropuerto de Toulouse y desde allí moverse en coche de alquiler. Jetcost puede conseguir la mejor opción de vuelos, hoteles y coches de alquiler.
Comer
Narbona. Sin duda Les Grands Buffets (tel.: + 33 4 68 42 20 01), 300 platos de calidad al precio único de 32,90 euros, vinos por copas desde 2,20 euros,
Carcasona. Restaurant Adelaide (Rue Adelaide de Toulouse, 5 tel.: +33 4 68 47 66 61 ), dentro de la Cité, con precios muy correctos un buen lugar para probar la típica cassoulet de la región, un contundente guiso servido en cazuela de barro, que incluye alubias, pato confitado, panceta y chorizo o salchichas.
Lagrasse. La Cocotte Felee (Boulevard de la Promanade, 2, tel.: +33 4 68 75 90 54). Cocina francesa con algunos toques internacionales, un resultado excelente. Tienen vinos locales a copas.
Villerouge-Termenès. La Rôtisserie Médiévale, Le château, (tel.: +33 09 81 64 09 11). Un verdadero viaje a la época de caballeros en busca del sabor medieval. Proporcionan trajes de época si se desea.
Dormir
Narbona. Hôtel La Résidence (Rue du 1er mai, 6, tel.: +33 (0)4 68 32 19 41) pequeño pero muy céntrico y con buen precio.
Carcasona. Hotel les 3 Couronnes (Rue des 3 Couronnes, 3 tel.: +33 4 68 25 36 10). Uno de los mejores de la ciudad y, sin duda, con las mejores vistas.
Lagrasse. Hostellerie des Corbieres (Boulevard de la Promenade, 9, tel.: +33 4 68 43 15 22). Alojamiento familiar, cuenta con seis habitaciones y restaurante en la planta baja, con una pequeña terraza muy agradable.
Cucugnan. Auberge du Vigneron (Rue Achille Mir, 2 tel.: +33 4 68 45 03 00).Acondicionado en una antigua bodega, con el marco que mantuvo. Habitaciones discretas, chimenea y barriles de roble decoran el restaurante.