Es difícil resistirse al hechizo de ese crepúsculo intenso, eléctrico, que anuncia la salida del sol cada mañana. El amanecer, desde que el ser humano existe, ha ejercido sobre este un enorme poder, y no solo como fenómeno natural capaz de embriagar los sentidos, sino como el símbolo exacto en el que coinciden la tristeza de un final y la esperanza de un comienzo.
Los griegos llamaron Eos a la diosa que personifica la aurora. Era ella quien abría las puertas del infierno para que su hermano Helios, el dios Sol, pudiera conducir su carro por el cielo. No es necesario describir al detalle la belleza de esta diosa, hermana del Sol y la Luna, porque imaginamos fácilmente los destellos pálidos de una mirada bajo la que nacen cada día estrellas y planetas. Lo que realmente me interesa es destacar el impulso arrebatador, bivalente, que la llegada del alba ha provocado siempre en los seres humanos, independientemente de la época y el lugar. El amanecer ha sido y será siempre el momento del reencuentro y la despedida, de la felicidad y la angustia, y tal vez por eso a la diosa griega se la represente en algún lugar entre el cielo y el infierno.
La literatura permite sacar a la luz esos hilos invisibles que unen a personas de cualquier tiempo y cultura. Entre esos sentimientos universales, siempre sentí una especial atracción por el tema del amanecer. Sin Nieves Vázquez, la profesora de Literatura Medieval, seguramente este tema no habría despertado en mí el mismo interés, pero Nieves estaba enamorada de la literatura y sabía compartirla. Ella hablaba de los textos orales y escritos con el mismo entusiasmo dentro y fuera del aula, sin dejar nunca de sonreír con la mirada. Con ella aprendí que ya en la lírica primitiva el amanecer era a menudo un personaje de enorme fuerza, ese que provocaba el llanto de los amantes que se separaban con la primera luz del día o la alegría de aquellos que se reencontraban tras una larga separación. Pero con Nieves no solo aprendí literatura. Me mostró, en primer lugar, que para enseñar algo tienes que sentir pasión por lo que enseñas. Y también descubrí a su lado que, cuando algo te interesa de verdad, tienes que recorrer ese camino por tu cuenta, dejando a un lado el programa oficial y buscando aquellas referencias que no aparecen en los manuales ni en las explicaciones de los especialistas.
Y así lo hice. Seguí indagando por mi cuenta y me fascinó comprobar que las albas y alboradas nos acompañan desde siempre, salpicando de canciones, poemas, pinturas o películas todas las épocas y lugares conocidos. Es imposible saber cuándo nació o cuándo se expresó por primera vez la tristeza o la felicidad que provocaba el amanecer: tal vez en el abrazo de la primera separación, en la primera promesa de un reencuentro, mucho antes, incluso, de la palabra escrita.
El tema me sigue hipnotizando como el primer día y mi colección de referencias va en aumento: desde la imagen de Penélope despidiendo entre lágrimas a Ulises, antes de que se perdiera en el horizonte amargo de Ítaca, hasta la versión mexicana del grupo Maná, En el muelle de San Blas, no hemos dejado de despedirnos y reencontrarnos al amanecer, tejiendo y destejiendo abrazos. En la escultura de Gades, una joven otea el horizonte y parece aguardar, como Penélope, el regreso de alguien que se perdiera por ese mar gaditano del que sus ojos no pueden separarse. Y cómo olvidar ese himno desgarrador escrito por Aute y que logró esquivar la censura franquista, Al alba, con un condenado que se despide a la vez de su amada y de la vida. Lo cierto es que el poder del amanecer está por todas partes y sigue vivo en la voz de las Musas, despertando aquí y allá la necesidad de expresar los temores y esperanzas que se encienden con el crepúsculo de la mañana.
Es posible que el hechizo del amanecer resida en la intensidad de esos colores que anuncian siempre, sin excepción, un principio y un fin, porque eso nos recuerda la fugacidad del tiempo y la levedad de todo lo que nos rodea. Quedaron atrás las clases de Nieves y el destello dorado de Eos, las canciones y los mitos, pero su eco sigue regando mi presente. Mientras estemos vivos, los días vendrán cargados de reencuentros y despedidas, de etapas que comienzan y terminan, pero siempre, más allá de los muros físicos y mentales, habrá un horizonte anunciando un nuevo amanecer y, con él, una nueva oportunidad para seguir sembrando o recolectando sueños y proyectos.