“El Socialista”, órgano oficial del PSOE, publicó un extenso artículo en el número 163 del día 19 de abril de 1889 en el que Pablo Iglesias apuntaba una serie de indicaciones u orientaciones para el buen funcionamiento de las Agrupaciones Socialistas, como medio fundamental del Partido Socialista en su lucha por la emancipación obrera, a través de la conquista del poder político, aunque aceptando fines intermedios o “auxiliares” de carácter político y económico. El texto tiene, por lo tanto, una gran importancia para entender cómo debía ser la organización del Partido Socialista, pero, además, porque plantea las diferencias con los denominados “partidos burgueses,” y plasma las dificultades que se habían detectado ya en las Agrupaciones. Por fin, podremos comprobar las tareas asignadas a las Agrupaciones en la fase final revolucionaria.
Las Agrupaciones fueron, desde el principio, el pilar básico de la organización del PSOE; eran locales, y unidas en torno al Comité Nacional, que tendría, como uno de sus principales objetivos, coordinarlas en el objetivo común. Pablo Iglesias consideraba, a diez años de la fundación del Partido, que era el momento de aportar una serie de indicaciones sobre las mismas, tanto para las existentes como para las que se fueran creando, dada la importancia de este instrumento del socialismo.
El primer deber de los militantes (afiliados, en el texto) era contribuir para que funcionase su Agrupación de forma regular, cotizar y trabajar. Los Comités locales deberían cumplir sus obligaciones. Sus reuniones generales ordinarias deberían verificarse en los plazos determinados, y la relación con el Comité Nacional tenía que ser fluida, según lo estipulado en la organización general del Partido.
Una vez que se habían dejado claros los principios organizativos, la Agrupación tenía que tener vida. En primer lugar, atrayendo a nuevos militantes. Después, sería fundamental el trabajo fuera de la Agrupación, dando a conocer el programa del Partido y sus acciones en las localidades respectivas. Fundamental sería el trabajo de creación y sostenimiento de Sociedades de Resistencia, así como apoyar a los huelguistas, estar en las protestas contra los abusos de las autoridades, y realizar un trabajo de agitación entre los trabajadores. Es interesante observar que las tareas de las Agrupaciones tenían un claro componente socioeconómico, propio del sindicalismo. Tenemos que tener en cuenta que la UGT acababa de fundarse y todavía no tenía un claro empuje. Por lo demás, se era consecuente con la unión entre la lucha política y económica y social propia del socialismo.
Las Agrupaciones Socialistas debían fomentar la creación de núcleos o nuevas Agrupaciones en localidades próximas, para extender la organización.
La fuerza de un partido obrero no debía medirse exclusivamente por el número de afiliados en las Agrupaciones. El número no era el único indicador. Pablo Iglesias consideraba que a los obreros que habían estado en partidos burgueses, donde solamente habían participado a remolque de los que realmente gobernaban estas formaciones, les costaba cortar con esta especie de inercia, para darse cuenta que en una Agrupación Socialista realmente eran importantes porque tenían que colaborar, su opinión contaba y su voto era el instrumento fundamental para la defensa de sus intereses. Este primer problema tenía que ver con la necesidad de que los obreros se dieran cuenta que en la Agrupación o en el Partido no estaba tutelados por los dirigentes burgueses, que eran protagonistas de su propia emancipación, remarcando un principio básico del socialismo.
El segundo problema derivaba de lo económico. Como el Partido era obrero y, por lo tanto, sus miembros no tenían muchos recursos, y habiendo que sostenerlo con cuotas regulares, algo que no ocurría en los “partidos burgueses”, muchos trabajadores, aunque se reconociesen en el socialismo, no se afiliaban.
Así pues, aunque una Agrupación pudiera tener un número relativamente alto de miembros, su fuerza no debía medirse por la cantidad, sino por el número de militantes que colaborasen realmente en los actos del Partido, en los que verdaderamente se sintiesen y actuasen como socialistas.
Cuando las Agrupaciones se hubieran ya constituido, y demostrado en su localidad su existencia como el mejor instrumento para la lucha obrera, habría que pasar a una segunda etapa más ambiciosa. Había que trabajar para llevar la lucha de clases al terreno electoral. Pablo Iglesias y el socialismo español nunca dejaron de insistir en la importancia de la participación política de los trabajadores. Las Agrupaciones y el Partido no deberían descansar, cada uno en su nivel –Ayuntamientos, Diputaciones, Gobierno y Cortes-, a la hora de reclamar las medidas consignadas en el programa político. Había que hacer de esas propuestas bandera de la agitación obrera constante y de forma creciente. Conseguir alguna de ellas, es decir, obtener una victoria parcial no debía permitir descanso alguno. Se debía seguir, sirviendo como un acicate para la lucha política y el movimiento obrero.
En el último estadio de la lucha revolucionaria, las Agrupaciones tendrían misiones específicas: poner en marcha las medidas que debían tomarse al día siguiente de la Revolución; hacer inventario de la riqueza acumulada por la burguesía en cada lugar, y saber en manos de quiénes estaba ese patrimonio; elegir el poder revolucionario local que debería sustituir al orden burgués, y organizar la incautación de todo, en nombre de la sociedad.