Una circunstancia destacable es el hecho de que entre los artículos que se publican en diferentes medios, tanto en prensa de papel como digital, los más leídos son, sin lugar a dudas, aquellos que tienen como tema recurrente la política.
A lo largo del tiempo que llevo escribiendo en este diario digital he intentado acercar no solo la cultura, el arte, sino también diferentes temáticas que abarcan desde cuestiones sociales a otras más vinculadas a historias personales. El resultado creo que no ha sido todo lo favorable que yo desearía, y no porque los temas no fueran de interés, creo que sí, a mí, evidentemente, me gustan, -aunque esa no es la cuestión- sino porque en este país, el tema de lectura por antonomasia, desde hace más o menos cinco años, es la política, no solo la gran política, la que se desarrolla a nivel de Congreso y Senado, sino la política que se gestiona en todo tipo de instituciones que forman parte del engranaje que hace que este país «funcione» en dicho aspecto.
Así son más que frecuentes todo tipo de titulares y artículos sobre algo tan evidente como la corrupción. Un dato: quién no es corrupto es porque no se le ha dado la oportunidad de serlo o porque no ha sabido aprovecharla. Un país que se jacta de luchar contra la corrupción, en el que los representantes de los ciudadanos, sin distinguir siglas de partidos, de derecha o de izquierda, están día tras día en el ojo del huracán, destapándose toda una serie de entramados encaminados al lucro más evidente, viene a demostrar que no luchan contra la corrupción, sino que viven de ella. Y esto viene a perjudicar al ciudadano que, en la parte que le corresponde, contribuye con su trabajo, con su esfuerzo diario, mediante el pago de todo tipo de impuestos y gravámenes, muchos de ellos sangrantes, a sacar a este país adelante, y acierta si piensa que son muchos los que viven y bien a costa de ellos. Y lo que es aún peor es que es espectador de juicios que proceden de macrocausas y que no ven el fin.
Y puestos a hablar de temas políticos, a estas alturas -finalizando octubre de 2016-, todavía estamos sin gobierno, y por algo aparentemente sencillo, más a lo que intentan dar el carácter de transcendental. Cuando un partido alcanza en unas elecciones una mayoría de votos, evidentemente es el partido ganador de las mismas, y si no está a su alcance la mayoría absoluta, pues tendrá que pactar con otros sectores a fin de lograr los votos necesarios para formar gobierno. Han sido meses y meses de conversaciones que nos arrojaron a unas segundas elecciones, de las que tampoco se consiguió un gobierno estable. Sinceramente, pienso que el pueblo español, el de a pie, el que todos los días va a su trabajo, o tiene la desgracia de formar parte de la cola del paro, e incluso se ve obligado a emigrar a otro país para encontrar empleo, le afecta en su justa proporción esta situación, pero tampoco la sufre a gran escala, en la medida en que sigue haciendo su vida, porque no le queda otro remedio.
Eso sí desde las voces que representan las fuerzas políticas el continuo enfrentamiento es titular diario, cuando no actuaciones deleznables, y criticadas por amplios sectores de la sociedad.
No sé si viviré yo también en «un mundo paralelo» como manifestó el señor Arnaldo Otegui, en unas recientes declaraciones, y en relación con el daño causado a las víctimas de ETA, que tampoco alcanzaba a «cuantificar», declaraciones efectuadas con su continua sonrisa a modo de rictus, y que me hacen plantearme qué tipo de mentes son capaces no solo de hablar en esos términos, sino de convencer a otras tan débiles en sus posicionamientos morales que de ver al demonio, pensarían que están en el cielo. La terrible agresión de que fueron objeto dos guardias civiles en Alsasua, por parte de medio centenar de matones abertzales me lleva a considerar el hecho cierto de que en este país el clima de violencia alcanza cotas impresionantes.
Como de reto son las manifestaciones gestuales de cierto grupo parlamentario en el Congreso de los Diputados, que fue llamado al orden por la Presidenta del mismo en numerosas ocasiones, saltándose todo tipo de reglamentos y formas de actuación establecidas en nuestra Constitución y en el reglamento de dicha Cámara . No se puede participar del sistema democrático y hacer con sus acciones, sus gestos, lo que les venga en gana y según el momento, posturas que, en definitiva, son contradictorias, pues mientras en un hemiciclo se decantan por la defensa de los derechos humanos de determinados inmigrantes, por otro lado, en la calle, y en las redes sociales aplauden las palabras y la actuación de Otegui en contra de las víctimas del terrorismo de ETA.
Y, por último, no quiero dejar de mencionar el hecho, controvertido últimamente, sobre la supuesta o no abstención del PSOE a la investidura de Rajoy. Desde mi punto de vista no se trata de venderse a la derecha o al PP, en mi opinión se trata de facilitar que en este país se constituya un gobierno que empiece a tomar el timón de lo que son los acuciantes problemas que en todo tipo de materias tenemos, y que abarcan desde la sanidad, la educación, el medio ambiente, el paro, etc… y qué mejor manera que permitir la formación de ese gobierno, pues será entonces cuando el partido que ha obtenido el mayor número de votos, pero que no puede gobernar como mayoría absoluta, deberá consensuar todo tipo de actuaciones tanto con C´s como con el PSOE, y será este el momento en el que estas dos últimas formaciones puedan forzar al primero para conseguir favorecer que, en la medida de lo posible, el programa que habían ofrecido a sus militantes y seguidores, pues pueda ser puesto sobre la mesa para las diferentes negociaciones.
El «no» a la investidura de Mariano Rajoy que desde algunos sectores de las bases del PSOE se ha ido reclamando de forma contundente, no nos llevaría más que a terceras elecciones, en las que, estoy por afirmar, que el PP volvería a ganarlas, quizá con una mayoría aún más sonada, Ciudadanos obtendría más apoyo, en función de su aportación a su labor de consenso en las negociaciones, PSOE volvería a perder escaños, en un partido ya dividido, pero que se recuperará gracias a la labor de su militancia y al factor histórico que siempre le ha acompañado, y PODEMOS pues, ahora escindido en dos facciones, al menos, oficiosamente, volvería a perder votos, dado el carácter agresivo que está adquiriendo su mensaje.
Evidentemente, hablo por mí, pero también hablo en función de lo que escucho en la calle, en los lugares a los que acudo, -pido disculpas a aquellas personas a las que he prestado oído sin que se percataran de ello-, pero es evidente que este país necesita de un gobierno, en el que de una vez por todas las mayorías absolutas den paso a una fórmula de consenso de aquellos que quieren un país en el que la paz y la concordia forme parte del día a día, y que no vivamos con el miedo de salir a la calle y encontrarnos con una avalancha de personas que por no admitir, llegan incluso a impedir que se lleven a cabo actos culturales o de la naturaleza que sea, por parte de personas que no comulgan con su ideología, que tal vez fuera fórmula aceptable, por ejemplo, en un «mundo paralelo».