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Vie. Abr 19th, 2024

Más allá de las normas. Yo te cielo

Gabriel UrbinaLe preguntaba Frida a Carlos Pellicer en el fragmento de una carta si se podían inventar los verbos, lo que, con otras palabras, era una forma de expresarle la necesidad de cambiar las reglas, las normas, para poder volar más libre. Ella seguía la carta respondiéndose a sí misma, inventando un verbo fantástico: «¿Se pueden inventar verbos? Quiero decirte uno: Yo te cielo, así mis alas se extienden enormes para amarte sin medida». Cielar, bonito infinitivo surcado de nubes, sin horizonte ni fronteras, ¿verdad?

Yo no confío demasiado en la sociedad. Pienso que siempre hay una minoría lúcida, creativa y formada, frente a otra minoría vociferante y destructiva. La mayoría suele mostrarse pasiva e indiferente, y ese silencio, esa actitud de mirar hacia otro lado, es lo que da poder a esa segunda minoría de fanáticos bulliciosos (siempre será más fácil insultar, romper un cuadro y tirar un libro, que argumentar, pintar o leer). Viendo a la sociedad así, con dos minorías enfrentadas y una mayoría dormida, es evidente que me parecen necesarias unas normas definidas y claras, unas leyes que permitan la convivencia. Y veo lógico, además, que esas reglas acaben salpicando todos los ámbitos, del familiar al artístico, del académico al profesional. Dicho esto, creo que las normas y las reglas de juego no solo pueden cambiarse, sino que deben cambiarse cada cierto tiempo para que la sociedad pueda evolucionar y crecer.

Me preocupo, sin embargo, cuando los que piden imponer o cambiar las reglas del juego son, precisamente, los que nunca han respetado ni creído en la utilidad de esas normas. Yo pienso que solo aquellos que aman y conocen bien un ámbito, los que han cuidado y protegido ese espacio, deberían tener el derecho de modificar sus leyes, de quebrar sus reglas, porque lo harán siempre para abrir nuevos caminos y diluir fronteras. Dejar que sean los fanáticos los que impongan o rompan las reglas del juego es encaminarse al abismo. Lo vemos cada día.

En clase, donde las normas son constantes, a veces surge el debate y salen a relucir personas que han transformado nuestro mundo cambiando sus reglas, ya sea en el arte, la música, el cine, el deporte o la lengua: Picasso, Maradona, Kubrick, Coco Chanel, Morente, Beethoven, Juan Ramón, Joyce o Frida. Me gusta que aparezcan esos nombres brillantes porque todos, sin excepción, conocían y dominaban las reglas del juego que ellos mismos rompieron. Todos amaban su mundo y lo conocían de una forma tan profunda que necesitaron deshacer sus límites para compartir el inmenso caudal que llevaban dentro. Los que piensan que es fácil pintar un cuadro cubista o inventar un verbo y conjugarlo no tienen ni idea del camino que hay detrás, repleto de esfuerzo y de reglas que se conocen y respetan para poder superarlas. Para llegar a lo que han llegado Picasso o Frida, además de tener un talento colosal, hay que dedicarse en cuerpo y alma a dominar la perspectiva, el color o la sintaxis, hay que amar la pintura y las palabras.

Siempre he pensado (y me lo confirman, cada día, las redes sociales) que la diferencia entre manchar y vaciar palabras por ignorancia o conocerlas tanto que te permites desarmarlas, reinventarlas, es una muestra clara de la distancia que existe entre esas dos minorías de las que hablaba al comienzo: la que trata de construir un mundo mejor y la que intenta destruir, en beneficio propio, aquello que no comprende ni respeta. Yo, si alguien me cambia una norma, si quiere mostrarme lo que existe más allá de las reglas, prefiero que venga de esa minoría creativa, formada y lúcida. Si hay que inventar un verbo, mejor que lo inventen seres como Frida, para que se conjugue en azul y en tiempo infinito.

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