Sigo perdiendo referentes y, a medida que voy creciendo, no sé si por los años que van cayendo del calendario o porque me he vuelto demasiado selectivo (tal vez las dos circunstancias vayan de la mano), cada vez me cuesta más encontrar luciérnagas para seguir el camino cuando todo se oscurece. He escrito sobre ti en varias ocasiones, porque soy de los que piensa que los agradecimientos y homenajes, siempre que se pueda, hay que darlos en vida. Eso no quita que tu partida me deje profundamente triste y sienta que te debo algunas palabras más, llenas de agradecimiento, por esa compañía invisible que me has brindado en tantos momentos, componiendo la banda sonora de algunos de los días más intensos que he pintado, por bonitos o por duros, y por haberme presentado, sin conocerme de nada, a otros cantautores que, como tú, han llenando alguna vez esos vacíos que solo pueden llenarse con las palabras precisas.
Siempre pienso que lo más difícil en estos tiempos de modas pasajeras y virales, de vértigo permanente y emociones efímeras, es mantenerse fiel a uno mismo, a su forma de entender e interpretar un mundo que, a pesar de lo que digan, tiene una página que solo te pertenece a ti y solo tú decides si quieres escribirla, mancharla o dejarla en blanco. Tú me dices que, en el Caribe, se vive como se escribe y se escribe como se vive. ¿Se puede aspirar a algo mejor? Mezclar el arte con la vida de tal manera, con tal entrega y seguridad, que uno no sepa distinguir cuándo está escribiendo, hablando, creando, imaginando o viviendo, amando o pintando. Lo hizo Hemingway, delirando, y lo has hecho tú, maestro, demostrando que ese milagro también se da en otros mares.
«Una de dos», o te enamoras de la vida, o la muerte te lleva para siempre. Quevedo escribió, y tú lo cantabas: «Polvo serán, mas polvo enamorado». Y eso, querido Aute, lo cambia todo. «Polvo enamorado»… No hay antídoto más poderoso contra el olvido porque es lo único que la muerte tiene prohibido llevarse. Así, de alguna manera, no tendremos que olvidarte nunca. Y algunos repetiremos, en tu nombre, que «vivir es más que un derecho», que «decir mañana es igual que matar». Ya ves, no es tan absurdo estar vivo cuando en tu música y en tu poesía, en tu pintura y en tus conversaciones, seguimos viendo el rostro más hermoso de la «Libertad», esa musa que te susurraba cada canción, cada lienzo y cada poema. Y aquí seguiremos, «Tiempo al tiempo», brindando por ti «A las cuatro y diez». Y cantaremos «Al alba», con la esperanza de que ningún condenado se despida jamás de su amada viendo en la luna la terrible guadaña de una dictadura.
Por eso deseo que, al este del Edén, haya un cine abierto («que todo en la vida es cine / y los sueños, cine son») y que en él te estén esperando unos labios de papel. Ojalá tengas al alcance acuarelas, lápices, para seguir pintando besos, y tiburones que devoran bolas de sangre sobre un mar de girasoles que se transforman, al mirarlos, en giralunas. Por cierto, maestro, ¿te ha enseñado ya la luna esa cara que nos sigue ocultando a los mortales? Espero que sí, y que te hayas reencontrado, al llegar, con ese niño que miraba más allá del mar desde dentro de ti.
Yo, por mi parte, sigo tomándome mi tiempo para bailar un slow con la vida, contigo de fondo, ahora que todo se acelera ahí fuera y el ruido emborrona el pensamiento. No te resistas, eso sí, a seguir pasando por aquí. «Anda», no seas canalla, aunque todo esté al revés y este barco navegue sin timón, «No todo fue naufragar», ya lo sabes, y ‘amar’ sigue siendo, te doy mi palabra, el verbo que mejor conjuga «La belleza». Sigue pasando por aquí que yo también quiero imaginarme atado a un sueño, y necesito tus alas y tus balas, ese soplo de alegría, para extraviarme del sur de vez en cuando y caminar sin este ni oeste, «como gira este mundo / de la luz a la sombra», de la sombra a tu luz. Intentando vivir como escribo, escribir como vivo, y escuchando, «De paso», a ese niño que también mira más allá del mar desde dentro de mí.