Cuando uno ama algo, no necesita plantearse su utilidad. Simplemente lo necesita. A menudo sabemos lo que sentimos, lo que deseamos, pero no podemos explicar por qué o para qué. Es difícil plantearse la función de algo cuando simplemente forma parte de ti y hace que te sientas más vivo. Con la literatura me ha pasado algo parecido. Me he sentido siempre tan ligado a ella que nunca me había planteado una pregunta que muchos alumnos me hacen, de forma insistente, cada nuevo curso: «¿Para qué sirve la literatura?».
A menudo contesto de forma instintiva: «Sirve para vivir». Pero a los alumnos no les basta esa frase breve y contundente y suelen responder, de forma burlona, que ellos pueden vivir sin literatura. Yo les sigo el juego y les pregunto para qué sirve una llave, a lo que me responden, rápidamente: «Para abrir una puerta». Entonces les recuerdo que podemos abrir una puerta a martillazos, sin necesidad de la llave, aunque eso signifique destrozarla. Algo parecido, en mi opinión, ocurre con la vida. La literatura sirve para vivir, aunque se pueda sobrevivir sin ella. Si uno no necesita emociones, conocimiento, profundidad o empatía, la literatura puede parecer un objeto innecesario, prescindible, un tesoro perdido en una isla de náufragos sin sueños.
Algunos autores han buscado en su origen la mejor definición: ‘palabra que perdura en el tiempo’. Solo por esas raíces profundas, deberíamos amar la literatura y respetarla como a un árbol sagrado. Nosotros, que no perduramos, podemos comunicarnos con palabras leves y fugaces o podemos hacerlo con palabras que cambien nuestro mundo y se queden para siempre en nosotros (o dentro de los demás cuando nosotros ya no estemos). Y no hablo solo de libros, porque la literatura está por todas partes: en los cuentos y leyendas que oíste de pequeño, en los mitos primitivos, en tu canción favorita o en esa frase con la que, una vez, aquella persona te hizo sentir que la vida valía la pena. Y es que la literatura, aunque no seamos agradecidos, nos acompaña desde que nacemos, susurrando la nana de los primeros sueños, hasta que nos marchamos, mezclando en la memoria nuestros recuerdos con las historias que otros nos contaron, imaginaron y vivieron.
La literatura es el arte que se hace con las palabras. Y si el arte nos humaniza, remarcando nuestra individualidad al mismo tiempo que nos integra en un grupo, no puedo imaginar una materia más hermosa para crear que la palabra. Con palabras, habladas o escritas, se levantan esos puentes donde se cruzan lo real y lo imaginado, lo que nace de dentro y lo que sembramos fuera. La literatura se convierte así en un viaje sin destino, en la evasión que construye tu realidad y tu conciencia, en la ficción que llega a los rincones que ninguna verdad puede alcanzar.
La literatura, si la dejas entrar, cambiará para siempre tu forma de mirar. Cuando se pisa Macondo, uno no vuelve a sentir igual la lluvia que cae tras la ventana, ni puede dejar de buscar esas mariposas amarillas que anticipan la silueta de Gabo. Sí, definitivamente, la literatura disipa los límites de tu realidad. He vivido muchas veces la continuidad de los parques que contara una vez Cortázar y no he dejado de perfilar, en los campos de trigo, la silueta nítida de un zorro buscando al Principito. No hay ya tortuga que no escriba en su caparazón el nombre de una niña atemporal ni marea desatada en la que no imagine al capitán Ahab o al viejo Santiago enfrentándose a sus propios miedos y recuerdos. Juan Ramón me obligó a ver raíces en el cielo cuando se deshojan los árboles del otoño y ha conseguido que, si me cruzo con un burrito, en cualquier lugar, busque esos ojos de azabache y cristal que tenía Platero. De los cuentos infantiles a los tebeos, de los mitos clásicos a Lorca, de Cervantes a Borges, mi camino se ha ido inundando de huellas. Baroja, Rosalía, Miguel Hernández, Bryce Echenique, Whitman, Poe, Alfonsina, Benedetti… Son tantas las palabras que han ido transformando mi universo y mi mirada, que no sabría vivir sin literatura.
¿Para qué sirve la literatura? Pues depende de lo que sientas que es la vida. Si te conformas con comer, dormir, oír y ver, tal vez nunca encuentres la respuesta. En cambio, si deseas alimentarte, soñar, escuchar y mirar, si valoras la posibilidad de sentir y vivir otras muchas vidas que te ayuden a entender, interpretar y colorear con más intensidad la propia, ni siquiera necesitarás plantearte la pregunta, porque la literatura ya estará en ti, de una u otra forma, y no querrás que salga nunca.