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Opinión

OPINIÓN – Yo, mí, me, conmigo

Esta mañana he estado en la plaza de la Catedral viendo a mi sobrinita la pequeña bailar flamenco. Cuatro añitos tiene mi Paloma. Tacones rojos, delantal de lunares, flor en el pelo y esos ojillos mirando a la de al lado para copiar lo que hace. Levanta los brazos, taconea, da dos saltitos para atrás y a mí se me pone la piel de gallina porque estoy viendo el estreno mundial de la mejor bailaora del planeta y sus alrededores. Qué quieres que te diga, se me cae la baba. Me tiene “ganao” y punto.

Y cuando ya nos veníamos, todavía con esa agüilla en los ojos, me cruzo con alguien a quien respeto mucho. Me saluda, me mira y me suelta, sin epidural ni nada: “¿vais a uniros de una puta vez las izquierdas de Cádiz para echar a la derecha de San Juan de Dios?”. Pues nada, ahí, como quien te dice parece que se ha calmado el Levante. Un “babuchaso” de realidad en medio de la calle.

Porque vaya siesta llevamos encima. Hay que ver lo surrealista que es que tenga que venir un paisano a recordarnos lo evidente: mientras la derecha reparte cariño y subvenciones crecientes a Hermandades y Cofradías, nosotros estamos ocupadísimos jugando al tetris con las siglas. Como si coleccionar logos fuese el nuevo deporte olímpico. De traca.

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Y claro, 2027 está a la vuelta de la esquina. Y como detallito para el electorado siempre podemos ofrecerle seis papeletas “de izquierda” que dicen defender lo mismo, pero no exactamente. Cada una convencida de que su logo es más épico, más puro y más transformador que el de la papeleta de al lado. Vamos, la experiencia inmersiva definitiva. La gente alucinaría… pero de vergüenza ajena.

La cosa es tan simple que hasta da un poco de vergüencita explicarlo: Cádiz quiere sacar a la derecha del Ayuntamiento. Punto. Y no lo va a conseguir mientras cada cual siga cuidando su parcela como si fuera la última reserva espiritual de la izquierda universal. Lo que la gente espera es valentía. Una izquierda que no tiemble cuando los intereses de la ciudad chocan con los intereses de los de siempre. Y desde luego no espera vernos mirando al techo, pidiendo permiso al capitalismo para mover un dedo.

Así que sí: tocará sentarse. Hablar. Escuchar. Tragarse el ego ajeno… y escucha, el nuestro también, que algunos lo tenemos que cabe apretaito en el Nuevo Mirandilla. Entender al otro y exigir que también nos entiendan. Aceptar que ninguno tenemos la verdad absoluta y que el que está enfrente no es que no sea nuestro enemigo, es que igual hasta tiene parte de razón en lo que dice. Un conclave, si hace falta, con la puerta cerrada y no sale nadie hasta que haya acuerdo, pero dejando las mochilas en la puerta, que todos llevamos una a la espalda. Entendernos y asumir que la ciudad está por encima de los juegos partidistas de cada cual.

La unidad no es una charla en la barra del bar ni una respuesta grandilocuente a las pamplinas que dice tu cuñado. Es una obligación, ¡que nos lo están exigiendo, coño!. Eso sí, hay que construirla con respeto, con generosidad, repito con respeto y con generosidad, y con la capacidad real de levantar la vista del ombligo de cada una de nuestras organizaciones. Si no se hace así, será otra sesión aburrida de preliminares en el Falla.

Cádiz no está pidiendo milagros. Está exigiendo madurez. Y ya toca. Yo, sinceramente, no quiero que dentro de unos años Paloma me mire y me suelte, sin epidural ni nada,en medio de la calle: “vaya mierda de Cádiz que me habéis dejado, tito”. Y tener que agachar la cabeza y contestarle: “verdad, sobrina. Verdad. Putas siglas.”


Juanjo Ariza
Portavoz municipal de Podemos Cádiz

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