La limpieza de sangre fue uno de los pilares de la sociedad y la mentalidad españolas del Antiguo Régimen. La limpieza de sangre fue un mecanismo de exclusión social en relación con los conversos, ya fueran de origen judío, ya musulmán. Los judeoconversos habían ido creciendo cuantitativamente desde la Baja Edad Media y, muy especialmente, desde el decreto de expulsión de los judíos en 1492, mientras que los moriscos habían aparecido con las conversiones de musulmanes con la toma del reino de Granada, aunque también eran muy numerosos en Valencia. La integración de los conversos nunca fue fácil, precisamente por la cuestión por la limpieza de sangre. En los siglos XVI y XVII se produjo el fracaso de la integración de los que se habían convertido al cristianismo, es decir, una ruptura social entre los cristianos. Por un lado, estarían los denominados cristianos viejos, es decir, aquellos que sus antepasados habían sido cristianos y, por otro lado, los cristianos nuevos, es decir, los que se habían convertido y/o sus antepasados no habían sido cristianos. Los primeros tenían derechos y estaban en una posición superior sobre los segundos. En el ambiente social caló la idea de que los cristianos nuevos no eran buenos cristianos, que mantenían sus creencias anteriores y que no eran sinceros. Como su sangre estaría manchada, porque era judía o musulmana, no podían ser verdaderos cristianos. Al existir casos demostrados por la Inquisición de falsos cristianos se llegaba a la conclusión de que todos los conversos eran sospechosos. La limpieza de sangre y la honorabilidad del linaje se convirtieron en una obsesión de la sociedad hispana de los siglos XVI y XVII, menguando algo en el siglo XVIII por la presión ilustrada. La mentalidad popular terminó por considerar que la sangre y la leche materna transmitían las creencias, formas de vida y de ser, así como las actitudes de los antepasados, al menos hasta una cuarta generación, ya que, a partir de entonces ya no quedaría resto de sangre manchada. Hablaríamos, pues, de “sangre moral”, más que de racismo, aunque otros autores consideran que la limpieza de sangre tenía un carácter mixto, sociorreligioso pero también racial.
La limpieza de sangre terminó por ser un mecanismo que controlaba el ascenso social y profesional, ya que suponía un requisito para ingresar en multitud de instituciones y corporaciones de todo tipo: Órdenes Militares, Inquisición, instituciones eclesiásticas, gremios, cofradías, centros educativos, puestos de la administración, etc.. Para establecer ese control se crearon los estatutos de limpieza de sangre y muchas instituciones o corporaciones los aplicaron a quienes intentaban ingresar en los mismos. La Orden de Alcántara exigió la limpieza de sangre en 1483. Después las Universidades de Salamanca y Valladolid hicieron lo propio en 1522, vetando la entrada en las mismas y la concesión de títulos universitarios a quienes no acreditasen la pureza de su sangre Pero los estatutos de limpieza de sangre no se generalizaron hasta que la influencia erasmista en los primeros decenios del reinado del emperador Carlos no desapareció. Distintos organismos los establecieron en las décadas de los cuarenta y cincuenta del siglo XVI. El cardenal Juan Martínez Silíceo promulgó un estatuto en el arzobispado de Toledo en el año 1547, marcando un ejemplo seguido en el resto de la Iglesia y otras instituciones en Castilla pero también en Aragón.
Los estatutos tenían como objetivo impedir que ingresaran en la institución correspondiente descendientes de judíos, musulmanes o de condenados por la Inquisición. El aspirante debía demostrar su limpieza de sangre, pasando por diversas pruebas complejas, largas en el tiempo y costosas, ya que había que hacer investigaciones de sus antepasados en sus respectivos lugares de origen y/o residencia. Ante los abusos que terminaron por darse en la tramitación de los estatutos de limpieza de sangre, la Junta de Reformación de 1623 dictó una serie de normas para acreditar la limpieza de sangre: no se debían tomar en consideración las pruebas verbales o los rumores, ya que podrían esconder otras motivaciones para perjudicar al interesado. Como garantía se ordenó que la certificación debía ser emitida por las Órdenes Militares, el Santo Oficio, el arzobispado de Toledo, los cuatro Colegios de Salamanca y los mayores de Valladolid y Alcalá de Henares.
Por otro lado, a pesar del éxito de los estatutos de limpieza de sangre y su enorme difusión, tuvieron destacados detractores entre algunos papas, eclesiásticos y tratadistas a lo largo del tiempo. Hubo siempre una intensa polémica en torno a los estatutos de limpieza de sangre porque un sector de la Iglesia consideró que eran una verdadera obsesión y que iban contra los preceptos religiosos porque castigaba a quienes se convertían al catolicismo. En el siglo XVII se destacó el obispo Roco Camprofío en su crítica al concepto de “sangre moral” al considerar que era anticristiano.
Los estatutos de limpieza de sangre no fueron abolidos en el siglo XVIII aunque la filosofía ilustrada fuera claramente contraria a los mismos porque se basaban en la tradición y no en la razón, y porque eran un obstáculo al desenvolvimiento del mérito personal. El odio hacia los judíos permaneció en el siglo XVIII a pesar de que, realmente, ya no había en España en aquella centuria y de los intentos de algunos pensadores en desmontar mitos y prejuicios. Los recelos siguieron rodeando a las familias de las que se sospechaba un origen judío o que tuviesen un antepasado penitenciado por la Inquisición. Algunos gobernantes abominaban de la persistencia de la obsesión por la limpieza de sangre, como Carvajal. Floridablanca, por su parte, propuso pedir un Breve a Roma para terminar con los estatutos pero, en general no se emprendió ninguna política clara al respecto, al contrario de lo realizado para revalorizar las profesiones consideradas infamantes con la famosa Real Cédula sobre la honorabilidad de todos los oficios. Por un lado, parece como si no se quisiera luchar contra una opinión muy arraigada pero, también era verdad que el paso del tiempo había conseguido borrar muchos orígenes familiares y no abundaban casos en los que el pretendiente a un cargo o prebenda fuera desairado por sus antecedentes familiares. Curiosamente, no hubo muchos escrúpulos morales a la hora de aceptar en puestos de relieve a extranjeros de origen judío, como fue el caso del pintor Mengs, máxima autoridad artística durante mucho tiempo en la España de Carlos III, aunque si se averiguaba que un español tenía ese origen se exponía a no conseguir su objetivo o a perder su posición.
Al final, tendría que ser la Revolución Liberal quien aboliera los estatutos de limpieza de sangre porque entraban en clara colisión con el principio de igualdad ante la ley. Las Cortes de Cádiz eximieron a los pretendientes a ingresar en los colegios de mar y tierra de pasar las pruebas. Fernando VII reinstauró los estatutos de limpieza de sangre para ingresar en la Universidad, corporaciones, etc.. en el año 1824. Una Real Orden de enero de 1835 volvió a suprimir la prueba para el ingreso en la administración (ministerio de la Gobernación). Las Constituciones de 1837 y 1845 proclamaron que todos los españoles eran admisibles a los empleos y cargos públicos, según su mérito y capacidad. Además, la Constitución de 1869 especificaba que la admisión era independiente de la fe profesada. Por fin, una ley de 1865 suprimió con carácter general las informaciones de limpieza de sangre para ingresar en determinadas carreras del Estado y para contraer matrimonio.