Siempre me llamaron la atención las expresiones con las que una sociedad va rellenando, a veces con agua oscura y removida, ese pozo profundo de la cultura popular. No siempre son sabias, pero suelen mostrar de forma clara cómo una sociedad mira, siente y camina. Últimamente no dejo de leer y escuchar, en voces conocidas y desconocidas, infantiles y adultas, una de esas frases que me parecen curiosas, esclarecedoras y terribles: «Un paso atrás, ni para tomar impulso».
La frase me provoca tanta curiosidad como estupor porque creo que define y sintetiza a la perfección una forma cada vez más extendida de entender y sentir la vida. Parece que, si no la pronuncias, no eres una persona íntegra ni segura de ti misma. Si no la repites, es como si carecieras de sueños, proyectos y objetivos claros. A menudo viene acompañada de otras que parecen reforzar ese supuesto compromiso con uno mismo: «Retroceder nunca, rendirse jamás»; «No te arrepentirás de lo que hiciste, sino de lo que no hiciste». Son expresiones categóricas, contundentes, y tendrían aún más fuerza si no fuera porque muchos de los que las utilizan, precisamente, ni siquiera se han planteado lo que significan.
Desconozco si la primera vez que se pronunciaron fue en boca de algún filósofo, psicólogo o político revolucionario. Lo que me asombra es la rapidez con la que se multiplican y aceptan como verdades absolutas en esta era de comunicaciones complejas y pensamientos simplificados. Cuando un pueblo convierte en sagradas algunas de las frases en cuestión, uno puede imaginar fácilmente cómo está sembrando su futuro: por inercia, de forma irresponsable, anteponiendo siempre el deseo, sin capacidad de autocrítica y dejando poco margen para el cambio. ¿Se pueden predecir los próximos pasos de una sociedad? Aunque sea arriesgado, yo creo que sí. Basta con observar esos lemas que invitan a dejar de pensar, a actuar sin remordimientos y a priorizar siempre la recompensa rápida y directa para hacerse una idea de las semillas que estamos regando.
Sinceramente, aunque siempre me he sentido seguro de mí mismo y con una personalidad bastante definida, nunca he podido hacer mías esas máximas tan comunes. Yo, a lo largo de mi vida, no he dado un paso atrás, sino muchos. Y los sigo dando. Y no digo ya para tomar impulso (algo que se me podría perdonar), sino para frenarme en seco, para dejar de avanzar, para pensar. Porque muchas veces me he sentido perdido. Porque, en muchas ocasiones, la vida no me dejaba elegir entre una opción buena y una mala, sino entre una mala y otra peor. O porque, simplemente, mi mente y mi cuerpo me indicaban que no estaba avanzando por el camino correcto o de la forma adecuada. Y me he arrepentido, mucho, de lo que no hice bien o pude hacer mejor. Me he arrepentido tanto que, aun siendo una persona a la que le cuesta pedir perdón, he tenido que pedirlo muchas más veces de las que me habría gustado. A veces, incluso, he tenido que pedirme perdón a mí mismo.
Por eso, tal vez, no suelo confiar en las personas que dicen avanzar sin descanso. Cuando me fijo en la vida de esas personas que se enorgullecen de no dar nunca un paso atrás, no logro percibir esos avances admirables a nivel personal o profesional. De hecho, a menudo escucho esas frases en personas que me parecen conformistas e inseguras (aunque puede ser incapacidad mía, que no concibo que avanzar signifique simplemente trabajar a todas horas, casarse, hipotecarse y procrear). Lo cierto es que no me transmiten confianza los que no dudan, los que nunca dan marcha atrás o los que no se arrepienten de nada. No me fío porque, cuando no existe el arrepentimiento ni la duda, solo queda, en mi opinión, el capricho y la inercia. Y la vida, tal y como yo la veo, es un poco más compleja, exigente y fascinante.
Arrepentirse, dar marcha atrás, dudar, meditar y asumir las consecuencias —buenas y malas— de cualquier acto o decisión, parecen actitudes que esta sociedad rechaza. Ojalá no tengamos que arrepentirnos nunca de lo que estamos construyendo —o destruyendo—. Porque, cuando se camina así, sin pausa, sin rectificar el rumbo, sin modificar actitudes y siguiendo la inercia de una sociedad que empuja incansable, es bastante fácil dejar atrás la luz y avanzar hacia la nada.