Hay creaciones que siguen demostrando, en estos tiempos de aceleraciones vacías, que un mensaje reposado y auténtico, limpio, puede traspasar cualquier frontera, atravesar el tiempo y el espacio y acabar aterrizando en ti. Hay mensajes que pueden levantarte, recomponerte por dentro, aunque no logren salvar, por esas paradojas que tiene la vida, a la persona que lo creó. Porque la vida escribe sus propias historias, y algunas tienen tanta fuerza que nos cuesta asimilarlas.
Imagina a un hombre delante de su hija pequeña, que corretea por la casa con la felicidad inquebrantable de los niños. Ese hombre, que también fue niño, recuerda el día en que dejó de sentir esa felicidad pura que ahora reflejan los ojos de su hija. Fue un día de 1938, cuando su madre, Julia, quedó sepultada bajo el bombardeo con el que unos aviones fascistas sembraron de muerte y dolor Barcelona. Ella había salido a comprarle unos regalos a él, a su padre y a sus hermanos. Jamás volvió. Fue aquel día cuando la luz dejó de brillar en la casa y, con esa luz, también se apagaron las voces y los sueños. Durante más de quince años, aquel niño no pudo pronunciar en casa las palabras madre, mamá o Julia, porque su padre no soportaba el dolor de su recuerdo.
Imagina ahora al hombre saltando a otro recuerdo, un recuerdo mucho más cálido y luminoso. Está recordando el día en que nació esa pequeña que tiene delante y cómo, con ella, volvieron los sueños y la alegría. La llamó Julia, a petición de su propio padre, el viudo que durante más de quince años había preferido silenciar aquel nombre. Y con Julia correteando por la casa, con su nombre salpicando las paredes y las sonrisas, se encendieron de nuevo las voces y las palabras.
Es fácil imaginar cómo esos dos recuerdos contrapuestos, unidos por un nombre, le llenaban de tristeza y alegría. Él estaba entre las dos Julias, y sintió miedo. Y con el miedo, sintió el deseo irracional, comprensible, de proteger a su hija de lo que él había tenido que vivir, de las depresiones que sacudían con violencia los cimientos de la vida y de las despedidas inesperadas. Y decidió entonces escribirle, a esa niña que aún no podía comprenderlo, un poema sencillo, repleto de humildad y esperanza, directo. Comenzaba así:
Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.
José Agustín Goytisolo eligió para morir el mismo día y el mismo mes que le habían arrebatado a su madre Julia, durante aquel terrible bombardeo. Nunca se aclaró si fue un accidente o el escritor se lanzó al vacío, desde su ventana, porque no pudo escapar de una de aquellas depresiones que lo atenazaban con fuerza. Las palabras que dedicó a su hija Julia no murieron con él. Desde que Paco Ibáñez las convirtiera en un himno de esperanza, «Palabras para Julia» ha resonado en las cárceles chilenas de Pinochet y entre los represaliados de muchas dictaduras, renaciendo allá donde cualquiera necesitara una palabra de aliento para sacudirse el fango y volver a levantarse. La han cantado Mercedes Sosa y Kiko Veneno, y la siguen cantando Ranki y Bebe o Muchachito Bombo Infierno, llenando el aire con esas frases que todos, en algún momento, necesitamos escuchar, leer o escribir:
La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor.
Tal vez José Agustín Goytisolo escribiera estos versos con la única intención de proteger a su pequeña, cubriéndola con un manto de palabras que disiparan el frío cuando él ya no estuviera. Tal vez los escribiera pensando en su madre Julia, imaginando esas palabras que nunca pudo oír de su voz y que tanto necesitó escuchar en los momentos más duros. Si no crees en el poder de las palabras, aquí termina esta historia. Pero si piensas, como yo, que hay palabras que sostienen constelaciones, sabrás que la historia no ha terminado ni puede terminar. Porque yo creo que José Agustín Goytisolo también escribió estos versos para ti y para mí. Los escribió fuera del tiempo, para que aterrizaran en nosotros cuando lo necesitáramos, y lo expresó con estas palabras que siguen avivando su recuerdo:
Pero yo cuando te hablo a ti
cuando te escribo estas palabras
pienso también en otra gente.
Tu destino está en los demás
tu futuro es tu propia vida
tu dignidad es la de todos.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti
como ahora pienso.