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Lun. Nov 25th, 2024

Gabriel UrbinaEstamos tan acostumbrados a alimentarnos de titulares que, de un tiempo a esta parte, me cuesta imaginar un futuro en el que existan noticias completas, artículos, novelas o largometrajes. Al lector y espectador medio de hoy no le interesa la verdad, ni el conocimiento, sino asegurarse su dosis de entretenimiento rápido, momentáneo; un titular llamativo y efectista que poder compartir en redes sociales. A veces imagino, incluso, que dejaremos de escuchar canciones de principio a fin. Nos bastará con el título y los primeros versos para pasar a la siguiente y así no perder ese tiempo que, en realidad, nunca convertimos en oro. Se está perdiendo la capacidad de sentir; al menos, de sentir despacio.

«Lo bueno, si breve, dos veces bueno», sentenciaba un Baltasar Gracián que jamás imaginó que nos quedaríamos solo con una parte de su cita, saltándonos el comienzo, para interpretarla de esa forma tan superficial con la que interpretamos lo que nos interesa. Ya no hace falta que sea bueno. Basta con que sea breve, muy breve, para que esta sociedad lo acepte como rentable y podamos saltar de un entretenimiento a otro, en un bucle infinito que nos mantiene siempre ocupados, siempre dormidos.

Como decía, la literatura, el arte o el cine no escapan a esta tendencia. Cada vez proliferan más los certámenes y concursos de microrrelatos, de haikus, de minicortos, y no porque nos interese realmente descubrir ese universo fascinante de la poesía japonesa o lo que un escritor o director es capaz de crear en algunos segundos, sino porque es más rentable editar una obra en la que se asegura una difusión multiplicada por todos los participantes que aportaron su guiño (no su visión, no sea que se nos canse la vista). Yo no estoy en contra de la literatura breve (me encanta leer y escribir cuentos, relatos cortos) y siento verdadera admiración por la maestría del haiku y ese sentido profundo que parte de un deseo universal: el de atrapar un instante único. Sin embargo, me niego a seguir esa tendencia de acortar y acortar cualquier creación para darle el gusto a una sociedad absurda que no está dispuesta a frenar su ritmo demencial y es incapaz de mantener su atención en un tema durante más de dos minutos.

Si antes ver un largometraje como El Padrino era un placer para los sentidos y una oportunidad única para analizar y entender el mundo, para asimilar un mensaje que había que digerir lentamente, ahora no es posible estar en el cine sin que el espécimen de turno encienda su móvil para comprobar que ya han pasado diez minutos y todavía no ha enviado un whatsapp a sus amigos para contarles que está allí, en el cine, viendo una película que es una rayada porque no entiende nada de lo que ocurre (¿por qué será?). Los videos en Youtube sólo te exigen unos minutos, poca atención, pero esa tortura de Coppola te obliga a estar tres horas atento a los diálogos y acontecimientos (¿será posible?). Me sorprende que todavía no haya llegado algún iluminado defendiendo las ventajas de la eyaculación precoz para poder pasar más tiempo con el móvil (si me equivoco y ya ha llegado, por favor, no me lo cuenten).

Lo cierto es que cada vez es más difícil profundizar, leer con detenimiento, saborear el sentido de una palabra en su contexto. Asimilar lo que se escucha o prestar atención a lo que el otro dice se está volviendo tan extraño para el común de los mortales como leer la letra pequeña de un contrato bancario. Lo que no sea vertiginoso, de neón, no interesa, no es rentable, no sirve. Y lo peor es que resulta difícil mantenerse en pie ante las acometidas de la sociedad. De momento (no sé si terminaré cayendo) me siento un privilegiado por seguir comprobando cómo el tiempo se desvanece entre las páginas de una novela, o en la fotografía hipnótica de un largometraje de Villeneuve o de Kubrick, o en esa canción que creció conmigo y sólo en su última parada, en su última estrofa, me abre las puertas de par en par para viajar con ella. No quiero que mis días, mis recuerdos, quepan en un titular de pocas palabras. Tengo tan claro que la vida es un instante que me he propuesto sentirla despacio.

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