Hace unos días una amiga me habló de Adrián Medina y de su sueño. Y claro, cuando alguien te cuenta el sueño de un ser especial, uno no tiene más remedio que escuchar atentamente, poniendo todos los sentidos en cada palabra. Hoy quiero compartir ese sueño con vosotros, a mi manera, desde esta ventana que a veces dejo abierta para que Morfeo pase cuando quiera.
Adrián apenas tiene diez años y, a pesar de la parálisis cerebral y las operaciones, a pesar de las dificultades permanentes que él y su familia tienen que afrontar cada día, no ha perdido nunca la sonrisa. Sueña con conocer a Neymar y ver un partido de su equipo favorito, el Paris Saint-Germain. Podría parecer el sueño de cualquier chico de su edad, pero los sueños de Adrián brillan de una forma diferente. Sus diez años han sido diez años de lucha constante y superación infinita, por lo que ya sabe de algunos colores de la vida más de lo que muchos de nosotros sabremos jamás. Y son esos mismos colores intensos, luminosos, los que Adrián ha elegido para pintar sus sueños.
Desde que conocí el deseo de este héroe que vive en Chiclana (es cierto que, a pesar de que brillan con fuerza, a menudo se nos escapan las estrellas más cercanas), he buscado información en internet y en las redes sociales para acercarme un poco más a su universo. Como imaginaba, Adrián tiene un alma de guerrero, inquebrantable, y nunca se rinde. Es uno de esos elegidos que nos recuerdan cada día, con su actitud y su mirada, que el poder de cambiar el mundo está siempre dentro de nosotros. Acude a las reuniones con su logopeda y realiza ejercicios de gimnasia y ABR (Rehabilitación Biomecánica Avanzada). Lo he visto esforzándose para limar las aristas de su enfermedad y poder mezclar su camino con el de sus compañeros. También lo he visto montando a caballo e interactuando con unos perros fantásticos que consiguen estimular su mano derecha (ya se sabe que los verdaderos guerreros desarrollan esa sensibilidad especial para amar la naturaleza, comunicarse con los animales y comprender el lenguaje de los dioses, ese lenguaje tan extraño y confuso para el resto de los mortales).
Adrián tiene también, como no podía ser de otra manera, una legión de admiradores (conmigo, uno más) que tratamos de aprender algo de sus lecciones silenciosas (aunque, para no mentir, me siento muy torpe cuando intento tomar apuntes de su vitalidad arrolladora). Así, he visto los vídeos de Soledad Ariza Ortiz, una soñadora incansable con la que Adrián se siente seguro y que no está dispuesta a que los colores de este paisaje se desvanezcan. Y he conocido un poco más sobre el esfuerzo de Dolores Meléndez y de David Medina, sus padres, que riegan cada mañana, para Adrián y su hermano mayor, las semillas de un futuro que está por escribirse.
En sólo unos días, Adrián saldrá rumbo a París para intentar seguir salpicando de colores este sueño. Aunque no será fácil, la Ciudad de la Luz y Neymar tienen la oportunidad de contagiarse con el brillo de este ser excepcional. Ojalá aprovechen este regalo que les brinda la vida. Me tranquiliza saber que, pase lo que pase, Adrián seguirá su rumbo, ese que solo él y las estrellas conocen, iluminando con su mirada y su sonrisa los pasos de todos los que tengan la suerte de cruzarse en su camino. Seguiré de cerca este sueño y los que estén por llegar. Mis mejores deseos van hoy para este guerrero formidable. También mi abrazo, en forma de palabras, con el cariño y la admiración de un aprendiz.