Uno aprende mucho buceando en la etimología de las palabras. Las palabras patria y tierra, por ejemplo, siempre estuvieron unidas. En su origen, patria era el adjetivo que acompañaba a la tierra, terra patria, para hablar del lugar de los antepasados, de las raíces. Hoy se define como la tierra natal o adoptiva de alguien, y no deja de ser paradójico que, estando tan ligada a la tierra, la única forma de llegar a una patria siga siendo para muchos lanzarse al mar, a ese mar insondable que a veces te aleja del infierno y otras veces se convierte en él.
Volviendo a la palabra patria, uno puede saber cuál es la suya o dónde quiere plantar su mundo, pero le resultará muy difícil encontrar las raíces de sus antepasados. Probablemente, descubriría alguna tierra nueva oculta en la memoria, y también encontraría, saltando entre las patrias de su estirpe, algunos mares sacudidos de miedos, esperanzas y recuerdos. Mirando hacia el futuro, también es probable que la que hoy es tu patria no sea mañana la de tus hijos o tus nietos, porque la historia de las migraciones es circular, y nadie está a salvo de una guerra, del hambre o, simplemente, de alimentar un sueño que no cabe entre las fronteras de la tierra que te vio nacer.
Más allá del oportunismo con el que actúan los partidos políticos, me alegra que mi país haya decidido acoger ese barco a la deriva, repleto de niños, que estos días salpicaba de voces la orilla de nuestras conciencias. Al Aquarius lo hemos visto muchas veces, en imágenes de archivo, en documentales, durante las Grandes Guerras. Lo hemos visto en imágenes en blanco y negro, repleto de italianos y españoles que buscaban en América una oportunidad para huir de la muerte y la miseria. Y seguiremos viéndolo, desgraciadamente, navegando a la deriva. Porque esta crisis humanitaria irá creciendo mientras la Unión Europea siga mirando hacia otro lado, dejando que cada país, con sus recursos, decida sobre un problema global de dimensiones gigantescas.
Dicen que, si quieres conocer de verdad a una persona, tienes que esperar hasta que llegue una situación adversa. Será entonces, con poco que ganar y mucho que perder, cuando la veas luchar o rendirse, afrontar la situación o lavarse las manos, exponerse o mentir, callar o defenderte. Las sociedades también muestran su verdadera naturaleza en circunstancias complejas, y esta situación de emergencia ha vuelto a demostrar que hay tantas formas de entender una patria como diferentes tipos de patriotas.
Porque, aunque el diccionario diga que ser patriota es amar una patria y buscar su bien, cada uno interpreta la patria y el bien a su manera. De joven, tuve la suerte de cruzarme con alguno de esos patriotas que amaban profundamente su cultura y sus raíces, que buscaban mejorar su país, a pesar de los obstáculos. Nunca dudé de que Ortega, Menéndez Pidal o Galdós fueran modelos de patriotas. O Larra, que se pegó un tiro antes de cumplir los veintisiete, harto de amar (y sufrir) una patria que se descomponía en medio de la mediocridad, el caciquismo y la ignorancia. Pero ese tipo de patriotismo ya no está de moda. Hoy se estila otro mucho más rentable: el patriotismo de cartera.
No dejo de oír estos días el temor que muchos sienten ante el posible «efecto llamada» que puede provocar la acogida del Aquarius. Sin embargo, yo intuyo que la preocupación es otra. No ven el negocio claro. No he oído a estos patriotas preocuparse por el «efecto llamada» que Messi o Cristiano Ronaldo, por ejemplo, han provocado demostrando a muchos emigrantes millonarios que, en mi país, defraudar a Hacienda sale rentable. Y tampoco alertan sobre el «efecto llamada» que Benzema, emigrante imputado por prostitución de menores y condenado varias veces por delitos contra la seguridad vial, puede provocar entre tanto energúmeno rico. A estos emigrantes, los patriotas de cartera les piden autógrafos, mientras afirman, sin tapujos, que aquí no hay sitio para tanta patera. Es mejor decirlo claro. No se trata de miedo a la falta de integración del emigrante, ni a que se pierdan los valores culturales de mi país, es simple fobia a no sacar beneficios de cualquier situación. Los patriotas de cartera razonan de forma simple: si ellos sacan beneficios, es bueno y patriótico; si no ven claro el negocio, se convierte en peligroso para su “amado” país. Por cierto, mientras tecleaba estas líneas, he oído que Florentino y Lopetegui han sacudido los cimientos de la selección española de fútbol dos días antes del Mundial. Una llamada (con efecto), poca lealtad, mucho dinero. Pues nada, mi agradecimiento a los dos, de corazón, por ayudarme a ilustrar esta idea del patriotismo de cartera.