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Vie. Nov 22nd, 2024

Gabriel UrbinaLa vida se colorea con pinceladas breves, con gestos pequeños que dejan, a su paso, una estela larga. Por eso, a menudo basta con añadir o eliminar un gesto para que todo el paisaje adquiera un tono diferente, se intensifique una zona o se apague otra. Un simple gesto puede definir a una persona y, en ocasiones, a una sociedad en su conjunto. Algunos tienen tanta fuerza que, cuando desaparecen, se derrumba con ellos el mundo que sostienen, como si retiráramos una carta de un castillo de naipes.

Últimamente, cuando salgo a correr, he notado que se está perdiendo, poco a poco, eso que algunos llamamos el saludo del corredor. Y no sólo en zonas concurridas donde el saludo se hace difícil o extraño (en los últimos tiempos, son muchas las personas que se han incorporado a este deporte), sino en senderos poco transitados o carreteras vacías. El saludo del corredor no es una regla escrita o que deba imponerse. Al contrario, es especial porque uno va entendiendo su sentido lentamente, corriendo, tras muchos kilómetros, cruzándose infinidad de veces con corredores de todas las edades, veteranos y aficionados, profesionales o principiantes. El saludo del corredor es un ejemplo perfecto de cómo un gesto aparentemente insignificante, un simple saludo inclinando la cabeza o sonriendo, puede contener toda una filosofía de vida. Porque en ese saludo que dura unas décimas de segundo no sólo hay un reconocimiento y un respeto por el esfuerzo de quien está enfrente (correr puede responder a una pasión, a una recomendación médica o a un hábito, pero siempre requiere fuerza de voluntad, disciplina y compromiso), sino un reconocimiento y un respeto por el esfuerzo propio, por ese afán de superación y por este deporte.

Estaba estos días preguntándome por qué se irán perdiendo estos gestos, tan simples como necesarios en nuestros días, cuando el Real Madrid y el Fútbol Club Barcelona me han recordado la respuesta: estamos tan obsesionados con nuestro éxito personal, tan encorsetados en nuestro propio mundo, que valorar el logro de los demás se empieza a sentir, desgraciadamente, como un recuerdo de lo que uno no tiene o no ha conseguido, una humillación. Estos dos clubes, los más mediáticos y espejo diario en el que se miran tantos jóvenes, han vuelto a demostrar que el fútbol sigue perdiendo, a pasos acelerados, los pocos valores que le quedaban desperdigados entre contratos multimillonarios, mafias legalizadas y polémicas rentables. Que ambos se hayan negado a realizar un pasillo ante su rival para reconocer y aplaudir sus triunfos podría parecer anecdótico, pero no lo es, porque refleja hacia dónde se dirige esta sociedad de egos desproporcionados.

No se libran políticos, profesores, deportistas o escritores. Aplaudir a un compañero está cada vez peor visto en esta sociedad mediocre y narcisista. Cada vez hay más personas que, si ven que has logrado algo en su ámbito (por pequeño que sea tu logro), te convierten directamente en su rival y enemigo. Jamás volverás a escuchar por su parte una palabra motivadora, un reconocimiento o un elogio. Parece que, si te valoran a ti, se desvaloran ellos, y antes que pintar su lienzo prefieren manchar el tuyo.

Por eso pienso que hay gestos que no deberían perderse nunca. Ojalá el saludo del corredor no desaparezca y acabe conquistando otros espacios, otros lugares. Valorar a quien hace lo mismo que tú, de forma brillante, ya sea correr, pintar, jugar, componer o escribir, es la mejor manera de proteger lo que te apasiona y de iluminar tus propios pasos. A menudo basta un simple gesto para sentir que a nuestro lado, aunque con pinceles diferentes, sigue habiendo personas que han elegido el camino del esfuerzo, la constancia, el sacrificio, el trabajo o el talento para llenar de color este paisaje compartido. De nosotros depende ahora que no se apague.

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