Eso es lo que vimos anoche a través del gran espectáculo mediático que resulta un debate electoral de primer nivel, dicho sea sin crítica alguna si no más bien lo contrario ya que una democracia tiene una faceta imprescindible de show muy necesaria para que los mensajes se difundan. Pablo Iglesias entendió esto muy bien en su momento pero ayer se disolvió en un debate reglado quizás en exceso y que anuló su capacidad combativa en el cuerpo a cuerpo, la ausencia de crispación le jugó a la contra. Pedro Sánchez estuvo muy claro en sus intervenciones en sus intenciones, los socialistas tienen un programa que no se parece en nada al de los populares y, además, que hubo una oportunidad de desalojar a Rajoy del poder y que fue precisamente Pablo Iglesias quien lo impidió. Albert Rivera se dedicó a lo suyo, a pescar a costa del Partido Popular y a deslegitimar a Podemos como fuerza de regeneración.
Pero si hemos de resumir en pocas palabras, las que nos limita el medio, habría que decir que vimos cuatro políticos a los que se podrían nominar como un candidato, un saliente y dos aspirantes. Comencemos con los aspirantes, Pablo y Albert, representantes de las llamadas fuerzas emergentes y que se quedaron en eso, en aspirantes a ser algún día candidatos creíbles a la Presidencia del Gobierno de España. No es que sean malos candidatos, todo lo contrario pero aun están verdes y es que en política como en todo en la vida hay que madurar. Iglesias se diluye cuando lo que tiene enfrente son políticos endurecidos y curtidos y no los tertulianos showman a los que normalmente se enfrenta. Un momento clave fue cuando afirmó que en una negociación política no hay líneas rojas, hubiera estado bien que esa misma filosofía la hubiera aplicado en las negociaciones y en los tiempos que nos han llevado a estas nuevas elecciones. No obstante ofreció la imagen de un posible buen socio de gobierno si aclara las contradicciones que se fraguan en sus filas y las de sus aliados. A Rivera se le vio crecido, con la cabeza clara y con los objetivos bien fijados, en cierta medida estaba asumiendo un papel de regeneracionista con fuertes ataques a su izquierda y hacia Rajoy pasando de puntillas por el Partido Socialista. Necesita todavía tiempo para equilibrar su partido y consolidar su propuesta. Igualmente aguantó los embates de Iglesias.
El saliente ya sabemos todos quien es, Mariano Rajoy de quien muchos, la mayoría de los votantes en diciembre pasado ha considerado que no puede seguir siendo el guía de esta nación. Dijo lo previsible, se mantuvo en tono de gallego ambiguo y no hubo en él manera alguna de adivinar brillo en su discurso. No esperábamos mucho de Rajoy y ha cumplido sobradamente.
Y para el final, el hecho más destacable, Pedro Sánchez crece poco a poco y se acerca a la imagen y el tono que se espera de Presidente del Gobierno. Su discurso tuvo, siempre, dos momentos. En el primero de ellos desmontaba dato a dato, argumento a argumento y palabra a palabra el hilo argumental del PP y de Rajoy, la ciudadanía ha sufrido con las políticas conservadoras. En la segunda parte, más breve pero no menos contundente, recriminaba a Iglesias el voto contra su gobierno de regeneración. Pedro Sánchez fue un candidato creíble y sólido.
Poco más estamos en condiciones de decir en este espacio, aun queda campaña y una bolsa enrome de indecisos. Es evidente que habrá tantas lecturas como votantes somos y que escucharemos versiones de todo tipo. La nuestra, meditada y sincera, es que hubo dos aspirantes serios, Iglesias y Rivera, un saliente o cesante si prefieren, Mariano Rajoy, y sobre todo un candidato solvente, Pedro Sánchez. Ciento treinta y siete años tienen sus ventajas.