Cuando una vez –después fueron dos- me dio por leer la Biblia, reconozco que el libro que más me impresionó fue el del Apocalipsis. Una auténtica historia de terror. Es más, poco ha aprovechado el cine tan singular guión para estremecernos delante de la pantalla con las terribles imágenes con las que podrían dejarnos tiesos en la butaca (Spielberg va por ti).
Es verdad que la Biblia en su conjunto es de los libros más interesantes que he leído, lo digo en serio, como puro libro, no estoy hablando de religión que hoy por hoy esto de las religiones se ha puesto complicado con esta vuelta a la edad media donde invocando a Dios, Alah o como lo queramos denominar, la intransigencia es su modus vivendi más singularizado (con la salvedad del Pontífice Católico, el Papa Francisco, hombre al que si merece sacar de la mendacidad reinante). Volviendo al tema: El Apocalipsis me gusta aunque reconozco que junto a la lectura del Exorcista, es el libro que más miedo me ha dado –esos cuatro jinetes desbocados, a cual mas malo- y no obstante siendo el último libro de los que compone el Nuevo Testamento, es desde luego –mi libérrima interpretación- el más contemporáneo o el que mejor ha envejecido.
La Peste, la Muerte, el Hambre y la Guerra, en sus caballos de distintos colores haciéndonos la puñeta, y no me vale que San Juan lo que tuvo fue una pesadilla. Con perdón de la palabra: acojona.
Hoy en día el Apocalipsis -como dijo, en deprimente estado producto de una indisimulada borrachera, Fernando Arrabal- ya está aquí. O mejor, algo menos prosaico, el Apocalipsis nos viene acompañando últimamente como las moscas en verano, que me lo digan a mi (y no por las moscas) que llevo una vida forzosamente “entretenida”. Y el Apocalipsis si nos ponemos a mirar, haciendo un indudable y casi forzado ejercicio de imaginación, la situación general que vivimos, es verdad que ha llegado, ahí están los cuatro jinetes, cada uno con su color, metiéndonos miedo, desesperanza y sufrimiento.
Yo no me considero un pesimista, como buen español, aunque se nos esté cayendo la casa encima en la encuestas salimos como uno, si no el que más, país donde sus ciudadanos se sienten más felices. Tampoco me considero un optimista, como buen andaluz y por lo tanto con una mezcolanza de culturas y civilizaciones en los genes, entre otras la que deriva del Islam o la Judeo-Cristiana, soy determinista, aunque no lo quiera, y por tanto, el optimismo viene condicionado por la magia de la predestinación.
Supongo que todas estas cosas que pasan: terrorismo, hambrunas, guerras, crisis ambientales, intolerancia…no pasan por casualidad y aunque yo no soy religioso ¿que quieres que te diga? Ya me estoy viendo a la Bestia metiéndome un leñazo en la frente que no te menees, así que mi consejo es que nos dediquemos a pasarnos el tiempo lo mejor posible, como en esas películas donde cuando al prota le comunican que le quedan seis meses de vida se pasa este tiempo haciendo todas las cafradas que siempre estuvo deseando hacer.
En España lo tengo claro, ya han llegado los cuatro jinetes del Apocalipsis, la gente no lo sabe pero me juego diez céntimos a que son ellos, y al principio tímidamente pero cada vez con más claridad y contundencia, son la antesala de la mierda esa de la Bestia. Yo no soy Fernando Arrabal, ni estoy borracho, ni se nada de eso del milenarismo, pero viendo y escuchando a Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera, no me queda la menor duda de que la cosa puede ser como canta Serrat: Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio. ¡¡Ay omaíta que miedo!!