Ayer se cumplían dos años de las últimas elecciones municipales y el alcalde junto con un concejal de su grupo no encontró mejor manera de celebrarlo que votando a favor de conceder la Medalla de Oro de la ciudad a la Virgen del Rosario. Las fuerzas progresistas de esta ciudad y de otras poblaciones del entorno deben superar cuanto antes el complejo laico que las atenaza. Votar en contra de conceder una distinción civil a una talla de madera debía entrar dentro de lo normal en una sociedad democrática sin ser tachado de anticlerical o hereje.
Todavía hay esperanza cuando el portavoz de Ganar Cádiz en Común, Martín Vila, se abstuvo. Ya saben, en el país de los ciegos el tuerto es el rey. Hay un abismo entre salir a la calle a quemar iglesias como en 1931 y ser coherente con la separación entre la Iglesia Católica y el Estado.
Podemos es para muchos un partido populista y aptitudes como esta demuestran que parte de razón llevan los que opinan de esa manera. Como dijo el alcalde hace algún tiempo muchos de los que votan a su partido tienen tatuado el rostro del Nazareno, pero eso no quiere decir que el programa electoral o los posicionamientos políticos del partido morado esté escrito bajo la epidermis de sus votantes, o al menos de los que dicen que les votan. Los partidos políticos deben servir entre otras cosas para crear opinión, pero para eso primero hay que tenerla y no dejarse llevar por lo que se cree que opinan los demás.
Conceder la Medalla de Oro de la ciudad a una imagen religiosa no solo demuestra nuestras carencias como sociedad moderna, también contraviene las resoluciones del Sínodo Diocesano que el obispo Antonio Ceballos celebró a principios de este siglo, algo que parece que la comunidad de dominicos de Cádiz no ha tenido en cuenta, ni los 6.000 firmantes de la propuesta tampoco.
Asistir a ceremonias religioas, procesiones o conceder honores a imágenes no da votos y quita muchos menos de los que los políticos creen. Cuando los analistas determinan (a posteriori) las causas de una derrota electoral, sea en el ámbito institucional que sea, nunca se encuentran entre las primeras las supuestas afrentas a colectivos religiosos.