El mar, en su inmensidad azul, en la magnitud de su horizonte, nos ha hecho sentir la belleza de lo que, en muchos aspectos, la naturaleza nos ofrece.
Pero el ser humano ha convertido una imagen idílica en la expresión diaria de la muerte y el horror en su visión más deleznable
Esa imagen que los medios de comunicación nos ofrecen en el día a día, se nos presenta bajo la forma de cientos de cuerpos, que en las arenas de las playas de nuestro mar Mediterráneo, encuentran su último y cruel destino. Son muchas las mafias que juegan con el tráfico humano, toda vez que mueve grandes cantidades de dinero, y siempre son los mismos, los que ganan y los que pierden.
Seres humanos que conservan la esperanza de encontrar en otro país, llegados a sus costas, la posibilidad de una existencia digna, y todo ello a cambio de pagar miles de euros, terminan ese anhelado futuro en la arena de una playa, ahogados, arrastrados por unas olas, que les llevan a una tierra prometida, en la que ya no cabe esperanza alguna.
Cada día se salda con escenas de pateras que son rescatadas por patrullas costeras, cargadas en exceso de personas, lo que provoca, en la mayoría de ocasiones, su hundimiento y con ello, la muerte de muchas de ellas. Niños, mujeres, hombres, víctimas de mafias organizadas que jamás consuman su ambición de dinero y poder, a cambio de cercenar la vida miles de inocentes.
Se nos están volviendo tan habituales estas imágenes que apenas les prestamos atención, pasando a ser una noticia mas. Por unos momentos, asistimos impávidos al movimiento de las olas que nos devuelven los cuerpos de aquéllos que vieron truncadas sus ilusiones, manipulados por colectivos de asesinos que actúan en tal sentido.
¿Cómo es posible que siga existiendo esa ignorancia en el humano desesperado que se sube a una patera?. La respuesta está en la misma pregunta: la desesperación.
Solo la desesperación más absoluta les acerca tanto a la muerte, es la suya una apuesta a cara o cruz.
Los gobiernos de la Unión Europea parece que han relegado a un segundo plano esta «pandemia», ocupados en su lucha constante contra potenciales atentados. Quizá todo esté conectado, todo esté programado, para que así sea, para que todo siga igual, y nada encuentre respuesta.
Es necesaria la denuncia a nivel internacional, la condena en su expresión mas contundente de tales actividades por constituir delitos a gran escala, magnicidios que no son castigados y que, como tales, se siguen repitiendo. La situación exige de una actuación conjunta de los países de la Unión Europea, persiguiendo y poniendo cuantos medios estén a su alcance para terminar con esta situación.
Si la pasividad de nuestra sociedad persiste, somos testigos mudos de la muerte que siembra nuestro «Mare Nostrum» de barbarie y dolor.